Barbecho
Señoras y señores, es mi deber confesarles que he pecado. Esta semana no he ido al teatro. Estoy de barbecho y no sé que contarles.
Después de recorrer Cataluña de norte a sur y de este a oeste de reunión en reunión, especular tanto como he podido sobre el futuro de las Artes Escénicas nacionales, tratar de arreglar el mundo y tocar tantas teclas como he podido, asistiendo a ensayos, atendiendo a estudiantes, escuchando a artistas y gestores culturales varios, opté por ponerle los cuernos a mis amadas Artes Escénicas y rendirme a los encantos del séptimo arte. Pasar lo que se dice un fin de semana encerrado en el cine, apartado del mundanal ruido, aislado entre celuloide, palomitas y muchas golosinas.
La aventura empezó saltándome a la ligera la pasmosa unanimidad con la que la crítica ha acogido el estreno de ‘Los amantes pasajeros’. Me lleva antes al cine una crítica desaforada que una buena reseña. La elección del segundo film, en cambio, tuvo que ver con el horario de la sesión. ‘Dando la nota’ era el único que no había empezado y necesitábamos continuar con cine sí o sí.
Las dos películas no tienen nada que ver. Tampoco el público con el que compartimos platea. De hecho, eran radicalmente opuestos: uno fundamentalmente masculino y el otro, muy ruidoso, aquejado de adolescencia. Precisamente fue este último el que me dio la clave para dirigirme a ustedes esta semana, un auditorio con el que últimamente me suelo cruzar poco o nada.
Hace tiempo que yendo al teatro me siento rodeado de caras conocidas. No me tomen por paranoico pero ¿no tienen la sensación de ser siempre los mismos? Al igual es una impresión equivocada, pero no quiero de dejar de compartirla con ustedes. Me refiero a que el público, que seguro que cambia, se parece mucho, ¿no? Me atrevería a especular que el de los equipamientos públicos de Barcelona es mayoritariamente de edad avanzada, más mujer que hombre, con bagaje cultural alto y, en estos momentos, definitivamente de clase social media-alta. Entre el injusto, prohibitivo y antidemocrático 21% de IVA; las programaciones que viven asediadas por la tiranía de la taquilla; la falta de inversión en la programación de materiales que tengan que ver con la realidad que nos rodea, los matices y colores que la representan; y las débiles políticas de creación de públicos, el producto cultural está mutando en un artículo elitista apto para el consumo de unos pocos. Cuando creíamos que la cultura del visón se había extinguido, peligra que ésta vuelva con fuerza y con ganas de echar raíces, acompañada de aires neoliberales y clasistas que piden cuentas y rendimientos populistas a lo que no se le puede pedir –o tiene que pedirse y estudiar con rigurosidad, pasando por los múltiples beneficios que genera, económicos y no-. ¿Dónde quedó la promoción y tutela por parte de los poderes públicos del acceso a la cultura a la que todos tenemos derecho, según la Constitución española?
Esta semana he sido infiel a mis queridas Artes Escénicas, pero esto no quiere decir que me haya planteado ni siquiera por un instante abandonarlas. Una vez más, la semana que viene regresaré al teatro dispuesto a aprender, disfrutar y apoyar hasta que nos dejen esta manera de entender la cultura y la vida. ¿Y ustedes? ¿Quedamos donde siempre?