Batalla contra el olvido
El grupo La Zaranda (Teatro inestable de ninguna parte), ha elegido muy bien su nombre ya que sus puestas se pueden realizar tanto en una plaza, como un tablado, una romería o un teatro a la italiana, y en ese sentido se conecta con lo que Peter Brook definiría como Teatro Tosco, que es el que está próximo al pueblo y de estilo rudimentario, en el que a veces se pueden usar marionetas o juegos de sombras o fantoches.
Este tipo de teatro es como una revolución contra el estilo definido del teatro basado en una estructura estética cuya belleza es lo esencial. En el Teatro tosco la belleza reside en lo burdo, en la utilización de elementos que rompan con lo tradicional, no con una batería para hacer un sonido determinado sino con un cubo que se puede aporrear. El teatro popular, según Brook, liberado de la unidad de estilo, habla en realidad con un lenguaje muy estilístico: por lo general, el público popular no tiene dificultad en aceptar incongruencias de inflexión o de vestimenta, o en precipitarse del mimo al diálogo, del realismo a la sugestión. Sigue el hilo de la historia, sin saber que se han infringido las normas.
Lo sucio y lo vulgar son cosas naturales, la obscenidad es alegre, y con estos elementos el espectáculo adquiere su papel socialmente liberador, ya que el Teatro tosco o popular es por naturaleza anti-autoritario, anti-pomposo, anti-tradicional, anti-pretencioso. Es el teatro del ruido, y el teatro del ruido es el teatro del aplauso espontáneo como una forma de comunicación permanente.
Aparentemente, el Teatro tosco carece de estilo, de convenciones, de limitaciones, pero en la práctica tiene las tres cosas. Por otra parte se ocupa de las acciones humanas y admite el absurdo, el humor negro, la risa, lo licencioso y es directo, por eso llega al corazón del público y provoca reflexión y catarsis.
El grupo La Zaranda es heredero del Teatro Tosco y posee esa porción de elementos visuales sobre planos alienadores como diría Brecht, con que yuxtapone elementos serios como el tema, con acciones grotescas, hermosas y ridículas, empleando peleles para garabatear una guerra en cualquier parte, pero esencialmente la civil española, cuyos muertos aún continúan en tumbas anónimas.
La ausencia de escenografía en la puesta de La Zaranda, salvo tres o cuatro elementos que se desdoblan o se desarman y se transforman en otros múltiples objetos (como en el teatro isabelino es una de sus mayores libertades), y mediante un sonido musical discontinuo, el espectador experimenta las turbadoras e inolvidables impresiones y disloques de la puesta. Debido a que las contradicciones son tan agudas, se adentran hondo en el público, tanto que a veces no sabe dar respuesta a eso que experimenta y puede reírse carcajadas o tibiamente o aplaudir sin tener un motivo cierto, como autómatas soportando el dolor que implica estar inmersos en una realidad desoladora.
Eusebio Calonge dramaturgo del grupo, ejemplifica muy bien este sentimiento del espectador cuando considera en una entrevista que: “La batalla pudiera ser un ajuste de cuentas con el tiempo, contra los enemigos naturales del creador: la burocracia, el comercio, la insensibilidad de la época hacia tu trabajo. Ahí está la farsa. Ese reír del teatro de las glorias engañosas del mundo. De hecho, hay una preparación para la ausencia y un resarcirse de muchas cosas que sabes que ya no tienen importancia”.
La Zaranda es descendiente de una tradición carnavalesca y circense, del teatro de variedades, fusionado con la Comedia del Arte, especialmente conectado con los “zanni”, ya que no es difícil descubrir al triste Pierrot o Pantaleón o al pícaro enamorado del poder de Brighella. Combinando estructuras con el más férreo teatro tradicional La Zaranda consigue ofrecer al espectador un producto plagado de engaños y sutilezas, cuyas pinceladas en un orden desplegado dan la total ilusión de un fragmento de vida en un mundo distópico, en donde se enfrenta el rol del individuo frente a la sociedad, sus deberes y necesidades, y el problema de lo que pertenece o no pertenece al Estado. En el orden plegado encontramos ese personaje borroso que es el fantasma de la muerte: ya sea en la guerra como en la vida.
La poética y el universo onírico que desarrolla el grupo no sólo pertenece a Colonges sino también de la manera de organizar el trabajo del grupo actoral, formado por Gaspar Campuzano, Enrique Bustos y Francisco Sánchez. Este último, conocido como Paco el de La Zaranda, quien también es el director de “La batalla de los ausentes”.
A lo largo de la obra, La Zaranda hace un descarnado repaso a los diferentes estratos del poder. De lo peor del poder. La obra habla de los ausentes que nadie recuerda y ni siquiera se saben dónde están sus tumbas, lo ejemplifican con una corona de laureles que va de un lado a otro, de una mano a la otra, sin hallar un lugar donde dejarla. Esa batalla contra el olvido se frustra, pero no importa porque el tiempo corre rápido y minutos después ya el estrambótico batallón está planeando como tomar el poder. Y es tan absurdo y cruel el presente que muestra ese ejército en desbandada de tres actores desastrados, impresentables que se esfuerzan por mantener una guerra desde siempre perdida. Son Quijotes sin molinos, pero que luchan contra la estupidez del poder desde la sátira y como un acto de fe para pregonar la dignidad del ser humano.
La Zaranda, a semejanza de Vakhtangov mantienen un doble enfoque sobre el personaje y el juego, un enfoque que produce una verdadera sustancia dramática en su trabajo: interior y exterior, una especie de creación viva y profunda que vive bajo la superficie del mismo. Pero también se podría hablar de la influencia del expresionismo y tal vez del surrealismo temprano: el espacio compensado desenfocado de la actuación con perspectivas rotas y líneas irregulares, una visualización de una corriente de conciencia dañada, con visiones perturbadas en el centro de las acciones.
Es decir un estilo de actuación que atraviesa varios umbrales de la realidad teatral y da como resultado lo que ahora se puede llamar una triple vida: la creación de un verdadero ser escénico de una persona viva que encarna auténticamente tanto al actor como al personaje dramático, que pasa desde el gesto psicológico hasta el subtexto emocional, y desde el gesto arquetípico hasta el realismo fantástico.
“La batalla de los ausentes” que presentó en el Teatro Regio de Buenos Aires el grupo de Teatro inestable de ninguna parte: La Zaranda, es como un cofrecillo y su doble fondo: porque allí se guardan las cosas inolvidables, el pasado, presente y el porvenir, como memoria de lo inmemorial.
Beatriz Iacoviello