Bifocales
Mirar de cerca o mirar de lejos. A veces se distorsiona lo de lejos por fijarse demasiado en lo de cerca. O viceversa. En estos asuntos de las Artes Escénicas es una de las constantes: cuando miramos a lo lejos vemos un mundo muy diferente si solamente atendemos a lo más cercano. Generalmente lo de lejos, con las gafas adecuadas, y en este caso con la información fehaciente, parece lo más apetecible. Todo parece mucho mejor, es como si encontráramos en la mirada lejana síntomas de una realidad mucho más atractiva, de unos lenguajes escénicos mucho más avanzados, de unas condiciones para el crecimiento mucho más consolidadas. Con esas mismas gafas, mirar a lo cercano, marea. Por eso hay que cambiar de gafas, o tener unas bifocales.
Estamos con los recuerdos del TAC de Valladolid. Quince años de un Festival de calle absolutamente instalado en la vida socio-cultural de la ciudad, con apoyo institucional visible y constante, con una respuesta de la ciudadanía exultante y convertido en un punto importante de contacto y cruce de las mejores creaciones anuales. De lejos (algunas) y de cerca (bastantes). Un Festival al que se le puede pedir ajustes finos, pero que en su concepción, programación y realización cumple con las expectativas, busca, encuentra y procura una información fundamental para los profesionales desplazados.
Este año ha añadido algo importante: un espacio de reflexión. Un Foro Internacional. Tuvimos el privilegio de inaugurarlo como colaborador necesario de la charla con Eugenio Barba. Una sensación difícil de explicar. La humildad, la sinceridad, la lucidez, la fuerza de las dudas de una gran pensador del teatro hecho. Alguien que nos ha dado tantas posibilidades de crecer, leyendo sus escritos, participando en sus debates, asistiendo a las representaciones de sus espectáculos. Una auténtica maestría, de vida, de compromiso con su oficio. Un lujo. Una gozada.
Hubo muchas más comunicaciones importantes de diferente orden y categoría en el Foro. Esperemos que se convierta en un clásico, en un espacio habitual y tenga la continuidad deseada para su desarrollo. Este Festival tiene jurados que otorgan premios. Sus resultados son un buen diagnóstico de la entidad artística de lo presentado. Nosotros hablaremos de dos detalles. La representación de Teatro del Silencio bajo un diluvio, la profesionalidad del equipo actoral capitaneado por Mauricio Celedón para acabarlo y la actitud del público resistente ante esa situación. Y entre ese público la Concejala de Cultura. Un detalle importante. Otro la utilización del claustro del Museo Nacional de Escultura, por Alicia Soto acompañada por una banda de cornetas y tambores. Un marco incomparable, una experiencia única.
Pero con las gafas de ver más cerca, un repaso a ciertas situaciones que nos desasosiegan, como ver a jóvenes gestores, muy preparados, sin destino, artistas buscando un hueco en cualquier esquina para poder mostrar su existencia o mendigando citas. Y lo que todavía me deja con muy mal cuerpo, el productor de un espectáculo de calle de éxito presentado en el TAC, que tiene firmadas más de cuarenta representaciones para los próximos meses, que hoy estará en una entidad bancaria firmando un crédito para poder realizar esa gira. Debe endeudarse para poder pagar transporte, dietas y sueldo de la compañía y esperar a que le paguen dentro de unos meses o años. Es una situación demasiadas veces repetida, una manera de descapitalizar, de poner a la profesión al borde del precipicio. Insisto, cuarenta «bolos», en las circunstancias actuales es un éxito absoluto. Y debe endeudarse. Que alguien me lo explique. ¿Y los que tienen cuatro qué hacen? Viva el Teatro.