Bodas, bautizos, comuniones y otros teatrillos
A veces pienso que mi afición a las artes escénicas no es más que una huida del teatrillo que nos montamos en la vida cotidiana. Evidentemente, más que una afición se trata, en mi caso, de una aflicción gozosa, de una pasión, de una obsesión, de una vocación… modo ON. Incluso de un mantra OHMMM… que me proteja de aquel otro que cantaba la Lupe: Teatro, lo tuyo es puro teatro, falsedad bien ensayada, estudiado simulacro…
Siempre me llamó poderosamente la atención los rituales típicos en los que conjuramos nuestros miedos. Miedo a que se acabe el amor, a que no sea eterno, para lo cual necesitamos consagrarlo en la Iglesia o institucionalizarlo en un juzgado, en un ayuntamiento… Contra la impermanencia y la caducidad de la bioquímica del enamoramiento, que algunos estudios sitúan alrededor de los tres o cuatro años de relación, construimos la fe del amor y buscamos testigos que nos ayuden a sellarla y rubricarla.
El amor oficializado parece un asunto más serio y permanente que el amor oficioso al margen de la ley. Hacer oficial una relación amorosa nos produce la ilusión de mayor seguridad, aunque esto no sea más que un mero espejismo, ya que la vida y todo lo que contiene es un asunto eventual.
El derecho civil es un método de control del Estado sobre los individuos y, a la vez, una forma de regularización y demarcación. El individuo ha de pasar por caja e informar de su «estado» civil.
El sistema y la institución de la familia tradicional no suelen facilitar a los individuos una vida plena de autorrealización personal. Estudia algo que tenga salidas profesionales, le dirá un padre o una madre a su hija o a su hijo. O sea, estudia algo que puedas vender, algo que te dé dinero. Se trata de promocionar la rentabilidad económica, pensando que ahí radicará el bienestar. Un bienestar que, paradójicamente, se viste de productos obsolescentes que acaban por contagiar su disimulada obsolescencia a las relaciones y a las obras de las personas.
Como resulta que todo eso crea una sociedad productiva pero infeliz, gente que se pasa muchas horas trabajando o aspirando a trabajar en algo que le dé dinero, el único consuelo y desahogo pautados estará en las escapadas de fin de semana, el derecho a unas vacaciones turísticas y los teatrillos sociales y familiares. Bodas, bautizos y comuniones para los más conservadores y tradicionales y para los más «chic», lo mismo pero vestido con otras galas para espectacularizarlo un poco y tener la sensación de que somos originales y modernos.
El negocio de las bodas, bautizos y comuniones produce sus beneficios. En periodo estival, que es cuando proliferan las bodas, las peluquerías, los restaurantes, las tiendas de ropa y los grandes almacenes hacen su agosto. Hay que vestirse para la ocasión, hay que hacer regalos, hay que organizar un buen banquete… hay que estar contento y ser feliz (como en fin de año).
Son esos los momentos estipulados para el contento y la felicidad, porque en el día a día toca joderse, ir a currar en lo que se pueda, pagar la hipoteca o el alquiler, la corriente eléctrica, el agua, el contrato de telefonía, madrugar, aguantar la prepotencia de los jefes… Frente a la vida gris del día a día buscamos esos rituales que nos permitan disfrazarnos de seres románticos y felices, que nos permitan posar en el «photocall» del «fueron felices y comieron perdices», siguiendo el mito Disney.
Una buena amiga mía decidió casarse con su chica. Les hacía ilusión el matrimonio, esa institución regularizadora de la pareja. Llevaban unos tres años de relación y su sistema límbico aún producía la explosiva bioquímica de la pasión amorosa. Se casaron y, para contrarrestar el estereotipo tradicional, pidieron a todas las invitadas e invitados que fuésemos vestidos de blanco o disfrazados de arañas. Hicieron las invitaciones a mano con frases y dedicatorias presuntamente inéditas. Todo apuntaba a esa búsqueda de la autenticidad dentro de los trillados moldes hacia los que se encaminaban. Yo era el padrino de la boda por parte de mi amiga y tuve que recorrer media Barcelona para encontrar la indumentaria blanca de pies a cabeza que fuese de mi escueta talla. En la ceremonia las novias iban de rojo, con unos vestidos de película, y parecían dos rosas rojas en medio de los invitados que íbamos de blanco. Un bouquet de fleurs! Todo resultó de película y lo pasamos muy bien. Dos años después, agotada la segregación de la bioquímica del amor y desgastada la relación por la convivencia diaria, la presión de la hipoteca, la pérdida del trabajo, por parte de una de las esposas, y la crisis que esto desencadenó… vino el trance del divorcio. Otra vez a pasar por caja e informar al Estado de la nueva situación, después de haber de dar explicaciones a amistades, familias, etc. Porque lo malo de la institucionalización del amor es que, después, hay que rendir cuentas a todos los integrantes del elenco del espectáculo.
Dos de mis hermanos han tenido hijos y para contentar a algunas abuelas y abuelos, y ser «normales», los han bautizado. Este verano, uno de mis sobrinos ha hecho la Primera Comunión y yo me he negado a ir a la celebración, igual que me negué a ir al bautizo de mis dos últimos sobrinos.
Me resulta descorazonador observar en el centro de Vigo, donde abundan los colegios religiosos (porque los colegios públicos están en barrios un poco más periféricos), niñas vestidas con trajes blancos, como si llevasen trajes de novias, y las comitivas familiares ataviadas como alfajores y bombones cuando se aproxima el Corpus. Me resulta descorazonador porque me gustaría ver a una sociedad un poco más progresista y emancipada que no repitiese imágenes que parecen extraídas de la época de la Dictadura nacionalcatólica.
Mi hermana me ha contado que en su ciudad, Lugo, muchos niños y niñas, que no habían sido bautizados, estaban presionando a sus padres porque deseaban hacer la Primera Comunión, por la fiesta y los regalos. Así que algunos de esos padres y madres se veían en la obligación de bautizar con carácter urgente a sus vástagos para que pudiesen protagonizar el espectáculo de la Primera Comunión.
Al final tenía razón Monseñor Rouco Varela cuando apremiaba al gobierno de España para que cediese a sus ideas y prerrogativas respecto a la prohibición del aborto y de la investigación con células madre, a la obligatoriedad de la asignatura de Religión y al mantenimiento de los privilegios de la Iglesia Católica, basándose en que España es un país católico porque la mayoría absoluta de los españoles pasan por vicaría, estamos bautizados, comulgados, casados, etc.
Cuando se aprobó la ley del matrimonio homosexual, mi amiga, la escritora y feminista María Xosé Queizán, se manifestó públicamente en contra, aduciendo que el verdadero progreso no estaba en permitir casarse a las parejas homosexuales, igualándolas en esa lacra, sino en abolir la institución del matrimonio en general y defender la emancipación y la libertad de las relaciones sin someterlas a reglamentaciones.
Sin embargo, a mí me parece «natural» que el ser humano intente amarrar el amor, sujetarlo y poseerlo, soñándolo eterno (poniéndole un candado, un anillo, una alianza), firmando un contrato de matrimonio. Me parece «natural» el miedo a la soledad y a que se acabe la pasión amorosa, ya que la parte más animal del ser humano, la bioquímica del amor, es perecedera y frente a esa constatación es necesario enfrentar el constructo de la fe a través de mitos e instituciones que venzan lo cambiante y perecedero, que aten y garanticen la permanencia del amor y la felicidad de cuento.
Lo que a mí no acaba de convencerme es la calidad de esos espectáculos de teatrillo sentimentaloide de las bodas, bautizos y comuniones, por muy «cool» y paradójicamente atípicas que pretendan ser. Yo solo consigo ver espectáculos cutres que intentan cubrir de oropel y glamour los miedos y el desvalimiento.
Desde que la televisión, el papel cuché y las redes sociales de internet fomentan la sociedad del espectáculo, o la espectacularización de la vida privada, se ha producido un abaratamiento de la autenticidad y un incremento de la pose. Y a mí las apariencias y las normativizaciones disfrazadas nunca me han convencido. Hay un carácter rebelde en mí que se niega a acatar y a aceptar esas convenciones subrepticias o evidentes que nos dicta la televisión y la sociedad de consumo, en substitución de aquellas otras convenciones que antaño dictaban las instituciones religiosas o los gobiernos más conservadores.
Así que, en lo que se refiere a teatros, prefiero el que es un arte y es noticia, por ejemplo, aquí, en Artezblai. Sálveme Talía de los y las belenes estébanes y sus bodas, bautizos y comuniones.
Afonso Becerra de Becerreá.