Bravísimo
Hace un tiempo vi una representación teatral espectacular, difícil de ser superada. N era la primera vez, en realidad la he visto muchas veces sin dejar de sorprenderme cada vez, aunque nunca me había dado el tiempo necesario para reflexionar al respecto.
Todos y cada uno de los aspectos que intervienen en las artes escénicas sin duda estaban cuidadosamente estudiados y fuertemente presentes. Todo se conjugaba para que la representación adquiriese un grado de verosimilitud incuestionable.
El argumento, el vestuario, la escenografía, la iluminación, el ritmo, la actuación, el apoyo en elementos, la intervención activa del público, todo colaboraba para que la obra fuese perfecta, generando un circulo virtuoso positivo entre la obra y los espectadores.
Era tan fácil empaparse de todas las sensaciones que una situación como la representada sugería que todo escepticismo era rápidamente desechado por la fuerza de la representación y el público era seducido por los sentimientos que la obra inducía.
Un mendigo en el límite de la inanición como único actor, ropa raída, sucia y mal oliente, digna creación del mas excelso de los diseñadores de vestuario, la ciudad impersonal plagada de indiferencia y culpas como escenografía sincera, el ocaso de otro día igual a cientos de otros días aportaba el nivel de claroscuros adecuado, voz cadenciosa suplicando piedad controlada con maestría para no apurar el parlamento, extendido sobre el pavimento un trapo manchado de calle presto a recibir los aportes incapaces de limpiar consciencias, de tanto en tanto una moneda tintineando al chocar con las que cayeron antes para terminar acunada en el único billete que por supuesto había puesto el propio mendigo a manera de anzuelo, todo colaboraba para que la mendicidad producto de un hacinamiento urbano deplorable pareciese real.
Nadie asaba siquiera cuestionarse si el estilo de aquel actor era clásico, experimental o más bien romántico. Nadie se atrevería a poner en duda la verosimilitud de la representación. Nadie podía imaginar que ese mendigo manejaba responsablemente 2 tarjetas de multitienda y que llegaba puntual a su trabajo en un auto que estacionaba a cierta distancia del escenario para, en el camino a su puesto de trabajo, ir metiéndose en el personaje. Nadie creería que la representación era el producto de años de perfeccionamiento continuo.
¿Engaño?
Pero qué duda cabe.
En la miopía del habitante urbano, este se deja engañar por lo que sabe irreal. Con esa moneda supuestamente piadosa, pretende excomulgar sus pecados del día a día.
En toda representación artística, el espectador se deja engañar, seducir, transportar a otras realidades. Aunque sean hechos basados en la vida real, tiene plena consciencia de que la representación es falsa pero entra voluntariamente en el juego hasta dejar aflorar sentimientos capaces de llevarlo a experiencias pasadas.
La pregunta es ¿por qué el habitante urbano ha llegado a tal nivel de indiferencia que se deja engañar por falsas realidades que buscan meterse en su bolsillo culposo?
Solo las artes de la representación pueden devolvernos ese criterio consciente capaz de discriminar entre fantasía y realidad, para dejarnos engañar solo por aquello que estemos seguros, nos pueda enriquecer espiritualmente.
De todas formas, aunque no le haya dado ni una sola moneda, bravísimo a la representación del mendigo.