Brechtianas I
a
Abordar positivamente a Brecht incorpora la idea de desagraviarlo de la multitud de manipuleos de que fue víctima. Una aclaración: Dificilmente este autor revolucionario y marxista tomaría un conflicto social por razones emocionales o por alguna auto-conmiseración de clase. Es más probable que a un gran conflicto, agropecuario por decir, lo ilustrara por la explotación de los peones de campo y por el bandidaje de matarifes, exportadores y productores maquiavélicos. Una obra didáctica como ‘La excepción y la regla’ puede ser una pista, donde podemos apreciar su lectura de los ‘coolís’. ‘Lo político’ en Brecht no viene de que se ocupaba de esos problemas sino de ‘cómo’ se ocupaba de ellos, procurando que la propia herramienta teatral, más la concepción de un teatro de metáfora, donde el distanciamiento anti-ilusorio y la fragmentación como golpe de conciencia, expresada en la técnica de ‘interrupciones’, rayaba un fin revolucionario en la forma y en el fondo. Así Brecht, un día podría haber tomado de fuente reflexiva a un país del cono sur, otrora ‘granero del mundo’, aún vigente en su grávida capacidad de producir materias primas, entre ellas de este verdadero petróleo de la tardo-modernidad, cual es la soja. El conflicto de clases que expone el campo, en dicho lugar, que trasciende el ‘democratismo’ pueril de algunos discursos extorsivos, a partir de que se basan en el manejo sobre lo artículos de primera necesidad de la población, difícilmente tendrían en el fundador del ‘distanciamiento’ un cantor indiferente. Brecht dejaría a la vista de la gente, en pancartas y canciones, en narradores y documentos, en cifras y parábolas, el maquiavelismo moral de una clase media acomodada y acomodaticia (de rentistas y dependientes necesarios del gran Capital internacional), de pater familias portadores extemporáneos de un patriarcalismo que incluye la subestimación a la mujer, que para el caso da lo mismo que sean sus esposas o su presidente (consignas y graffitis, con el que este sector emboza cualquier avance de una justicia social, evidencian su verdadera consideración hacia el propio género, como cuando verbalizan sus pareceres respecto de la condición mujer de quien gobierna el sugerido país). La portación del objeto, el ‘gadget’ como botín de triunfo social, de figuración, de ‘diferencia’ con los pobres, que si lo son es porque no trabajan como quienes lo ostentan, podría ejemplificarla el autor alemán con toda esa cultura que rodea a las 4X4, tan aptas para ir al pueblo a comprar cigarrillos, para llevar con sus ejes doble-tracción a los hijos a la escuela, como para seducir a las chicas humildes alrededor de la plaza pública. Podría hacerlo igualmente mediante las torres construídas en los principales barrios de las metrópolis (mientras dicha clase argumenta que todo se re-invierte en el propio campo). La burguesía agrícolo-ganadera con su actitud de ‘nacida para matar’, esgrimiría cifras y estadísticas cuya cortina de luz, cegarían (como lo hacen) en su exceso irradiante, el destino de los desheredados, cuando no directamente expropiados de los terrenos donde el ‘yuyito’ loco pero pródigo, viene aún con tardanza, a cumplir el sueño aurífero de la legendaria Trapalanda1 tan ávidamente buscada. El peón desdentado y analfabeto, internaliza en su miseria la idea de clase que hace de su destino una fatalidad. Lo único colectivizable de este asunto es que los negocios de compra venta, como los financieros, pretenden generar la ilusión de una ‘deuda social’: “El campo salvó al país”. Aún queda suponer a un Brecht proponiendo la nacionalización de la Aduana o directamente del Comercio Exterior. Eso haría del % 44 móvil de las retenciones que se trató de imponer al poroto atómico, una medida de gran caudal transformador a medir por la dimensión de los discursos y confabulaciones desatados en derredor. Y seguramente la canción final de Bert terminaría diciendo que el destino de dicho país, por la voluntad de sus habitantes, ‘es ser de todos’. Algunos carteles ‘épicos’ serían: “Basta del acuerdo de la justicia con los capitalistas sojeros para expropiar campos de humildes labradores”, “Basta de la apropiación de tierras fiscales por la que no pagan un centavo”, “Basta de evasión impositiva. No se puede pagar $800 de impuestos por campos de 50.000 hectáreas”, etc, etc.
b
No es poco cierto que Brecht ha sido bastante afectado por el ‘brechtismo’ de los stalinistas, que ha recortado sus alas revolucionarias y desafectado o ‘desmovilizado’ los aspectos técnicos que, a diferencia de lo que Grotowsky hiciera con las ‘acciones físicas’ de Stanislavsky, con ser un método crítico solventado en él mismo, aún tendría la posibilidad de explotar en profundizaciones que por ahora quedan a la espera. El brechtismo de los burócratas lo hizo efímero. Es el destino de los epígonos estrechos. Frente al stalinismo, el poeta en su expansión es un trotzkista inevitable. El poeta es la revolución permanente. Quizá la retracción del pensamiento crítico aludida en el marco de otros temas, ha enfriado equívocamente a Brecht. Pero Brecht en tanto gran poeta, ha tenido que sacudirse a través de los años, las mochilas con piedras que los usufructos oportunistas de los turiferarios han hecho de su obra. La crisis sostenida de un Estado sin planes culturales, o Estados con teatros de gestión pública restringida y asociados a los designios del capitalismo neoliberal, ha vaciado dentro de la sociedad, la posibilidad de un teatro idóneo para el fomento cultural. La cultura apóstata, los Estados dobles, hipócritas, han dilapidado la chance de un teatro crítico, frente a un sistema dominado por el ‘kitsch’ y la ligereza. Brecht vive en el espíritu rebelde de los jóvenes una nueva vida, en las compañías que planean con irreverencia sus agendas. Brecht es víctima de los ‘Estados mínimos’. Pero podrá ser re-instalado no en el dogmatismo automático y en el mecanicismo de un izquierdismo que ya no existe o que si existe no se interesa por él, a través de su ‘método’, el que es, en sí mismo, una punta para la experimentación teatral de formidables posibilidades e impensadas consecuencias. No es menor producir esta re-lectura, a partir del descubrimiento de que Brecht no habría muerto por un infarto al miocardio, después de padecer largamente problemas cardíacos, sino después de haber sido pacientemente envenenado por la Stasi, el servicio de inteligencia stalinista de Alemania Oriental, para ajustarle cuentas por sus críticas al régimen. La incorporación de este dato es crucial, porque hay que hablar de otro Brecht, de un nuevo Brecht, del enorme poeta que pese a él mismo, estuvo por encima de los crímenes de un régimen que no toleró su despegue hacia el extra-naturalismo, hacia un realismo de vanguardia cuyas posibilidades, me parece, están todas por ser redescubiertas. Ya Bernard Dort sabía decir que hasta ese momento, la interpretación de Brecht funcionaba como referida al orden instalado de la revolución y no a una revolución por hacer. Para eso importa más que lo histórico, lo metafórico, la parábola que Brecht hacía encarnar en el individuo o en un grupo. Pintar con Brecht las complacencias del izquierdista que se autoabastece de su sentimiento, desistiendo de ilustrar el proceso que lleva a que algo ocurra es a lo que arriba me refería como apostasía. El Brecht poeta, considerado sustancialmente en tanto tal, está al socaire de los mentados riesgos de usufructo con el que contumaces instrumentalistas aún tapizan sus pensamientos. Habrá que preguntarse si actualmente los jóvenes realizadores creen útil y pertinente movilizar, activar para algo a los espectadores. Por lo general cuando los teatreros hablan de activar al espectador, suelen caer en concesiones populistas y no en los objetivos de un proyecto que ejecute tal activación. Es decir, se suele usar a ciertos autores para generar un ‘catarseo’ que como bien sabemos, es de por sí, anti-brechtiano.
[1] Mítica ciudad perdida y encantada de la Patagonia, en la que se hallarían inenarrables riquezas. Su estela afiebró la mente de no pocos comandantes y soldados de la Conquista.