Entrevistas

Ça Marche: «La inclusión en el teatro enriquece y nos invita a reflexionar sobre la pluralidad de experiencias y perspectivas»

Nico Jongen y Laura Viñals desarrollan en Azkuna Zentroa el proyecto escénico ‘Trabajos forzados’ con la comunidad sorda de Bilbao

Nico Jongen y Laura Viñals conforman el núcleo de Ça marche, compañía de artes escénicas fundada en 2015 y asentada en Barcelona, que desarrolla proyectos de creación que parten del diálogo entre el teatro, la performance, el movimiento y las artes visuales. Como artistas asociados a Azkuna Zentroa / Alhóndiga Bilbao, desarrollan la residencia técnica ‘Incedis‘ (Incendios) y el proyecto escénico ‘Trabajos forzados’ que presentarán en el Encuentro en torno a la Creación Artística el 25 de septiembre.

¿Cómo surge el proyecto Trabajos forzados?

Trabajos forzados‘ surge de un proyecto europeo de investigación artística en el que nuestro director artístico, Nico Jongen, estuvo involucrado durante dos años. A lo largo de este tiempo, se llevaron a cabo diversas residencias artísticas dentro de la Comunidad Europea, colaborando con colectivos no profesionales y, en ciertos momentos, en riesgo de exclusión social. Estas residencias giraban en torno a las nociones de comunidad, nuevas narrativas e intercambio.

El proyecto tenía varios objetivos: crear nuevas redes comunitarias, proporcionar un espacio seguro para que artistas como nosotros, que trabajamos con colectivos amateurs, pudiéramos explorar estos encuentros, fomentar la reflexión en torno a la idea de que «el arte es para todos» e intercambiar experiencias con otros artistas, ciudadanos y gestores culturales.

La verdadera cultura es todo aquello que no se ve, algo más intangible y sensible que se escapa a la definición y clasificación.

Trabajando con estos distintos ciudadanos alrededor de la pregunta: “¿Qué es una cultura y cómo esta se articula en cada sociedad?, llegamos a la conclusión que, en realidad, la cultura es todo aquello que queda en nosotros una vez que hemos olvidado todo lo que hemos aprendido. Parece una paradoja, pero en realidad lo que queremos decir es que la verdadera cultura es todo aquello que no se ve, algo más intangible y sensible que se escapa a la definición y clasificación.

Desde este enfoque, y de manera intuitiva, comenzamos a colaborar con colectivos en los que la noción de cultura parecía transitar por unos caminos más invisibles y, de esta forma, llegamos a trabajar con grupos de personas sordas, quienes consideran que su lengua es una parte fundamental de su identidad y cultura. Nos dimos cuenta de que la relación y preguntas que surgía entre nuestros participantes (Sordos) y nosotros (Oyentes) contenía elementos que nos interesaba explorar más a fondo, y que orbitaban alrededor de esta noción de cultura, pero también de lengua, de lenguaje o de ruptura de tabús. Así nació la idea de ‘Trabajos forzados‘.

¿En qué consiste?

En realidad, es una idea muy sencilla. Se trata de generar un espacio de intercambio con personas sordas. En su núcleo, se desarrollará un espectáculo escénico, pero alrededor de este girará el imperativo de impulsar a instituciones, redes y agrupaciones públicas y privadas a tomar en serio las nociones de accesibilidad. Queremos animarles a habilitar espacios estables de representación de la comunidad sorda en estas instituciones y equipamientos culturales, con el objetivo de reforzar la idea de que el arte es para todos. Si el arte es verdaderamente inclusivo, debemos generar estructuras que permitan la porosidad y la empatía con todos los colectivos.

En relación al espectáculo, nos cuestionamos nuestra relación con el lenguaje y cómo este se inscribe en nuestros cuerpos, profundizando en las ideas de voz —tanto en un sentido literal como poético— y la imposición de la oralidad en la civilización occidental. En ‘Trabajos forzados‘, nuestra intención es que la mirada del espectador realice un ejercicio que lo dirija hacia un mundo de sentido diferente, a través del silencio y la ausencia —tan características de las artes escénicas— para acceder no solo a otra forma de comunicación, sino también a otra forma de sensibilidad, a una manera de estar más corporal.

En última instancia, el proyecto nace de un nuevo rumbo que hemos tomado desde Ça marche. El núcleo duro está formado por Laura Viñals en la dirección de producción y Nico Jongen en la dirección artística. Es en este nuevo camino que entendemos que nuestras acciones no terminan con las presentaciones de las piezas, sino que se expanden a todas las actividades, gestos y acciones que orbitan en nuestros procesos.

¿Cómo ha ido la primera fase, desarrollada en junio?

    Ha sido muy enriquecedora para nosotros. Nos ha permitido lanzarnos a la piscina en Bilbao y entender de una manera mucho más extensa la situación del tejido sociocultural de la ciudad, reuniéndonos con diferentes asociaciones e instituciones (culturales y educativas) que ya llevan muchísimos años haciendo un trabajo de pico y pala en relación a las nociones de accesibilidad e identidad sorda. Nos hemos encontrado con tanta generosidad; la verdad es que estamos muy agradecidos.

    Paralelamente llevamos a cabo unos talleres con alumnos sordos del IES Martín de Bertendona (con los que seguiremos trabajando a lo largo de este curso académico en tres momentos), con los que nos interesaba compartir experiencias y ejercicios teatrales. Es algo que hemos comenzado a desarrollar en Barcelona y que nos interesa especialmente porque, además, son prácticamente inexistentes: talleres de artes escénicas con la comunidad sorda.

    Además, trabajar en el equipamiento y junto al equipo de Azkuna está siendo muy gratificante. Poder ser artistas asociados durante dos años nos permite trabajar a fuego lento nuestro proyecto global de compañía.

    Antes de Bilbao ya se ha hecho en otros lugares. ¿Cómo ha sido la experiencia?

    Extremadamente emocionante. Antes de llegar a Bilbao, y en el lapso de unos dos años, hemos conducido talleres de artes escénicas en Porto, Barcelona, Reims y Lieja. Al mismo tiempo, hemos colaborado con diversas estructuras que colaboraban con personas sordas. Ha sido realmente emocionante compartir tantos momentos y experiencias con participantes de contextos y edades muy diversos (hemos trabajado con personas desde los 13 hasta los 80 años).

    Cuando trabajas con personas no profesionales, siempre existe el temor de no comprender completamente la realidad del otro y, de alguna manera, acabar imponiendo tu propia visión artística. Para nosotros es crucial mantener un equilibrio entre la propuesta artística y la ética del trabajo. Esto nos ha llevado a reflexionar profundamente y a perfeccionar nuestra metodología de trabajo y cuidado. En el caso de ‘Trabajos forzados‘, era fundamental para nosotros no intentar poner palabras a lo que una persona sorda puede sentir, sino crear un puente entre nuestro mundo y el suyo. No queríamos apropiarnos de un discurso, sino generar uno nuevo que nos acercara unos a otros, especialmente en este clima absurdo de odio que está surgiendo en nuestra sociedad.

    En los últimos años da la impresión de que se ha dado un paso de gigante en lo que se denomina teatro inclusivo, al menos llegan a los escenarios otros colectivos que hasta hace poco no se veían en los teatros. ¿Es así?

    Sin duda, y es algo que ha costado mucho y que es importante cuidar. En los últimos años ha habido un avance significativo en lo que se conoce como teatro inclusivo. Este fenómeno ha permitido que colectivos que históricamente habían sido marginados o invisibilizados en los escenarios ahora tengan una presencia cada vez más notable. Sin embargo, es fundamental no solo celebrar que estos colectivos estén comenzando a ocupar los espacios teatrales, sino asegurar que su participación sea estable y no algo efímero o coyuntural.

    El verdadero reto no está solo en lograr que lleguen a los escenarios o al ecosistema cultural, sino en que se consoliden y se mantengan en ellos. Es decir, no debe percibirse como una tendencia temporal, sino como una transformación estructural del arte escénico, donde todos los ciudadanos, independientemente de su origen, identidad, condición física o social, tengan el mismo derecho a ocupar esos espacios de manera plena y digna.

    Esto implica trabajar en proyectos sostenibles que brinden continuidad y crecimiento a estos colectivos, garantizando su visibilidad constante. No se trata de una cuestión de caridad o condescendencia, sino de justicia artística y social. En este sentido, la inclusión en el teatro (que es un término que quizás también debería ser revisitado) no solo enriquece la diversidad de las propuestas escénicas, sino que también nos invita como espectadores a reflexionar sobre la pluralidad de experiencias y perspectivas que conforman nuestra sociedad. El objetivo final es que los espacios teatrales reflejen verdaderamente la diversidad del mundo en el que vivimos. Entender que los diferentes y vastos mundos interiores que existen en nuestra sociedad nos enriquecen enormemente.

    También presentasteis en Bilbao el proyecto Incendis. ¿En qué consiste?

    Incendis‘ es un espectáculo inmersivo que simula un incendio en un espacio verde, ya sea dentro o cerca de una ciudad, utilizando exclusivamente efectos especiales (sin fuego real). Estos efectos incluyen humo, iluminación, sonido y olores, con el objetivo de recrear parcialmente la sensación física y estética que una persona podría experimentar al enfrentarse a un gran incendio forestal.

    El proyecto se estrenó en el Festival Fira Tárrega a principios de septiembre de este año. En julio tuvimos la suerte de realizar una residencia técnica en Monte Avril, gracias al apoyo de Azkuna Zentroa, que también es coproductor del espectáculo.

    ¿Qué medios y materiales utilizáis?

    Hemos colaborado con Carmen Triñanes y Montse Piñeiro, quienes provienen del cine, las artes escénicas, la ilustración y la artesanía, para desarrollar una serie de elementos escenográficos que nos permiten adaptarnos a diversos tipos de espacios y simular el fuego, las llamas y el incendio total. Lo que han generado ellas es ya, de por sí, una pieza de arte autónoma.

    Paralelamente, y como mencionábamos, trabajamos con material técnico que añade una capa extra a estos elementos escenográficos, creando el marco adecuado para que la propuesta sea plenamente apreciada.

    7- ¿Qué simboliza el fuego?

    El fuego es una contradicción. Nos atrae profundamente al mismo tiempo que nos llena de terror. En esa dualidad radica su inmenso poder: la capacidad de fascinarnos y asustarnos al mismo tiempo. Por un lado, simboliza la destrucción y el caos, pero por otro, es también un símbolo de renovación y transformación -pongamos como ejemplo el Ave Fénix-. De hecho, el fuego, en muchas culturas, es visto como un ente, un personaje quizás, que destruye lo viejo para dar paso, de sus mismas cenizas, a lo nuevo.

    Incendis ©Montse Piñeiro artezblai
    ‘Incendis’ ©Montse Piñeiro

    Nos gusta mucho una frase de Los demonios de Dostoyevski que dice que «el fuego está en nuestras cabezas». Esta idea nos parece especialmente poderosa porque, de alguna manera, revela que el fuego no solo está presente en lo tangible, como en los incendios o las llamas físicas, sino también en lo más íntimo de nuestro ser: nuestras ideas, imaginario, deseos y miedos. El fuego interior es una metáfora de nuestras pasiones más profundas, de ese impulso creativo y destructivo que reside dentro de nosotros y que, a veces, nos da terror verbalizar. Aceptar que una parte de nosotros tiende a la destrucción y que, en el fondo, en ese acto también hay belleza.  

    De hecho, así como el fuego puede consumir todo a su paso, también puede iluminar, y en ese sentido, simboliza tanto el peligro como la posibilidad de un nuevo comienzo. En el contexto de nuestro trabajo, el fuego evoca esa tensión entre lo que tememos perder y lo que esperamos encontrar tras la destrucción: un equilibrio entre el miedo y la esperanza, entre el final y el renacer. Al igual que quienes observan las llamas, los espectadores no son meros testigos pasivos, sino parte activa de la experiencia. El fuego nos invita a reflexionar de manera conjunta, a mirar dentro de nosotros mismos y de los otros, y desde esa reflexión colectiva, encontrar un terreno común.

    Karolina Almagia


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