Cagamos
En mi país, Chile, cuando todo nos ha salido mal y, contradiciendo las leyes de Murphy, nada podría ir peor, simplemente decimos; «cagamos». Lo bueno de esto es que hoy, con esto del coronavirus covid-19, no podemos cagar, porque lo primero que se acabó en los supermercados, fue el papel higiénico. Hasta donde se, el virus es una enfermedad respiratoria y no digestiva, pero el pánico, llegó para instalarse en la mentalidad mundial, y está causando los efectos de siempre; descontrol.
En mi experiencia como piloto de parapente llevando pasajeros, existen 3 tipos de reacciones ante una situación desconocida que podría representar un cierto riesgo; indiferencia, miedo y pánico.
Tanto la indiferencia como el pánico, son igual de peligrosos. La indiferencia nos impide estar atentos ante las posibilidades de la situación desconocida a la que nos enfrentamos, y nuestro tiempo de reacción se alarga más allá de lo razonable, transformando una pequeña dificultad o contratiempo que bien podría haber sido una simple anécdota jocosa, en un desastre con consecuencias dramáticas. De igual manera, el pánico es peligroso por cuanto bloquea nuestro raciocinio y nos hace actuar de manera impulsiva, las más de las veces, imitando y siguiendo a una manada con el razonamiento tanto o más nublado que el nuestro.
El miedo en cambio, como mecanismo un mecanismo natural de defensa del ser humano, eleva nuestro nivel de adrenalina y nos sensibiliza ante cualquier mínimo estimulo, permitiéndonos reaccionar de manera casi inmediata.
En un despegue de parapente, frente a un acantilado hacia el cual se debe correr de manera anti natural, los indiferentes, demasiado seguros de sí mismos, incluso,.ante una situación completamente desconocida para ellos, no escuchaban las sencillas instrucciones, que por sencillas, seguramente consideraban incluso innecesarias y en más de una oportunidad terminamos abrazando un árbol en vez de emprender el vuelo. Quienes tenían pánico, tampoco escuchaban, pero simplemente por estar completamente bloqueados. Estoy seguro que me escuchaban porque me aseguraba de eso, pero también estoy seguro de que si entendían, rápidamente lo olvidaban. Ante la simple instrucción, corre, algunos se quedaban inmóviles, y un par de pasajeros corrieron hacia cualquier lado, menos hacia donde se debía. Afortunadamente mis despegues fallidos nunca terminaron en accidente, sino en anécdotas que contar.
Y volviendo al bichito que tiene a la humanidad de cabeza; no cabe duda, lo que hoy necesitamos es una dosis de miedo controlado que nos permita superar la crisis. No necesitamos la indiferencia de aquellos que se han tomado estos días de colegios, universidades, centros comerciales y lugares de trabajo cerrados como vacaciones para visitar amigos o irse a tomar sol en la playa, ni el pánico descontrolado de quienes han prácticamente saqueado los supermercados creyendo que los otros necesitan menos de lo que ellos acaparan.
Necesitamos el miedo a contagiarnos, pero por sobre todo, el miedo a ser capaces de contagiar a quienes son nuestros afectos más cercanos.
Escuchando las instrucciones y manteniendo nuestros sentidos atentos, de seguro tendremos un excelente despegue y el mejor de los vuelos. Atentos… vamos.