Cantar, hablar y viceversa
Comenzaba un camino de descubrimiento. La vía que había tomado era la voz. De su mano quería viajar, moverse, conocer mundos. Mundos propios, ajenos. Al principio la palabra no era más que algo que se metía entre los pies. Dificultaba el paso. Como una mochila de sonidillos pegada a la espalda que no encuentras la manera de quitártela de encima, de que no te haga tropezar o de que pese menos. Se fue a varias agencias de viaje. Los dadores de conocimiento exponían desde sus bocas los planes de viaje. El catálogo era más bien pobre. No había muchas opciones. Dos parecían ser los paquetes básicos: subirse al programa de viaje de la voz cantada o al de la voz hablada. En viajes de larga duración tenías la posibilidad de realizar ambos pero por separado. ¡Qué extraño! ¿La voz no es la misma? ¿Cuál sería la diferencia? ¿Cuál sería la razón de esta división? Los agentes de viajes, a las preguntas, no parecían tener respuestas muy claras que ayudaran a resolver sus dudas. La voz cantada sugería, extenderse, replegarse, dar volteretas, saltar, difuminarse, consolidarse, en definitiva, parecía prometer movimiento en libertad. Luego descubrió que dependía mucho del guía de viaje y su propia estrechez o anchura de miras. Mientras la voz hablada parecía, a priori, un viaje dirigido a moverse a pasos de gheisa: cortitos, delicados, modositos. ¡Cuánto equívoco y confusión! Finalmente, y influido por la sensación de tropiezos entre pies que le traían las palabras se decantó por cantar. Tomó el camino de la voz cantada, desde su sentir, mucho más vital. Le traía la posibilidad de alivio. Liberación física y emocional. Un lugar en el mundo. Más adelante, a lo largo del viaje comprobaría, que en un punto las fronteras entre ambas se diluían. Como en las orillas de la playa donde el agua y la arena forman un uno, un otro, en un continuo no quebrado. Formando parte de un todo.
Fue necesario descubrir los engarces entre la voz cantada y la voz hablada. No fueron descubrimientos buscados con el esfuerzo y la determinación de quién busca tesoros antiguos. No, fue más bien un dejarse llevar por el movimiento del agua hasta encontrarse con la arena de la orilla y deslizarse en esa mezcla húmeda, blanda y consistente a la vez. La arena y el agua fusionadas en una armonía natural, no forzada, diferenciadas, pero sin rupturas. La palabra y la voz no fragmentadas.
Comprendió que los agentes de los primeros años presentaban ambos viajes por separado por cuestiones de tiempo, de mensaje, de falta de recorrido de descubrimiento, de comodidad… A los ojos del viajero principiante esos mensajes presentaban un mundo expresivo fragmentado por lo mental. Un mundo estanco de compartimentos y por ello mismo, desnaturalizado e incompleto. Quizás estos programas fueran pensados para turistas que no para viajeros.
Sentado en la orilla de los mares, dejando que los ojos vagasen por el paisaje -pudiera parecer que sin rumbo, nada menos cierto, la mirada interior escucha facilitando hallazgos- se topó con algunos escritos en la arena. Otros viajeros habían escrito sus cartas de viaje. Recorridos vitales de otros, pero no por ello, ajenos que le confirmaban. Frases que contenían mucho más que las palabras que las formaban. «Hablar es cantar en tiempos cortos» en clara referencia al ritmo. «Cantar es el hablar afinado», y aquí, la melodía. Recorridos vitales de otros, pero no por ello, ajenos. El viajero miró hacia atrás y vio que su viaje sin ruta previa tenía senderos de sentido y coherencia propios y compartidos.
«Es importante darse cuenta de la diferencia que hay entre entrenar la voz para cantar y entrenarla para actuar, porque muchas ideas falsas pueden surgir acerca del lugar donde el sonido deber estar emplazado. Y en ambos casos necesitas abrir todo lo que tienes…. el sonido es el mensaje… la energía está en la resonancia…Para el actor es la palabra… ella es la que contiene el resultado de su sentimiento y de su pensamiento; es en la palabra donde debe radicar la energía» Cicely Berry «La voz y el actor»