Cantidad e ideología
La manipulación ideológica a la que vivimos, unos sometidos y otros expuestos, es directamente proporcional a la forma como nos han enseñado a considerar el concepto de cantidad en materia de desarrollo, pues entre más cosas nos circunden mayor es nuestra impresión de progreso, y viceversa, y por eso tenemos la tendencia a creer que las cosas importantes, definidas como tal por su capacidad de generar ruido y llamar la atención, solo se producen en las grandes urbes, y que por oposición, las cosas sencillas, denominadas así porque transitan por la vida sin pena ni gloria, tienen su origen fundamental en los pequeños espacios, es decir, en provincia, adonde, según suponen quienes habitan en las grandes urbes, su gente no tiene mucha disposición para pensar, y es por eso que quienes dirigen su mirada intelectual a los hechos producidos en la gran urbe, jamás pierden tiempo intentado hallar algo de relieve en esos pequeños espacios forjadores de hechos cotidianos y sencillos.
De igual manera, en la mayoría de las ocasiones nuestra mirada intelectual (si es que existe ese tipo de mirada) se dirige al producto promovido por los medios como lo más importante, porque a pesar de considerarnos poseedores, no solo de una mirada intelectual sino de una actitud intelectual para estudiarlo todo, orquestamos el papel de los medios, porque una de nuestras ilusiones es ser mencionados por ellos, y ocupados como nos mantenemos en realizar ese sueño, desdeñamos el contacto con las cosas sencillas, por su aparente incapacidad de producir un impacto, a pesar de tenerlas tan cerca.
Una y otra circunstancia forman alianza para convertir en invisibles los espacios en donde se presume la inexistencia del pensamiento, de la creatividad, de la imaginación, y por ende podemos inferir que son muchos los espacios sobre los cuales no se genera un interés y por lo cual quedan excluidos de la indagación de quienes van en busca de conocimientos o de hechos de relieve generados por la especie humana.
Y es por esta razón por la que quienes buscan hechos generadores de ruido suelen trasladarse a lugares densamente poblados, adonde, de acuerdo con la opinión de muchos ocurre lo que no ocurre en provincia, porque las condiciones exigen un estado permanente de alerta de quien lo habita, es decir, adonde la gente tiene la obligación de mantenerse despierta, si quiere participar de la conquista del triunfo.
Quienes sin derrochar miradas intelectuales ni hacer enjundiosos análisis van por la vida, observando, desprovistos de la ilusión de triunfar, y animados solo por el deseo de hallar, para comprender y construir, descubren poco a poco que el tamaño de las cosas no depende del espacio dentro del cual se fraguan sino del deseo de experimentar de quien las hace, y descubren, además, que el conocimiento no es de utilidad para quien lo encuentra sino para quien lo digiere, porque es después de la digestión cuando un organismo está en capacidad de hacer un balance para evaluar las consecuencias de lo ingerido.
Por actitudes como éstas, en las que prevalece la prepotencia de quienes se autodenominan intelectuales, es por lo que el conocimiento de la gente es incompleto, y no está encaminado al desarrollo colectivo, sino que es parte de la competencia entre quienes más cosas saben, y son por ello muchos los hechos humanos desconocidos y excluidos del proceso de desarrollo de la sociedad.
Es por esto que la intención de saber no lleva consigo el deseo de construir sino de estar por encima del otro.