Caos
Nuestro presidente declara estar en estado de guerra para justificar la salida de los militares a la calle y minutos después, el comandante en jefe del ejército afirma ser un hombre feliz y no estar en guerra con nadie. En las redes sociales aparecen videos de policías de fuerzas especiales jalando cocaína para darse valor antes de reprimir con violencia desmedida a los manifestantes y también policías agradeciendo a pobladores por ayudar a rechazar a quienes quieren destruir un supermercado solo para robar. También se han visto por los medios de comunicación a militares pidiendo amablemente a pobladores que permanecen en las calles, que acaten el toque de queda y también a un camión militar pasar disparando contra un edificio.
Caos total en el que ya no se puede distinguir entre los buenos y los malos.
Soy un hijo de la dictadura de Pinochet y ante esta situación, no puedo dejar de recordar esa época negra en que camiones militares llegaban a las 4 de la mañana a los barrios pobres y en pleno invierno sacaban a todos los hombres adultos, solo con ropa interior, y los hacían a arrodillarse durante largo rato en el campo de fútbol, solo para controlarlos y a la mañana siguiente hacían un operativo cívico militar, donde médicos y odontólogos militares llegaban a ayudar a los pobladores.
Desconcierto absoluto tratando de generar en la población el conocido síndrome de Estocolmo donde el cautivo termina empatizando e incluso justificando a su captor.
En su ego desmesurado, el dictador creyó ganar fácilmente un plebiscito donde se votaría su permanencia o el volver a la democracia. Perdió y estuvo a punto de no acatar la voluntad popular.
Finalmente, el pueblo terminó derrocando al dictador no por las armas sino por la vía democrática.
Eso parece estar repitiéndose ya que nuestros gobernantes parecen no conocer o no querer ver la realidad, demonizando el movimiento social como si solo fueran vándalos en contra de la sociedad y no quieren entender que es la sociedad contra los vándalos que nos gobiernan.
Estoy viendo los medios de comunicación y me da asco como al interrogar a cualquier peatón y este comienza a expresar su malestar con el manejo político del país, inmediatamente anulan su opinión mostrando imágenes de saqueos para aterrorizar a la población y tratar de controlarla a través del pánico.
Ya hay muertos a causa de la efervescencia social y nuestro presidente lleva a su nieto a comer pizza en un restorán.
Quizás exagere, aunque no demasiado, pero no puedo de dejar de pensar en la colección de zapatos de Imelda Marcos mientras muchos de sus compatriotas debían caminar descalzos o Nicolás Maduro disfrutando de una deliciosa carne en el restorán de un famoso chef turco.
Todos saben los por qué, pero algunos son tan hipócritas que insisten en el daño hecho a la infraestructura nacional por unos pocos violentistas y no reconocen el tremendo daño que ellos mismos le han hecho al país mientras se enriquecían a costa del sufrimiento de sus compatriotas.
En chile nadie se muere de hambre, pero existen demasiados que apenas sobreviven. No viven, sobreviven.
Lo peor de todo es que nuestro gobierno no tiene contraparte con quien dialogar porque no existen cabecillas ni líderes, no existen individuos sino todo un país, no solo descontento sino furia.
Pocos de mis compatriotas, incluyéndome, están de acuerdo con la forma, pero absolutamente con el fondo.
Agradezco los estudiantes que fueron quienes iniciaron todo esto al hacer un llamado a través de las redes sociales a evadir el pago del metro. Lo hicieron y al día siguiente, la bola de nieve fue tan grande que está provocando una avalancha difícil de controlar.
Confío en que más temprano que tarde se llegue a un nuevo acuerdo social que nos permita seguir con nuestras vidas y que el manto negro de hace 40 años atrás no vuelva a cubrir nuestra existencia.
Ya no creemos en promesas vacías de contenido, necesitamos hechos.
Amen.