El dramaturgo y director escénico Carlos Celdrán (La Habana, Cuba, 1963), Premio Nacional de Teatro 2016, es un hombre agradablemente sencillo, le gusta todo lo auténtico, lo sincero, y tiene una manera peculiar de hacer que la gente sea también más sencilla . Quienes le conocemos cercanamente percibimos que esas peculiaridades se traducen cabalmente en su teatro y lo elevan, a través de la constante búsqueda de esa metáfora que él mismo ha sellado como la «escena transparente». Aunque, en su teatro, Celdrán elude la obviedad, tampoco se lía en complicarse con lenguajes demasiado enrevesados o abstractos; su finalidad no es, en ningún sentido, que el espectador posea una amplia cultura libresca ni se estruje el cerebro atiborrándolo de simbologías o imágenes abstractas, demasiado rebuscadas, sino más bien que pueda encontrarse ante un acto cercano, veraz. Tanto es así que cuando asistimos a una representación suya, tenemos la sensación de que esa legitimidad, esa verdad, esa veracidad y esa sutileza nos acaricia con mano de seda, nos desenmascara y despoja de los prejuicios suponiéndonos en un mismo nivel de diálogo a actores, puesta en escena y espectadores.
Como capitán de esa nave que decidió bautizar Argos Teatro, en 1996, cuya travesía ya supera los veinticinco años ―siendo autor y director de piezas como Diez millones, Misterios y pequeñas piezas y Hierro, y habiendo llevado a escena textos clásicos como Baal, El alma buena de Se-Chuan, La vida es sueño, La señorita Julia, Stockman. Un ene¬migo del pueblo o Final de partida, entre otros―, Celdrán ha ideado un teatro que funciona como una especie de bitácora o diario que registra, con un rigor conceptual y un compromiso político determinantes, los eventos más cruciales y trascendentales de lo sucedido en el tiempo y la sociedad que le ha tocado vivir, la Cuba de finales del siglo XX y lo que va del XXI.
Estamos ante un Celdrán incombustible, que, habiendo logrado todo en su país, ya se inserta vertiginoso en el panorama escénico español como autor y director de la obra Discurso de agradecimiento.
Roger Fariñas: ¿En qué contexto nace este Discurso de agradecimiento?
Carlos Celdrán: Nace, primeramente, como escritura en Cuba, durante la pandemia, luego fue terminado en Madrid y desarrollado en un laboratorio con actores hasta llegar a su estreno acá. La pandemia marcó el fondo de la historia con su encierro, su pérdida del principio de realidad, las relaciones virtuales obligadas, cierta desesperación inevitable.
RF: El viaje de Discurso de agradecimiento empezó con su estreno mundial en el Teatro Lara de Madrid, en abril de 2022, y recientemente tuvo una excelente temporada en el Corral de Comedias de Alcalá de Henares. ¿Qué sucede a nivel dramático durante los 90 minutos aproximados que dura la representación, qué nos revelan estos personajes?
CC: Discurso de agradecimiento cuenta la historia de un escritor, residente en la Isla, que recibe en Madrid un importante premio literario durante la pandemia, para cuya ceremonia virtual deberá dar un discurso de agradecimiento. La noticia del premio se torna viral en las redes sociales, los ataques y las demandas provocan en él una crisis ética sobre lo que es pertinente decir o callar en su discurso. A quién agradecer. Unido a este dilema, recibe continuas visitas virtuales de un amigo de su juventud, radicado en España, con el que deberá cerrar cuentas pendientes del pasado. También lo visita su madre, que desde La Florida reclama su atención, su cuidado. Es una historia sobre los exilios y los insilios, las diásporas, la responsabilidad intelectual, el peso del pasado, de la culpa, del perdón. Temas ya presentes en otras escrituras mías para el teatro, pienso, sobre todo, en 10 millones.
RF: ¿Vuelves a la autoficción? ¿Por qué? ¿Qué líneas dividen la ficción de la realidad en Discurso de agradecimiento?
CC: Sentí que debía cerrar cosas. Solo eso. Cosas pendientes que estaban inacabadas en otros textos míos. También necesité atrapar ese momento tan raro, tan excepcional que vivíamos, atentos unos de otros, a miles de kilómetros de distancia, como un modo de sobrevivir. En realidad recibí durante esos días oscuros esas visitas de las que la obra habla, una avalancha que terminó impulsándome a escribir. También hay mucha ficción en la obra, como supondrás. Decidí alejarme de mí mismo para construir un Escritor capaz de encarnar asuntos éticos, políticos de urgencia, que trascendían lo personal.
RF: Harold Pinter decía en una entrevista que «el teatro político es hoy más importante que nunca, si por teatro político quieres decir obras que traten del mundo real, no de un mundo manufacturado o de fantasía». ¿Es Discurso de agradecimiento un discurso comprometido políticamente?
CC: Sin duda, pero atravesado por lo existencial, la subjetividad, el examen de consciencia. Creo que lo interesante en el teatro es el impacto que lo político produce en las vidas, en uno mismo. No me seduce la denuncia si no nace de la angustia íntima, del desorden que atraviesas, de los miedos y los fantasmas que los sistemas políticos te obligan a purgar si deseas ser íntegro, libre.
RF: Un elenco de lujo. Hay nombres con los que has trabajado antes y que conocen muy bien tú poética.
CC: Es cierto. Está Rey Montesinos, que fue mi alumno y actor de Argos Teatro, también Fidel Betancourt, con el que realicé tantos montajes en el pasado. Con Yadier Fernández había trabajado ocasionalmente y teníamos ganas de repetir, solo con Yanet Sierra no había trabajado, ella ha hecho toda su carrera en España. Un equipo apasionado, que hizo suya la obra y determinó que el resultado fuera el que se alcanzó.
RF: Durante veinticinco años has creado en Argos Teatro espectáculos que son imprescindibles dentro del paisaje escénico cubano, partiendo de textos clásicos y contemporáneos, pero, eso sí, siempre has orientado esas propuestas hacia el espectador insular. ¿Qué significa escribir y dirigir fuera de la Isla después de tantos años? ¿Cómo se inserta Argos en el panorama escénico español?
CC: El teatro es comunicación, esa condición te obliga naturalmente a encontrar cómo traducir tus dilemas para el público que vendrá a verte. Es un instinto natural que apareció desde que estaba cerrando, ya en Madrid, el texto definitivo. Un amigo, después de ver Discurso de agradecimiento, me dijo: «es tu texto de desembarco». Algo que me gustó, pues, sin dejar de hablar de quiénes somos, y del peso de lo que cargamos, la obra busca el contacto con el público de acá. La recepción que han tenido sus pocas funciones me lo confirma. Hay algo universal detrás de las historias, y a eso apelas con todas tus fuerzas, a las cosas comunes, a las heridas que nos reconocen.
RF: ¿Cuándo podemos ver Discurso de agradecimiento en cartelera, otra vez?
CC: Habrá que preguntar a los programadores de los teatros. En esa batalla estamos.
RF: Hace seis años te entrevisté para una revista cubana y te hice una pregunta que me gustaría repetir y saber si tu pensamiento sigue siendo el mismo. ¿Cuál es el mayor éxito de Carlos Celdrán como director teatral?
CC: No recuerdo cual fue entonces mi respuesta. Ahora podría ser otra, seguramente: reinventarme.