Casi siempre llueve a gusto de unos pocos
Como si nunca saliéramos del bucle, cada vez que hay una convocatoria pública para elegir al responsable de una institución teatral relevante, al conocerse el resultado aparecen voces discordantes, especialmente de aquellas personas que han quedado segundos o terceros, los perdedores. Llevamos una buena racha con estos nombramientos que se hacen bajo una apariencia de limpieza y posibilidades para todos los concurrentes, pero que en demasiadas ocasiones se sabe de antemano quiénes van a ser nombrados, por lo que las sospechas se convierten en clamor se acierta con mucha certeza y así sucede.
Recuerdo, entre los diversos casos y situaciones paradójicas, en todos los niveles administrativos con situaciones que rozan lo injustificable, dos momentos recientes que tuvieron respuesta en los medios: Juan Carlos de La Fuente en el Teatro Español y la de los responsables del FIT de Cádiz. En el primer caso se da la circunstancia de coincidir con mi estancia en Miami junto a uno de los que quedó con puntuación superior al nombrado. Su enfado fue monumental. Se conocía los nombres del jurado. Se supo la puntuación final y tras el revuelo causado hasta en niveles políticos y leerse con detenimiento la convocatoria se comprobó que el jurado proponía una terna y la alcaldesa elegía de entre ellas.
Lo del FIT de Cádiz fue un proceso muy poco transparente, muy marcado por la supuesta pertenencia partidista de los elegidos, con una intervención del INAEM más que sospechosa y que se enmarcaba dentro de los pactos del gobierno, pues a la jubilación casi repentina del que había sido director del mismo durante décadas se nombró sin convocatoria ninguna a esa pareja que no tenía los conocimientos suficientes y cuando se convocó públicamente la plaza fue para ellos, aunque nominativamente fuese para Isla Aguilar, lo que tras un separación se ha quedado ella al frente.
Hubo mucha contestación desde diversos puntos del mundo teatral Iberoamericano. Las sospechas crecieron, la actitud sectaria creció, el deterioro del FIT fue evidente. En los momentos de máxima contestación, algunas personas salieron en defensa de ese nombramiento, y resulta que ahora, en este instante el más aplaudidor es el primero en contestar de manera directa el nombramiento por proceso selectivo a Julio Manrique al frente del Teatre Lliure durante cinco años. La táctica actual es presentar al mundo su proyecto para apoyar su vindicación.
En este caso barcelonés, una parte de la crítica más joven, más nueva, más emocional se ha situado frontalmente ante este nombramiento. Se han vertido muchas sospechas, se ha colocado el dedo acusador en un empresa privada hegemónica en Catalunya, se ha pedido conocer el nombre del jurado y de quienes finalmente decidieron ese nombramiento. Todo de golpe. Pero de entrada se cuestiona a un director de trayectoria suficientemente contrastable. Se vierte la sospecha de tongo sin conocer los proyectos presentados. Es decir, se hace flaco favor al sistema de selección de los responsables de los teatros públicos.
Y es que queda muy claro que el sistema de convocatorias es un poco tramposo, con una buena selección de jurados se ayuda a que se proponga un tipo de personas y proyectos concretos y después queda la potestad final del convocante en decidir. Por eso, el tan denostado sistema de selección directa tiene una ventaja: no hay coartada ni excusa. Quien nombra asume la responsabilidad entera de su decisión. Y se han visto nombramientos así sucedidos excelentes y portentosos. Se sabe que en un proceso de convocatoria hay personas suficientemente preparadas que no quieren pasar por el calvario de no ser elegidos y quedar señalados como perdedores. Y así sucesivamente.
Porque lo más curioso es que siempre perdemos las energías en lo superficial. ¿En alguno de los proyectos se proponía la creación de un compañía estable? Me temo que se da por sentado que este sistema de tener fijos a los técnicos y los intérpretes se eligen para cada montaje es lo ideal Y no es cierto. Y existen muchos motivos para rebatirlo. Este fin de semana se ha celebrado en Cluj (Rumania) su encuentro internacional para repasar algunos de los montajes que desde octubre del año 2022 ha realizado su compañía estable. Y como somos habituales, podemos ver su evolución en cuanto a los montajes, sus preocupaciones, su conjunto de obras realizadas al servicio de su población de unos cuatrocientos mil habitantes.
En sus dos salas, hemos visto ocho obras bajo una idea: “Espejos”. Simplemente el que se haga una programación bajo una guía, una idea, una opción, una inspiración conceptual ya significa que la dramaturgia no es una solamente una forma de escribir, sino de programar, de proponer a la ciudadanía, es decir, a los públicos a los que van a llegar las propuestas escénicas un marco referencial sobre el que ir aposentando la selección de las obras y tejiendo una mirada sobre el mundo.
Obras de diferentes autores, tanto internacionales como rumanos, con el elenco titular, con direcciones internas y externas, se han ido sucediendo desde un monólogo hasta grandes propuestas con una veintena de intérpretes en escena. Todos los recursos técnicos y artísticos colocados al servicio de cada propuesta. Una muestra fehaciente y gratificante de las inmensas posibilidades de un Teatro Nacional estructurado sobre lo esencial: la compañía, los equipos artísticos.
Sin puntualizar en cada obra sí hemos detectado un denominador común, además de buscar esas obras en donde el espejo fuera real o imaginario, en donde se ve uno y al otro, en casi todas las propuestas había una constante ruptura de la cuarta pared, como si existiera un impulso no expresado de que se usara la platea e incluso al público como parte de pasajes importantes de cada montaje. Esta situación que rompe con los corsés y probablemente con el conservadurismo teórico, se une a una libertad absoluta en el tratamiento de los textos elegidos, del uso de lenguajes escénicos superpuestos, de una coincidencia en una especie de displicencia interpretativa como si se huyera de alguna manera de lo excesivamente enfático, a excepción de una de la sobras, que sucede con los dos intérpretes en una caja cerrada de metacrilato, que es la propuesta más artaudiana y con interpretaciones llevadas al límite, “Dona Juana”.
Descubrimos un texto del dramaturgo George Ciprian, una figura fundamental del teatro rumano, del que vimos un montaje realmente espectacular, potente, total, con una puesta es escena de las que se puede disfrutar de todas las posibilidades de un gran teatro y una gran compañía, “Capul de Ratoi”, que es además un avance de lo que fue después el Teatro del Absurdo, pero con un contenido social y político relevante.
Importante por su ambición escénica y su puesta en escena resultaron las versiones, en el caso de la obra de Shakespeare muy evolucionada y colocada en tiempos actuales de “La fierecilla domada”, aquí llamada “Escorpia Neîmblânzita” que es un caudal de estímulos de toda índole para los espectadores, al igual que el “Amphitryon” de Molière convertido en un magnífico montaje lleno de sorpresas teatrales que huye de la banalización y vierte una mirada nueva sobre el papel de la mujer.
En definitiva, espero transmitir en estas líneas la importancia de un Teatro Nacional con compañía estable, como elemento fundamental para realizar una acción programática contextualizada y fuera de caprichos y coyunturas de las personas nombradas a dedo o por convocatoria que se creen han recibido un castillo feudal para realizar la programación de manera aleatoria o simplemente de mercado.
Por eso hay que reconocer que, en estos asuntos del teatro intervenido, institucional, en el Estado español, siempre llueve a gusto de unos pocos.