Catalunya y Cultura
No hace mucho un senador estuvo todo el tiempo asignado a su exposición argumental repitiendo la palabra Catalunya. Era una manera de protestar por el colapso político que los miembros del trifachito intentan llevar a toda la ciudadanía española. Siempre tienen el comodín de ETA, pero lo usan con menos frecuencia, solamente cuando están muy apurados. Por defecto yo sigo desde hace décadas todas las sesiones parlamentarias que mi ubicación geo posicional me permite. Es un vicio. Debería ser una escuela. Y lo fue. Y ahora también me sirve como tal, pero por decantación. Sería bueno que la gente de la Cultura empecemos a utilizar las palabras adecuadas, porque me temo viene una ola fascista que va a copar demasiadas instancias culturales, y yo, por si acaso no queda claro, además de ser catalán de nacimiento, vasco de ciudadanía durante más de treinta años, madrileño por internacionalista y residencia voluntaria, antes que nada, me considero alguien que se ha mantenido en la franja izquierda del arco político y me siento antifascista. Y ahí me coloco en estos momentos.
Confieso que escribo sin saber qué pasará el martes 7, pero espero que tengamos un gobierno de inspiración socialdemócrata, que emplee otro lenguaje, que tome medidas para equilibrar la actual situación de desigualdad y que intente, pese al contrapeso del fascismo violento que se manifestará en medios de comunicación, alcaldes sin escrúpulos, políticos ansiosos e híper ventilados, con incitaciones al golpe de estado impunemente manifestados y con una brigada judicial dispuesta a todas las guerras sucias que les permita la actual situación, digo, que intente una cierta regeneración de nuestra vida política. Sí, con todas las prudencias que ustedes quieran, siento una especie de ilusión en el futuro. Puedo entrar en el desengaño con la misma celeridad, pero que nadie nos quite estas esperanzas.
Lo de Catalunya se resolverá con paciencia, diálogo, convicciones democráticas, tiempo y pactos. El sentimiento independentista no se calmará por decreto, ni por el 155 ni por represión. Es algo que ha anidado en millones de catalanes y se deberá resolver con inteligencia política y con algo tan sencillo como dejando que se expresen con libertad todos los catalanes, sin excepción. Pero existe algo que, aunque les parezca que está tomado por los pelos, en Catalunya hay unas estructuras culturales públicas para crear el caldo de cultivo de un desarrollo sostenible, unas reglamentaciones, unos planes de estudios que siguen estando a la cabeza.
Pese a todas las circunstancias tumultuosas, conviven unas decenas de dramaturgas, directores y creadoras que tienen un alto nivel y deben ser mejor conocidos por España, lo mismo que son conocidos en otros países europeos. Sí, yo juraría que se ha deteriorado algo la calidad general del teatro catalán. Ya no existen vanguardias incuestionables, pero todavía se producen grupos o individualidades que tienen una calidad mayúscula. Y sí, se expresan en su lengua. El catalán. Y eso no le quita valor, sino que se lo añade.
He leído el decálogo del CDN de Alfredo Sanzol y reitera algo a remarcar: la presencia de espectáculos en las lenguas del Estado español. Esto debería ser por simple defecto democrático, las lenguas oficiales deben estar en igualdad de condiciones en un teatro estatal, aunque con residencia en la capital del Reino. Pero eso no es así. Hay que señalarlo, ahora tiene que ser la voluntad de una dirección y no un imperativo legal como pienso que estaría muy bien sucediera.
Y es que en las muchas horas de sesión parlamentaria de investidura la palabra Cultura ha estado casi ausente. Sí, han citado a Pérez Galdós, a Machado, hasta a Brecht; sí han anunciado que se aumentará el presupuesto para Cultura, pero es tan bajo, tan inoperante desde donde se parte que ese aumento puede ser insignificante, pero es que además es de difícil concreción porque hay un entramado político tan laberíntico, con los estatutos de autonomía que se necesita mucha voluntad política para hacer que eso llegue a la ciudadanía. Me voy a repetir una vez más, yo abogo por un marco legal, una ley que obligue a todos. Los matices en este aspecto en otra ocasión.
Esperemos que este nuevo gobierno (si es que llega), trate a la Cultura como se merece. Sin complejos. La diversidad lingüística no es un problema, sino un activo. El Estatuto del Artista es un paso. Pero una buena Ley, enmarcaría a este estatuto, al de los teatros públicos, una escuela de gestión, unificación de los estudios en Artes Escénicas dentro de la diversidad y tantas otras cuestiones que deberíamos estudiar con visión progresista y para los próximos diez años. No para mañana.
Que nadie se duerma. Ni que la coacción tenga efectos nocivos.