Cine en el teatro
La Comédie Française presenta en su temporada actual dos obras que llegan directamente del cine: La caída de los dioses o Los Malditos (Les Damnés) con guión de Luchino Visconti (ayudado por Nicola Badalucco y Erico Medioli) dirigida por el holandés Ivo van Hove, y Fanny y Alexander de Ingmar Bergman dirigida por Julie Deliquet.
Los Malditos fue la obra – evento en el festival de Aviñón en 2016, mientras que Fanny y Alexander acaba de estrenarse con una adaptación tomada del guión de la película, de la serie de televisión y de la novela de Bergman.
¿Por qué poner en escena obras que ya han sido éxitos de crítica? ¿Qué se gana con la puesta en escena teatral de una película? Tratemos de responder a estas cuestiones.
Cuando se inventó el cinematógrafo todos se preguntaron en la época si la novedad iba a servir para reproducir en la pantalla el repertorio teatral. Sin embargo el recién nacido muy pronto encontró su camino en la narrativa. Cuando el cine se hizo sonoro volvió a plantearse la posibilidad teatral, que también fue rápidamente superada. El cine era cine y el teatro empezó a balbucear. La supremacía del autor se redujo, el director de escena adquirió una nueva nobleza, hasta que las corrientes actuales nos hablan de eliminar al dramaturgo en la era postdramática, concepto resbaloso que abarca desde fecundidad inteligente en la escena, hasta la indisciplina y facilidad grupal. Sin embargo, la construcción dramática sigue siendo necesaria, tanto en el cine, como en las series de televisión, y por supuesto en el teatro.
Huérfanos de autores, los directores abrevan en la narrativa y ahora en el cine. Los ejemplos son múltiples, aunque afrontar ese desafío significa varios problemas: en primer lugar no quedar aplastado por la grandeza de la obra original; después proponer algo diferente que distinga al teatro de la pantalla, recobrar la magia del espacio y de la realización en directo. Dar una perspectiva diferente sin traicionar el original.
El cine y la televisión han acaparado talento dramático. Aquellos que podían ser excelentes dramaturgos se van al cine o la tv; los realizadores mismos muchas veces son muy buenos dramaturgos. Los autores que nos ocupan, Visconti y Bergman, son un buen ejemplo. Ambos hicieron teatro, de Bergman se cita continuamente su frase, volver al teatro es como volver a casa o puedo dejar de hacer cine, pero nunca teatro, de ahí tomaron recursos para sus obras. Visconti fue un gran aficionado a la ópera y dirigió mucho teatro lírico. Es decir que ambos tenían una sólida formación teatral gracias a autores como Shakespeare o a los nórdicos como Strindberg para Bergman. No escriben sus películas por capricho o casualidad, son la consecuencia de un sólido trabajo dramático adaptado al cine. Es normal que sus obras regresen a la escena.
De Bergman se han adaptado muchos guiones de sus películas, Persona, Escenas de la Vida Conyugal, De la Vida de las Marionetas, etc., con bastante éxito. Visconti es más difícil de adaptar, pues hay que contar con la extraordinaria potencia visual del realizador. Sin embargo Ivo van Hove ha realizado la proeza incluyendo video en su versión de La caída de los dioses – Los Malditos, adaptado a la sala de la Comédie Française y un imaginativo uso del espacio. La crítica es unánime desde Aviñón 2016: se trata de una recreación insuperable y teatral.
Y precisamente de Ivo van Hove se va a presentar en París otra adaptación llegada de la narrativa: The Hidden Force (La fuerza de las tinieblas) una historia de Louis Couperus sobre la caída de un gobernador en Indonesia, dominio colonial holandés, por la obscura fuerza de la magia. Ahí trabaja con su compañía Internaational Theatre Amsterdam en una puesta en escena en donde impera la madera, el agua y la carne de los comediantes.
Pero volvamos a la pregunta inicial: ¿Por qué recurrir a los mitos del cine para recrearlos en el teatro? Tal vez en la pregunta esté la respuesta: Porque con su fuerza el cine encuentra mitos que afectan a la sociedad actual, porque son temas trascendentes que en el teatro cobran nuevas dimensiones. En el caso de Los Malditos estaríamos ante la alianza familia — poder económico — poder político —corrupción, temas caros a Shakespeare, fundamentales en nuestra época. En el caso de Fanny y Alexander el tema de la creatividad infantil a la que renunciamos con el transcurrir de los años y los efectos del paso del tiempo.
Aunque la pregunta regresa insidiosa formulada de diferente manera: ¿por qué la dramaturgia teatral actual es incapaz de proponer obras ancladas en el mito del hombre y que sean de actualidad? En el cine es común que trabajen dos o tres guionistas para dar volumen y fuerza a las acciones, a los diálogos, —y frecuentemente mientras más trabajan, mejores son los resultados. ¿Por qué en el teatro esto es imposible? ¿Por qué la Comédie Française no contrata a dos autores para crear una nueva obra? ¿Por qué no se estimula la creación dramática? No lo sabemos, pero pedirle argumentos al cine es utilizar un camino andado, aunque tal vez ese haya sido el destino del teatro desde su invención.
Enrique Atonal París marzo 2019