Críticas de espectáculos

CINE/La Tristura/XXXIII FESTIVAL DE OTOÑO A PRIMAVERA

La tristura, entre la Sala Verde y el Doré

Creada en el año 2004 en Madrid por cuatro estudiantes de la Resad – Itsaso Arana, Violeta Gil, Celso Giménez y, hasta 2012, Pablo Fidalgo – La tristura ha ido elaborando meticulosamente su palmarés hasta conseguir situarse en una posición privilegiada en esa élite de nuestra escena alternativa que son sus contados grupos de teatro experimental. Interesados por la literatura y el arte contemporáneo en sus múltiples facetas y por el cine en particular, su primera producción pública, Años 90. Nacimos para ser estrellas (2008), una síntesis de lo ocurrido en el último decenio del siglo XX desde la caída del muro al derrumbe de las torres gemelas, se estrenó en la ya desaparecida y mítica sala El Canto de la Cabra y recibió aquel año el premio del Injuve.

Actos de juventud (2010), presentada en el festival Escena Contemporánea, se convirtió en un canto de amor a la vida, energía y expectación que caracteriza dicha época de nuestra existencia por muy duras y confusas que se presenten las circunstancias. La anterior obra se repite, por decirlo así, en Materia prima (2011), pero esta vez interpretada por cuatro niños de diez años de edad que constituyen una contrarréplica infantil de las ideas y sentimientos de sus mayores. Recibió el premio Revelación de los Max 2011. Estrenada en La Cuarta Pared en la que fuera la última edición de Escena Contemporánea, El sur de Europa. Días de amor difíciles (2013) parte de una sentencia, «Capitalism kills love», escrita en grandes letras de neón por el colectivo parisino Claire Fontaine, para mostrarnos el complejo devenir de tres parejas en cualquier ciudad del sur de Europa arrasada ya por la crisis.

Han tenido que pasar casi tres años para que La tristura presentara su nueva creación, CINE (2016), como estreno absoluto dentro de la XXXIII edición del Festival de Otoño a Primavera que organiza la Comunidad de Madrid. Ese prolongado lapso de tiempo entre sus entregas al público es precisamente uno de los factores que le otorga a este grupo un determinado «caché» entre sus semejantes: el no prodigarse con exceso y pensarse detenidamente el próximo paso que tienen que dar para avanzar en su carrera. Máxime cuando la ocasión tiene un significado biográfico de gran trascendencia para sus componentes: han cumplido o están a punto de cumplir los treinta años. Infancia y juventud quedan atrás – nos dicen (un poco precipitadamente, creo yo) – para enfrentarse a la madurez. Momento pues de cambio para unos creadores que asocian cada espectáculo que montan con cómo ven la vida en ese instante. No es hora ya, por tanto, de Actos de juventud ni de Materia prima sino de algo completamente nuevo, una primicia que, cerrada una etapa, les permita pulsar el botón de «reset» y empezar otra vez. Más espectadores de cine que del drama moderno, echaban ahora en falta en su producción de artistas experimentales siempre atentos a la situación y la presencia congelada de lo sugerido por la palabra, un uso más extenso del diálogo y de la acción dramática, esto es, de la fábula, el relato, la narración: «Queríamos escribir diálogos, queríamos ver a gente hablar y responderse en el escenario, pero de otra manera, desde otro lugar». Así que van a contarnos una historia – y es la primera vez que lo hacen: la historia de un hombre en movimiento («kiné») que, alcanzada esa anhelada madurez, va a comenzar un viaje en busca de su ignorada identidad (se trata de un «bebé robado») y, como ocurre en estas ocasiones, a medida que avance, irá retrocediendo hacia el pasado siempre a la zaga de saber una oculta verdad. Una peripecia que funciona, ésta del rastreo de los propios orígenes, muy especialmente cuando, como sucede aquí, éstos están ligados a la infausta historia del país. Y es que, como lo indican sus autores (Itsaso Arana y Celso Giménez), su nueva obra se mueve «a la búsqueda de la identidad, desde un lugar absolutamente íntimo, pero con consecuencias políticas (…) CINE nace del deseo por explorar la mirada telescópica y microscópica. Una continuación en la búsqueda del relato íntimo, de la micropolítica, de los lugares en los que se conectan lo grande y lo insignificante».

En cualquier escenario, como lo es el de la Sala Verde de los teatros del Canal, la historia se convertiría sin esfuerzo en una «representación» arquetípica: la escena se poblaría de «personajes» que encarnarían a los protagonistas del relato, los actores los «interpretarían» procurándoles dar un máximo de humanidad y, ante esta exposición de «realidad», el conjunto del público, además de seguir con interés la trama, terminaría emocionándose al ver las vueltas que puede dar la vida de un bebé. Pero no es ése el propósito de los miembros de La tristura: bien está que quieran dialogar y desarrollar un argumento, pero sin tener por ello que perder lo que es la esencia de su juego, el «lenguaje» del cine y sus referencias formales. Para ellos, la Sala Verde se transforma en la sala del cine Doré, uno de los puntos de encuentro de la «troupe», en la que tanto han asimilado. Ello trae de inmediato una serie de consecuencias tanto en el terreno de la interpretación como en el del uso de las artes escénicas. Por empezar por estas últimas, como ocurre en Hate Radio del creador alemán Milo Rau, al espectador le son entregados a la entrada unos auriculares a través de los cuales oirá directamente la función como si cada sonido se dirigiese a él, individualizándole. Así ocurre en el cine, donde la recepción es común pero cada oyente queda aislado por la oscuridad de la sala y ese punto fijo de atención que es la pantalla. No se trata, por tanto, de una representación mimética de la realidad sino de una proyección de la misma que la hace más real aunque se trate de una realidad artificial mediada por la técnica. Y es esa técnica, presente también en los desplazamientos de los personajes, los cambios de escena, el atrezo reducido a su mínimo, el tratamiento de los objetos y el espacio sonoro y la iluminación, todo debidamente fragmentado como en una pieza postdramática, la que nos hace reconocer de inmediato la influencia de Robert Lepage y de esa forma suya, no de representar, sino de construir un remedo de la realidad, su simulacro, a través de los medios tecnológicos.

En cuanto a la interpretación, La tristura nos deja tan sólo a uno de sus miembros en escena (Itsaso Arana) y trae a los otros dos del exterior, la excelente actriz argentina Fernanda Orazi y el músico y cantautor asturiano Pablo Und Destruktion. Como si para simular lo dramático hubiese que contar con tres actores que aportasen por sí como un surplus de realidad para ser capaces de rebajarlo cuando están en escena y actuar con naturalidad e incluso, yo diría, con cierta frialdad o alejamiento que concuerda a las mil maravillas con esa sensación mecanicista que se le quiere dar a esta reconstrucción de la realidad. Tal vez para endulzarla e introducir así algunos elementos paliativos en un tema tan agrio como es la búsqueda de una madre perdida, cinco niños que recuerdan a los de Materia prima se pasean por el escenario, actúan como improvisados tramoyistas o escuchan, tumbados en el suelo, cómo canta Destruktion. Le dan así al final un aire tierno, aunque para mí innecesario, que contrasta con la conversación con el juez que facilitó la adopción de ese bebé robado que fue Pablo. De La tristura se ha venido a decir que «tiene las imágenes más bellas y los textos más crudos» de nuestros grupos contemporáneos. Si por «crudo» se entiende una cierta tendencia a la «boutade» cuando no un cinismo manifiesto, baste con recordar que en su alegato para justificar su intervención en el caso de los niños robados, el juez llega a decir que, viniendo de donde venían, de madres sin posibles, vergonzantes o represaliadas, lo mejor que se podía hacer era entregarles en adopción a familias acomodadas. Si es eso lo que, a sus treinta años, piensan los miembros de La tristura de verdad, más les valdría echar la marcha atrás y volver a su juventud (que, para mí, aún no han abandonado).

La tristura ha venido colaborando con espacios del teatro experimental como son La Casa Encendida de Madrid, Cena Contemporânea de Brasilia, el Festival Spielart de Múnich, el Théâtre de la Ville de París, el Festival BAD de Bilbao, el Teatro Laznia Nowa de Cracovia, Escena Contemporánea de Madrid, Teatres de la Generalitat valenciana o el FITBH de Belo Horizonte. El Teatro Pradillo programó durante tres semanas a principios de 2014 una gran muestra de su trabajo en la que se repusieron tres de sus cuatro obras, se estrenó una película sobre Materia prima dirigida por el cineasta Juan Rayos, Los primeros días, en la Cinemateca del Matadero y aportaron su colaboración otras figuras del teatro contemporáneo como Marcos Mora, director de la Veronal y Premio Nacional de Danza o Pablo Gisbert, director junto con Tanya Beyeler del grupo El conde de Torrefiel. También durante el mes de mayo del año pasado han impulsado el Festival Salvaje en el barrio obrero de San Cristóbal de los Ángeles, en el sur de Madrid, con el fin de llevar las artes escénicas más contemporáneas a uno de los barrios más pobres de la capital.

David Ladra

Abril 2016

Título: CINE – Grupo: La Tristura (Itsaso Arana, Violeta Gil, Celso Giménez) – Creación y texto: Itsaso Arana y Celso Giménez – En escena: Itsaso Arana, Fernanda Orazi y Pablo Und Destruktion – Invitados: Mateo Linder, Cristina Rincón, Olmo Rocca, Simona Rocca y Naia Sobrado – Voces: Roberto Baldinelli, Javier Gallego, Miren Iza, David López y Adriana Salvo – Escenografía: Ana Muñiz – Diseño de iluminación y dirección técnica: Eduardo Vizuete – Asistente técnico: Roberto Baldinelli – Diseño sonoro: Eduardo G. Castro – Ayudante de todo: Violeta Gil – Comunicación: Paloma Fidalgo e Israel Paredes – Cartelería y fotografía: Mario Zamora – Diseño gráfico: Estado Triplete – Distribución internacional: Claudio Ponzana – Teatros del Canal, Sala Verde, del 7 al 10 de abril 2016


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