
Clausura del III Festival Nacional de Teatro Musical «Vegas Altas»
En España, durante años nos habíamos habituado a la magnificencia de las grandes producciones musicales: escenarios desbordantes de luz y color, el fulgor de muchos actores y bailarines danzando al unísono, fastuosos números musicales y una puesta en escena inamovible, concebida para entretener deslumbrando. Sin embargo, en las últimas décadas, una nueva corriente ha irrumpido con fuerza en los escenarios españoles, ofreciendo una propuesta teatral innovadora dentro del panorama musical, que se aleja del esplendor de los grandes elencos y de las imponentes escenografías para abrazar una esencia depurada, donde la sobriedad de la producción no merma la grandeza del resultado final.
Estos espectáculos, dotados de un contenido cautivador, hallan su fortaleza en la destreza de los actores, en su versatilidad y en su capacidad para sostener con maestría la escena, valiéndose de recursos mínimos. Y en esta aparente sencillez ha radicado su verdadero esplendor, pues el arte, en su expresión más pura, no necesita artificios para conmover. Siguiendo esta línea, este III Festival -al igual que sus dos ediciones anteriores- ha cerrado con rotundo éxito este fin de semana. Durante el mes de marzo, ha ofrecido una exquisita selección de obras musicales bajo este formato alternativo, recibiendo la cálida acogida por parte del público, que ha colmado los teatros Palacio de Congresos (de Villanueva de la Serena) e Imperial (de Don Benito).
«Asesinato para dos»: ingenio y talento de dos actores y un «extra» improvisado
Resultó un soplo de aire fresco, este musical de pequeño formato de la compañía El Tío Caracoles que apuesta por la sutileza y el minimalismo sin perder espectacularidad. Basado en la creación de Kellen Blair y Joe Kinosian, la trama nos sitúa en la celebración del cumpleaños de Arthur Whitney, un renombrado novelista que, en plena fiesta, es asesinado. En el centro de la investigación se encuentra Marcus Moscowitz, un agente de policía con la ambición de ascender a inspector. A su alrededor desfilan una serie de excéntricos sospechosos, a quienes entrevista buscando la verdad. El humor es uno de los pilares de la obra. A través del absurdo, la parodia y la sátira social, las situaciones se suceden con un ritmo ágil y vibrante.
Bajo la dirección de Zenón Recalde, el montaje convierte la simplicidad en una poderosa herramienta narrativa. Un piano de cola, un diván y unas cortinas bastan para situarnos en la casa donde transcurre el crimen. La lograda iluminación refuerza la atmósfera de misterio, mientras que el piano no solo cumple su función musical, sino que se transforma en un elemento narrativo clave, añadiendo profundidad y dinamismo a la dramaturgia.
Sin grandes artificios, la puesta en escena logra envolver al espectador, apoyándose en la energía arrolladora de los actores y en un aprovechamiento ingenioso del espacio. Musicalmente, la obra se aparta de los estribillos convencionales y se adentra en una construcción sonora más compleja, con influencias del inconfundible Stephen Sondheim.
Sin duda, el mayor acierto es su dúo de intérpretes. Mikel Herzog Jr. dota a su personaje de una presencia escénica cautivadora, mientras que Didac Flores deslumbra con su capacidad camaleónica al dar vida a una docena de sospechosos, con su precisión gestual y vocal y pequeños elementos de vestuario (como gafas, pelucas, gorros o una pipa). Su química en escena y su impecable sincronización con Mikel -tocando ambos el piano simultáneamente en algunos pasajes- elevan la obra a un nivel excepcional.
La interacción con el público tiene su punto jocoso cuando, en un giro inesperado, los actores invitan a un espectador a participar en la escena: Juan Ruiz Fernández (persona conocida en Don Benito) fue quien que asumió con desparpajo el improvisado rol, provocando carcajadas y recibiendo una sonora ovación. Este juego de interacción culminó con un bis, algo poco habitual en el género, pero que demostraba la conexión única que la obra logra con sus espectadores.

«Asesinato para dos» es la prueba de que el teatro musical no necesita artificios deslumbrantes para impactar. Su frescura, originalidad y el impresionante despliegue interpretativo de sus protagonistas la convierten en una joya escénica, tanto para los amantes del género como para quienes se aventuran por primera vez en el mundo del musical.
«Maria Callas, Sfogato»: El eco inmortal de una diva
Si hay un mito imperecedero en la ópera, es sin duda el de la soprano Maria Callas. En este espectáculo, producido por Sing-Us Music, su figura sigue viva, no solo en su voz inmortal, sino en el eco de su historia, que aún nos conmueve y nos deslumbra, trascendiendo el arte para convertirse en un símbolo de entrega, pasión y tragedia.
«Maria Callas, Sfogato», con texto de Pedro Víllora, nos sumerge en su última noche en París en 1977, en una función íntima y poética que revela los claroscuros de la mujer tras la leyenda. Víllora construye un retrato dual donde conviven Maria, la mujer vulnerable, y Callas, la artista indomable. Un retrato sincero y conmovedor de una mujer que lo tuvo todo y lo perdió todo por amor. Con un lenguaje de marcado lirismo y una estructura sólida, la obra no cae en el sensacionalismo, sino que explora con rigor psicológico la relación entre técnica y creación, mostrando la revolución interpretativa que Callas trajo al canto lírico.
Bajo la dirección de Alberto Frías, el espectáculo respira elegancia y profundidad. La escena fluye entre lo onírico y lo tangible, envolviendo al espectador en una atmósfera que oscila entre el recuerdo y la realidad. La interacción entre las dos Marías y la presencia de Bruna, su fiel asistente, generan un juego teatral donde los afectos y las verdades emergen con naturalidad. Las luces de Enrique Toro acentúan la dimensión evocadora del montaje, creando bellos paisajes emocionales. Los figurines de Sabina Atlanta, con especial mención al icónico vestido azul, capturan la esencia de la diva con fidelidad y simbolismo.

En la interpretación teatral Mabel del Pozo encarna a María con una organicidad asombrosa. Su transformación es mágica: en un instante, la imponente Callas se disuelve en la frágil María, despojándose del mito para abrazar su humanidad. Anabel Maurín, como Bruna, aporta equilibrio con una interpretación sobria y precisa, ejerciendo de ancla entre la artista y la mujer. Juntas, conforman un dueto actoral de alto nivel.
Pero la música es el alma de este homenaje. Eva Marco, en una sustitución magistral, revive las arias inmortales de Callas con una interpretación sólida, plena de matices y sensibilidad. Su «Vissi d’arte» conmueve, su «Habanera» seduce y su «Norma» arrolla. Natalia Belenova, al piano, toca con impecable maestría la banda sonora de este viaje emocional que brinda una experiencia imprescindible para los amantes de la ópera y el buen teatro.
«Los tacones de papá»: un festin de transformismo, humor y reflexión
Es un espectáculo de Zarpa Madrid Producciones que equilibra el humor, la emoción y la reflexión, sostenido por un montaje ágil y un elenco deslumbrante. El libreto de José Warletta brilla por su ingenio al equilibrar la risa con la hondura emocional. En un acto de malabarismo teatral, mezcla el transformismo con la religión sin estridencias, generando una tensión dramática tan inesperada como fascinante. Aunque la premisa podría deslizarse fácilmente hacia lo vulgar, Warletta opta por la sutileza y la inteligencia, hilando diálogos afilados y situaciones cómicas que nunca pierden el respeto.
La puesta en escena de Juan Luis Iborra y Warletta es un reloj suizo de precisión cómica y narrativa. Cada escena fluye manteniendo un ritmo que atrapa sin dar respiro. La comedia está tratada con el mimo de un orfebre, aprovechando cada oportunidad para arrancar carcajadas sin descuidar el peso emocional de la historia. Las coreografías de Luìs Santamaría, lejos de ser un mero adorno, son una invitación al espectador a sumarse a la fiesta. La escenografía de Pizarro Estudio, juega con elementos móviles que le confieren dinamismo. La iluminación de Juanjo Llorens es un pincel de luces y sombras que enfatiza los momentos clave. Y el vestuario de Macarena Casis, más que vestir a los personajes, los define. Desde las lentejuelas que gritan extravagancia hasta los atuendos más sobrios que susurran sutileza, cada prenda cuenta su propia historia.
El elenco, es una maquinaria bien engrasada que deslumbra con su talento y una química innegable que traspasa la cuarta pared, conectando de inmediato con el público. Eva Rodríguez brilla en su transformación como Marta Beltrán, una joven cuyo viaje interior es el alma de la obra. Con una naturalidad que enamora, transita de la confusión a la aceptación, entrelazando vulnerabilidad, humor y fuerza en una interpretación que es pura magia escénica.
Alberto Zimmer y Javier Sevillano forman un tándem explosivo con sus personajes de Barbitúrica Rey y Alexis Divine. Zimmer, una tormenta de desparpajo y energía, se adueña del escenario con una presencia irresistible. Sevillano, por su parte, envuelve su personaje en una elegancia natural, equilibrando la extravagancia con una ternura inesperada. Edu Chico y Miguel de Miguel irrumpen en escena como dos musas traviesas, encarnando a las típicas amigas chismosas. Su chispa y vivacidad son el condimento perfecto para la trama, manteniendo el ritmo siempre en alto con su desparpajo cómico. Y David Tortosa redondea el reparto con su interpretación de Ramón, un carnicero sexy y carismático que sorprende con su mezcla de encanto, humor y una voz privilegiada