Y no es coña

Comunicación, prensa, los medios y los enteros

Cuando empieza a ser difícil distinguir entre comunicación, prensa, propaganda, medios y relaciones entre ellos, podemos convenir que estamos en un auténtico territorio minado para la fluidez, pues se crean involuntariamente departamentos estancos. En estos lugares se deciden varias cosas importantes, las campañas de publicidad, en las que se debe incluir los medios escritos en papel, los digitales y las redes, el proporcionar material informativo para su difusión, y al fondo, muy al fondo, el famoso corte, que, en la corte de los borbones, parece importante para ser algo o alguien en el mundo oficial y de intereses mutuos.

 

El corte son las butacas del día del estreno destinadas a los invitados que se dividen en dos partes, los institucionales, generalmente políticos y funcionarios de grado alto, y los profesionales, en donde hay, por lo menos, dos secciones, los que tienen que ver con la prensa, desde informadores a críticos, y los que se destinan a personalidades del mundo de la actuación, la dramaturgia o la dirección, sin olvidarnos de que cada vez más han entrado en la lista los programadores de otros edificios teatrales o festivales. 

Sobre la distribución de la publicidad desde los teatros privados, nada que decir. Son libres de utilizar sus recursos, aunque una parte de ellos venga del dinero público, como mejor entiendan sus responsables. Sus criterios, se supone serán de eficacia y de utilidad para el objetivo final: lograr que vayan más espectadores a sus programaciones. En cambio, las unidades de producción de titularidad estatal que, por razones ya conocidas, residen en Madrid, deberían tener alguna sensibilidad más allá de lo inmediato. Debería ser un reparto más estudiado, pensando que es posible que una revista, incluso un periódico de otros lugares del Estado español, puede ser un buen canal para llegar a una parte de los posibles espectadores, cosa que es obvia, pues hay un fluido bastante evidente de públicos llegados de “provincias”, tanto a los musicales, como a las unidades de producción del INAEM.

No voy a quejarme de nuestra situación la de este diario y nuestra revista ARTEZ, aunque la consideramos discriminatoria. Pertenezco a una Academia, sé el número de socios, veo la publicidad insertada en su revista y creo que es correcto que tenga esos anuncios, pero no por efectividad publicitaria, sino por apoyo, asunto que se pudiera trasladar a otras revistas que tienen, demostrable, el triple de número de suscriptores y una mejor distribución, por ejemplo.

Y otro asunto que no es fácil comprender sin entrar en un laberinto de sospechas, la publicidad se gestiona por una agencia que ha ganado un concurso, se supone, y en ocasiones toma decisiones por encima de los directores. Y ponen pegas. Y se llevan porcentajes y comisiones. Algo no cuadra. 

Sobre el corte, las invitaciones, la crítica, los anuncios publicitarios, la coherencia, los medios y la manera de sobrevivir. Hasta donde yo sé, hay tres teatros en Madrid, que los invitados pagamos un módico precio de las entradas, tres euros, que en algunos de ellos se nos indica que se van a destinar a crear becas de nuevas dramaturgias. Cosa que así ha sido. Esto empezó en el Pavón Kamikaze, después lo hizo el Teatro de la Abadía, donde algún sostenemos alguna pequeña duda, ¿no es un teatro público o semi-público? La Sala Mirador también pide esta cantidad a los invitados. La verdad es que no me parece nada mal esta idea. Tampoco me parece del todo bien. Pero no tengo argumentaciones. 

Mi duda desde siempre es si tenemos algún derecho adquirido los que informamos, criticamos o, en mi caso de manera bastante habitual, pasamos informes de obras a varios programadores y festivales del ámbito iberoamericano, todo a la vez. Por una cosa u otra no he pagado nunca en ningún teatro del mundo desde hace cuarenta años. En unas salas me dan dos invitaciones y en otras una sola. Si viene alguien más conmigo no perteneciente a ninguno de los rubros susceptibles de ser invitados profesionalmente, les pago yo las entradas. Si no puedo ir por alguna circunstancia aviso a la sala o teatro. Cuando era crítico en ejercicio total, escribía posteriormente mi correspondiente crítica en el periódico donde escribo. En los festivales y ferias, hacía una crónica, hasta que las circunstancias económicas nos dijeron que era insostenible una revista de papel, de más de sesenta y ocho páginas. Muchos espectáculos han viajado a festivales de fuera, han entrado en programaciones interiores debido a mi informe. Es decir, creo que he sido rentable para quienes me han invitado. Creo.

Como ahora soy un ex excrítico, mi situación es más irregular. Me cuido mucho. En el periódico donde publico, la situación está mal, por lo que no puedo seguir el mismo ritmo, por lo tanto, ahora, no encuentran los responsables de prensa, comunicación y propaganda mi rentabilidad inmediata. Y te lo dicen. Y te lo piden de una manera u otra. Y que conste que yo no estoy en el corte oficial estrenista, ni lo quiero. Voy en días sin afectación familiar en los aplausos y vítores, con público voluntario y de pago.

Entonces, viendo esta actitud me lleva a pensar que los medios, los blogueros, los críticos actuales, además de su formación y capacidad para ejercer su labor, deben sufrir unas presiones impresionantes. Si el medio donde escribes vive de las inserciones publicitarias del INAEM, ¿puedes escribir con libertad sobre lo que se programa ahí?  Y en los privados lo mismo. O más. Y no señalo a nadie, me hago cargo del ambiente algo totalitario, intolerante en el que vivimos en términos sociales, que, por lógica, debe influir en los pequeños detalles. Y se considera que la crítica debe ser un factor de publicidad más, para eso pagan e invitan. Malos tiempos para la reflexión crítica. 

Por cierto, ayer publiqué de nuevo una crítica en este medio. Y espero seguir haciéndolo con asiduidad. Sin más. Por contradecirme un poco más.


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