Con cuatro dedos y medio
Estaba pensando en las horas que habré pasado a lo largo de mi vida frente a unas teclas, primero de una máquina de escribir y ahora de un ordenador integrado. El anterior ordenador portátil acabó con algunas letras destruidas de tanto uso. La a, por ejemplo, la debemos usar millones de veces a lo largo de una vida. Antes, se estudiaba mecanografía. Ahora se aprende a escribir con dos deditos en un teléfono que nos suplanta la inteligencia. Los que aprendimos a escribir con diez dedos, sin mirar a lo escrito, es decir mirando lo que debíamos copiar, nos hemos ido atrofiando. Yo uso cuatro dedos y medio. Hay veces que uno y medio de una mano y tres de la otra. Y las cruzo. Y no miro a ningún lado, pero me concentro en el teclado antes que en la pantalla. Vicios. Costumbres.
Tras más de siete meses varado he empezado a hacer una vida cercana a lo que hace poco era mi rutina habitual. He vuelto a tomar un avión. Un viaje corto, de Madrid a Lisboa. Ninguna sensación especial. Solamente que no paso bajo el arco del control debido al marcapasos. Me pasan por el lateral. Y me cachean con afición. La paranoia del sistema y el karma de uno como sospechoso habitual hace que se extremen las vigilancias. Hasta aquí el relleno. Vamos a lo mollar. He vuelto a Palma del Río. Muchos años de historia en la muestra andaluza. Recuerdos, abrazos, conversaciones retomadas, impresiones y sensaciones. Todo cambia. No siempre a mejor. Todo permanece, no siempre es peor. Es una cita muy amigable. Hay unas circunstancias ambientales que hacen que la relación entre los asistentes se haga de manera orgánica. Las infraestructuras no han variado esencialmente. Los lugares donde se representan las obras condicionan, para bien o para regular. Estuve treinta y seis horas. Hablé mucho. Tuve que repetir mi parte médico actualizado. Saludé a viejos camaradas. Bebí vino verdejo de cosecha propia de un amigo vitoriano, actor y parte fundamental del teatro para niños y niñas en España. Repetiremos charla. Hay ganas. El teatro andaluz existe. Y aquí se visualiza globalmente.
Mi viaje a Lisboa es para asistir al festival de Almada y aquí estamos hablando de otro nivel, de otro compromiso con las Artes Escénicas, de otra mirada a la creación europea de excelencia. Lo repetiré otra vez: es el mejor festival de la península ibérica. Matizo, aquí en Almada desde donde escribo es donde veo los espectáculos y las propuestas más importantes de cada año del teatro universal, con la firma de los mejores dramaturgos y directores. Y está sufriendo, de nuevo, acoso económico, pero se mantiene. Y un detalle, se llenan sus butacas en todas las representaciones y para ver obras en croata, esloveno, español, francés o inglés. Con sobretitulación. Un ejemplo. Los públicos saben dónde ir. Y no es necesario hacer basura populista para obtener resultados de audiencias. El rigor, también tiene su clientela.
Aquí hay invitados de medios de comunicación españoles, italianos, rumanos, ingleses y un largo etcétera. Acaban de llegar cuatro directores y directoras de cuatro festivales brasileños muy importantes. Hay actividades constantes. La programación es primorosa, de la que les hablaré en detalle el próximo lunes, con el espacio que me deje el sabio Afonso Becerra que ha pasado por aquí unos días, pero vaya por delante que “Arizona” de Juan Carlos Rubio, en el montaje mexicano de Teatro de Babel, dirigida por Ignacio García, ha sido muy bien recibida. Las circunstancias de la llegada de Trump al poder la han convertido todavía más en un legado de denuncia importante. Van mis circunstancias. Este montaje lo vi en la sala pequeña del María Guerrero de Madrid cuando se presentó hace cinco años, en Miami, hace cuatro años y ahora en Almada. Larga vida a las obras que dicen algo más que palabras, emociones y situaciones.
Y sigo dándole vueltas a la manera en que se escribe. ¿Si utilizara más dedos, escribiría más rápido y mejor? Si con cuatro dedos y medio he llegado hasta aquí, ¿mi cuerpo, mi espalda, mi hombro lesionado, las yemas de mis dedos y mi cerebro, admitiría una nueva evolución? ¿Plasmaría de la misma forma lo que pienso? Voy a mirar al Tajo un poco, apartando de mi perspectiva a los miles de turistas, para ver si llego a alguna conclusión más allá de que el Teatro, cuanto mejor, Mejor.