El Hurgón

Con el favor de Dios

Si todo transcurre de acuerdo con lo que tradicionalmente se ha conocido como la bondadosa respuesta de la divina providencia a quienes le elevan súplicas con mucha piedad, en Colombia van a cambiar muchas cosas, y tal vez de manera radical, en el inmediato futuro, como consecuencia de la devoción con que los políticos han puesto sus nombres a la consideración de Dios, más que de las masas, para dirimir la contienda electoral que se avecina y que tiene como fin mudar de alcaldes, diputados de asambleas departamentales y concejales de municipios.

En las entrevistas que por estos días hemos tenido oportunidad de leer, escuchar y ver, a través de la prensa escrita, la radio y la televisión, algo ha quedado muy claro y es que los candidatos, incluidos aquellos que por su postura política pudiesen ser calificados de ateos, están forcejeando por ganar la voluntad divina, primero que la de las masas, para alcanzar el triunfo electoral, pues han puesto en sus manos la decisión final.

De lo anterior se deduce que el resultado de la gestión de gobierno de los próximos alcaldes y gobernadores de Colombia será competencia de la voluntad divina, por lo que desde ya elevamos nuestro ruego para que en materia de gestión cultural se exprese el mandamiento divino, porque sobre ésta nada han dicho los candidatos, tal vez porque durante la campaña política han patrocinado mucha parranda, como se llama aquí a la fiesta, y a lo mejor los candidatos a alcaldías y gobernaciones consideran que de esa manera ya le han adelantado a la sociedad una importante cuota de actividad cultural, porque entre nosotros, la parranda, a la cual los gobiernos locales, regionales y nacional le tributan buena parte del presupuesto de cultura, también se encuentra catalogada como gestión cultural, amparada con el término de fiesta popular.

Todos han hablado de vivienda, salud, transporte público, educación, en fin, de temas que mantienen obsesionada a la gente, y cuya ausencia en el discurso político genera desconfianza, pero a ninguno se le ha escuchado un planteamiento creíble en materia de cultura, ni un compromiso acerca de qué hará para garantizar que el escaso dinero destinado a la actividad cultural sea distribuido conforme con un plan de promoción, en el que impere la calidad del producto ofertado, y no la amistad de quien lo ofrece, pues, aunque en Colombia existe una Ley General de Cultura, que el Ministerio de Cultura respeta, según podemos afirmar hasta donde llega nuestra capacidad de averiguación, los alcaldes y gobernadores, debido a que no están obligados por dicha Ley a distribuir el dinero de acuerdo con un estricto concurso de méritos, reparten éste atendiendo más a los afectos que a los resultados. Por eso hacen más, quienes más amigos tienen en la burocracia cultural oficial.

Comprendemos la piedad de que hacen gala quienes sufren el estrés que produce el estado de competencia, porque encomendarse a una fuerza superior ayuda a paliar el temor a perder, y genera confianza. También comprendemos el reconocimiento que quien aspira a alcanzar poder está obligado a hacer al predominio de la religión, porque es una forma de afirmar por anticipado que es consciente de las reglas de juego que debe observar, y de declarar que acepta que en nuestro país, consagrado al corazón de Jesús, quien aspire a convertirse en un dirigente, local, regional o nacional, debe poner a Dios por encima de los demás intereses. y que por eso, para alcanzar la gracia de gobernar, se someta a la voluntad divina, antes que a cualquiera otra, incluida la popular.

Quedamos, pues, a la expectativa, porque desconocemos cuál es el criterio que en materia de gestión cultural tiene la divina providencia, y no sabemos si considera a ésta un elemento fundamental en el desarrollo del individuo.

¡Ojalá así sea! Por lo pronto, no tenemos más remedio que encomendarnos a Dios.


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