Contagio
Uno creía que se puede adquirir la inmunidad, pero resulta que de repente, en una experiencia novedosa, creo detectar en mí síntomas evidentes del virus «égola». No tengo claro si es un rebrote de cuando padecía de ello hace unos años y parecía crónico hasta que descubrí el antídoto ideal: la sinceridad y escuchar a los demás. Puede que se trate de un nuevo contagio sobrevenido. El hecho es que vuelvo a sentir malas sensaciones, creo que no se me presta la atención debida, que no se respeta mis criterios. Y todo ello porque en esta nueva vida de dramaturgo novel que estoy viviendo, se ha puesto en escena «Cuarteto del Alba», en el festival internacional de teatro de Brasilia al que tengo mucho aprecio, en el que participo activamente desde hace muchos años y que en esta ocasión, además de dar una conferencia y moderar un debate, aparezco en los carteles como autor.
El «égola» es común entre teatreros, periodistas, escritores, cineastas, filósofos y trabajadores autónomos del ramo en general. Encontrar a personas tan ecuánimes, tan solidarios, tan ejemplares en este campo, sin apenas síntoma alguna del virus como Juan Mayorga es muy difícil. Estoy recordando ahora mismo su cara y sus primeras palabras cuando hace unos meses fui a ver su primera obra dirigida por él mismo: «se trata de aplicar el sentido común». Se refería al montaje, que era muy eficaz, muy nítido, muy sencillo y virtuoso. El sentido común es una buena vacuna para el virus. Y un buen método para la dirección escénica.
Porque resulta que cuando chocan los egos de directores y autores; o de actrices y directores; o de escenógrafos y directores; o entre distribuidores y productores, en ocasiones se crea una energía positiva, pero por lo general de estos roces salen cantidades incontrolables de antimateria teatral. Por todo lo que uno ha vivido en este mundo del teatro, habiendo pasado por casi todos los oficios del gremio, uno puede entender que estamos, todavía, en la égida de la dirección plenipotenciaria. Y que el autor vivo, es un sujeto molesto, con el que se negocia a la baja pidiéndole incluso porcentajes de sus derechos, se le trata como si se le hiciera un favor y se le toma, por lo general, por el pito de un sereno.
No es excepcional escuchar o incluso leer a directores de moda, de prestigio o recién llegados que aseguran que es muy difícil trabajar con autores vivos. Y por ello se dedican a colgarse de la chepa de autores muertos, que tienen nombre, que les dan prestigio y que sobre sus textos pueden hacer todas las fechorías que les plazca porque nadie va a protestar. Tengo un amigo, aficionado cabal a las artes escénicas, que se recorre Europa viendo obras y festivales, no un profesional del medio, sino un entendido feroz, que en los últimos meses ante las varias adaptaciones de obras de William Shakespeare programadas en la cartelera de Madrid expresaba su sorpresa porque el Reino Unido no había declarado todavía la guerra a España por, a su entender, las barbaridades cometidas con las versiones o adaptaciones de esas obras.
Mirando mi biografía, detecto que he sido durante muchos años un director que tras más de una veintena muy larga de obras dirigidas, solamente cuenta con un muerto: Heinrinch Von Kleist. El resto autores vivos, uno con el que reincidí varias veces hasta premio Nobel, otros más cercanos, amigos, con los que he discutido hasta el amanecer, con los que he colaborado de tú a tú, con plena confianza mutua, respeto y capacidad crítica. Otra cosa son los resultados. Ahí interviene el talento, los aciertos, los asuntos de producción y demás. Por lo tanto sé de lo que hablo cuando hablo de las relaciones entre autor, dramaturgo y director y hasta productor.
Por todo ello, y tras las experiencias vividas por uno y compartidas con otros autores vivos, estamos intentando organizar un movimiento que reclame para nosotros la posibilidad de que nuestras obras sean dirigidas por directores muertos. ¡Qué más quisiera yo que mis obras las montaran Adolfo Marsillach, Jean Vilar, Tadeuz Kantor o Víctor García! Mientras no pasamos al otro rango, a la otra fase de la materia, ya que molestamos porque tenemos opinión, criterio, sensibilidad y capacidad de análisis, busquemos direcciones soñadas. A lo mejor de eso se trata también lo del sentido común de Juan. Todos tienen derecho a hacer «mi montaje». Nadie lo niega. Pero no siempre eligen las obras adecuadas para hacerlo. Hay directores vivos y directores muy vivos.
Insisto, todo este artículo está hecho bajo los efectos del virus égola. Espero que sean transitorios y leves y vuelva a mi legendaria orgullosa humildad. Mientras tanto, felicidades a todos. Y gracias a mi productor y director que me estará escuchando.