Contando estrellas
¿Existe un lenguaje universal que entienda todo ser humano desde Isla Mauricio a Marruecos pasando por Sri Lanka y Canadá? ¿Hay, quizás, ciertas historias, imágenes, acciones u objetos que puedan agarrar a alguien de la pechera y no soltarlo hasta que acabe el espectáculo? ¿Qué es el inconsciente colectivo? ¿Qué nos deparan los sueños?
Estas son algunas de las preguntas que puede hacerse una mente creadora a la hora de determinar el material con el que quiere trabajar. Los misterios que siempre han fascinado al ser humano son terreno fértil donde arar y plantar simiente. Aunque, a veces, de miedo rebuscar en exceso en los recovecos ocultos del silencio, las estrellas y la noche. No por miedo a descubrir sobrenaturales criaturas o verdades absolutas, sino por todo lo contrario: ¿Y si desentrañar el misterio conlleva necesariamente que lo intangible de la vida huya del lugar con pelos de loca para ocultarse rauda y veloz en otra parte?
Aunque, por otra parte ¿qué ocurre hoy en día, en pleno siglo XXI cuando conseguimos habitar una noche sin luz residual en pleno campo y silencio? ¿Qué sucede en cada uno de nosotros? Resulta sobrecogedor ¿verdad? Se apodera del ser humano un sentido inabarcable de inmensidad que no han conseguido aplacar ciertos años de vida nocturna envuelta en luz eléctrica.
Y es que al ser humano le fascina la luz en la oscuridad. Volvamos por un momento a esa noche ancestral que podría ser la primera noche de todos los tiempos. Hagamos aparecer ahora las primeras estrellas, los luceros, y, después, la luna. Prendamos ahora una luz aquí y otra allá, en la lejanía. Aparece el fuego sobre la tierra. Aprendemos ahora a hacer fuego sobre la tierra. Tan grande es la cosa que los pueblos antiguos inventan explicaciones a modo de historias o historias a modo de explicaciones para justificar hazaña de tal magnitud: esa luz que somos capaces de crear es algo arrebatado a los dioses.
Así nace el mito, que según Andrew Lang, es el «regalo original del intelecto primitivo». Del fuego conseguido a base de rozar madera con madera a la asombrosa parsimonia con la que nuestra mano da al interruptor de la luz al entrar en casa sin que sea siquiera necesario tener a la mente pendiente de semejante gesto. Siglos separan estas dos formas de usar las manos para iluminar nuestro alrededor y, en ese salto de siglos, caben las chispas arrancadas a dos piedras, la hoguera, la antorcha y el candil, la vela, la lámpara de aceite, el interruptor y la linterna.
Este parece ser el viejo juego de la ciencia y de la vida. Como el perro y el gato, como el gato y el ratón, el ser humano persigue al misterio vital desde el principio de los tiempos y, aún así, por muchas puntas de flechas de pueblos ya olvidados que desenterremos, seguimos mirando a las estrellas con el mismo asombro que hace cientos de años.