El Hurgón

Contando por contar

Por todo lo que se ve y se oye da la impresión de que muchos de quienes cuentan lo hacen sólo por contar, así como muchos de quienes escriben lo hacen sólo por escribir o de quienes cantan lo hacen sólo por cantar, porque muchos, por temor a quedarse sin ocupar un lugar que los haga sentir integrados a un proyecto con validez social, terminan ensayando oficios, con la ilusión de hallarse un día de frente con una actividad que, como le ocurrió a Platero, haga sonar la flauta por casualidad.

Hay, hoy en día, por eso, una proliferación de propuestas con un bien hecho disfraz de cultura, cuyo objetivo es ganar un espacio dentro del cada vez más grande mercado del espectáculo en que han convertido la actividad cultural, y como no estamos formados a través de un proceso educativo para indagar en el interior de las cosas y conocer sus reales intenciones, dicha proliferación nos puede llegar a parecer como una redención de la cultura, porque, por fin, todo huele a ella.

Un panorama de éstos resulta halagüeño, porque genera una impresión de actividad cultural permanente, que por lógica crea optimismo, porque si la actividad cultural se está expandiendo con tal rapidez, dentro de poco tiempo nadie va a escapar a su influencia, y de lo cual se infiere que la sociedad será cada día mejor.

La narración oral, una actividad en permanente incremento, por razones que no vamos a tratar de explicar aquí, porque ese es un tema para cuya discusión debe abrirse un espacio más grande que el de una columna, ha entrado a formar parte de esa apariencia.

Muchos de quienes ofician como narradores orales se han distanciado de lo que es la esencia de esta actividad, o sea, un vehículo de comunicación de origen doméstico, con capacidad para ayudar a conjurar el olvido y contrarrestar las nuevas formas de interacción que está creando la tecnología digital, y que tienden a deshumanizar las relaciones, para crear seres cada vez menos controversiales y analíticos y en consecuencia más propensos a la obediencia.

La narración oral, denominación más o menos nueva, identificada con muchos apellidos, y obligada a idear posturas para sortear el clima de competencia que caracteriza actualmente a toda actividad relacionada con el arte, es, sin más una proyección escénica de las tertulias de amigos, de las conversaciones familiares y de toda la imaginería cotidiana, si nos atenemos a las declaraciones de muchos de quienes ofician como narradores orales, cuando le atribuyen al origen de su vocación la influencia ejercida por las historias que escucharon en el seno familiar, de boca de un abuelo o de una madre.

Su gran aceptación, pensamos, obedece a la necesidad del ser humano de tener disponible un marco de referencia que lo proteja del desarraigo total, y el impulso que ha cobrado puede estar originado en una búsqueda inconsciente del individuo, de protegerse de la compresión del lenguaje oral y escrito que en todo caso está propiciando el desarrollo de la tecnología digital.

La narración oral, opinamos, es una actividad que, sin necesidad de artificios ni tecnicismos de atracción escénica, se puede llegar a convertir en un amparo para evitar la artificiosidad intelectual y la parálisis del pensamiento, que puede llegar a suceder cuando todo no sea más que decir una palabra para que frente a nosotros, en la pantalla del computador, aparezcan muchas opciones que nos conviden a elegir, en medio de coqueteos de impresión visual, lo que más conmueva a nuestros sentidos, cada vez menos sensibles.

Por eso no entendemos cómo es que muchos de quienes narran oralmente andan más preocupados por actuar que por contar, pero mucho más preocupados por darle relieve visual a una actividad eminentemente auditiva.

Nos parece muy importante profundizar en el estudio de cómo y porqué se dan relaciones de aproximación notable entre una actividad y el público, si el objetivo de dicha actividad es ofrecerle al público un producto que ayude a transformarlo.

¿Están haciendo esto la gran mayoría de narradores orales que andan dispersos por el mundo, o están contando por contar?


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