El Chivato

¿Corrupción en el Teatro estatal?

Carta abierta de Pablo Villamar a la Ministra de Cultura, doña Pîlar del Castillo.
Señora:
Desde el principio nuestro actual Presidente Aznar dijo que allí donde hubiera irregularidades o indicios de corrupción, se denunciara para corregirlos.
Nosotros, los que hemos dedicado una vida entera al teatro, venimos contemplando con estupor como los «Teatros Nacionales» en general, y muy en particular los de Madrid, ocurren hechos lamentables, de los que se hablaba, se habla, sin que nadie se atreva a decirlo en voz alta. Yo sí. Y voy al grano. El «Teatro Español» de Madrid, considerado siempre como nacional, aunque sea del Ayuntamiento, ha mantenido y mantiene, años y años, a un mismo director, con nómina fija, más cheques aparte, al mismo tiempo que a su esposa, también con nómina fija y cheques aparte y ambos se reparten el menú, hasta en las funciones infantiles, con otras canongías.
Añadido a esto, mantiene a más de doscientos empleados fijos, todo ello pagado por los poderes públicos, es decir, por los vecinos de Madrid que, de saberlo, renunciarían al teatro, horrorizados o saldrían en manifestación.
Así mismo, el llamado «Centro Dramático Nacional», dependiente de su Ministerio, realiza un auténtico despilfarro económico en cada uno de sus montajes. Ejemplo más reciente, «El manuscrito de Zaragoza». ¿Cuánto le cuesta al contribuyente español mantener este «Centro», que lo entrecomillo porque no existe?
También de su Ministerio está la «Compañía Nacional de Teatro Clásico», gastando sin tasa /lo paga el Estado) -es decir, nosotros-, en figurines, decorados, sueldos, sobresueldos, etc. Ejemplo último: «Peribañez y el Comendador de Ocaña», con un montaje para vergüenza del más lego.
El Teatro Real, también de su Ministerio, exige al pueblo español un alto tributo feudal, con sus impuestos directos y los indirectos. Y los tres, cuatro o cinco ¿quién sabe? Etcéteras de don Simón.
Pues fíjese señora Ministra, hasta ahí podría pasarse, hacer la vista gorda, disimular, si ello fuera en beneficio de los espectadores, poniéndoles a bajo precio las entradas (precio simbólico tendría que ser cuando ya las tienen pagadas y requetepagadas) pero tampoco es así. A la ópera solo pueden ir los privilegiados, como en el siglo XIX y, a los demás teatros, la clase alta, al competir en precios con los teatros comerciales que, esos sí, se juegan su dinero.
Aún con todo, siendo muy generosos, podríamos callarnos si, ya que estamos en un régimen de derechas, como en otras épocas, se les concediera las migajas del festín, a las Compañías modestas, a los grupos independientes, a las llamadas salas alternativas, que se ven y se desean para montar sus obras, donándoles, de esos inmensos almacenes que el Ministerio posee, donde se hacinan vestuarios de todas las épocas, decorados corpóreos, escalinatas, practicables, atrezzo, maderamen y hierro, lo que necesiten para aliviar en algo a esta otra sufrida clase profesional, de segunda categoría. Sin embargo se prefiere tirarlo a la basura, a los contenedores que ya no admiten tanta carga, o abandonarlo en las aceras. Es decir, ni las sobras.
El Teatro, mi querida Ministra, no es la ópera del lujo opulento, ni el lujo del teatro mejor dotado. Eso es sólo el escaparate hacia fuera de la próspera España en que vivimos, para regalo de los turistas, o de los altos dignatarios que nos visitan.
El teatro, es un sector y no de los más pequeños, ya que sólo en Autores cuenta con más de cincuenta mil, otros tantos entre actores y actrices, más los directores de escena, más los técnicos de todas las especialidades necesarias, en un espectáculo, que es el conjunto de todas las Artes.
Y por otro lado, los intelectuales. ¿Qué sucede? Pues que de esos doscientos mil profesionales, sólo trabajarán un escaso diez por ciento, y el noventa restante engrosarán las filas del paro, o conseguirán algunas chapuzas para sobrevivir. Y doscientos mil votos perdidos, son, a grosso modo, seis diputados menos en el Gobierno de la nación, que pueden desequilibrar la balanza en unas elecciones.
Por último, aunque no hubiera corrupción, no se debería mantener esa situación de injusticia social, en la que unos se lleven todos los beneficios, por amiguismo o cualquiera otra razón extrateatral, y los otros se tengan que emplear de guardacoches, camareros/as, cuidadores/as de niños o enfermos, personal de limpieza, etc. Sin que haya nada en contra de tan honradas profesiones, pero que constituye una vergüenza nacional que España, ya en Europa, no valore a sus artistas e intelectuales.
Es muy posible que me diga que en su Ministerio no tienen el suficiente presupuesto para resolver este tan delicado y complejo asunto, pero en ese caso, vale más dimitir (si es que en la actualidad haya alguien que lo haga) o dejar a su aire el teatro.
Pasar los teatros Nacionales a empresarios particulares, retirando ese falso mecenazgo de 25 o 50 funciones al año, de publicar un libro de teatro que nadie lee, o las subvenciones de quinientas mil pesetas que se ofrecen en el BOE para escribir una obra de creación, etc.etc. Creo que su Ministerio se sentiría más tranquilo, más relajado, sin el agobio, el conflicto, el acoso diario, de esa mosca cojonera que, para el Estado, siempre ha sido el teatro.
PABLO VILLAMAR
(Dramaturgo, Director de Escena, Actor y Productor)

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