Zona de mutación

Crítica comp(a)rada

Cuántas veces, desde humores intempestivos, se alude a que los críticos de teatro no saben, no están compenetrados, comprometidos, abiertos, saludablemente desprejuiciados, y otras severas señalizaciones más. Quizá por la cercanía en imagen se pueda relacionar a la sociedad que Debord caracterizó como ‘del espectáculo’, con el hecho de que la política del nuevo milenio en Suramérica ha entronizado procesos de recuperación comunitaria que han movido a los comentaristas políticos más recalcitrantes, a filtrar calificativos como ‘fantochada’, ‘mojiganga’, ‘sainete’, ‘puro teatro’, ‘esperpento’, etc, a fin de establecer sus dotes de críticos escénicos respecto al irredento ‘show’ que los atrapa. Una paradoja si se considera que los cuestionamientos principales responden a la autonomía de este grupo de países al romper el molde y los mandatos del paradigma neoliberal, con lo que aquel ejercicio deviene más una no-crítica si se mide que está dirigida a algo que ya dejó las condiciones que conforman una sociedad con esa denominación debordiana. Otra paradoja, es que por hacerlo, los susodichos países son pasibles de uno de los latiguillos clásicos: no son serios. ‘Lo serio’ vendría a ser (?) uno de los cánones del mundo del espectáculo.

Estos críticos, muchos con salida por la CNN en español, ¿saben?, ¿están compenetrados, comprometidos, y demás? Hasta la más granada intelectualidad de izquierda, perpleja por las mieles populistas de no pocos de estos movimientos, no ven con malos ojos y a falta de espacios propios en donde tener inmediata repercusión, el expediente de emitir sus pareceres desde los medios de la derecha, que a esta altura del partido, junto a la corporación de prensa española, conforman una red que expande sus detracciones al unísono, con intercambios de notas y puestos de trabajo (serios) que los cubren allende sus países de origen. Un antídoto de diseño global para un mal regional. Lo cierto es que lo único progresivo del asunto es la sensación creciente de no saber quién es quién en la disputa, pero donde el crítico otrora ‘progresista’, cuyo oposicionismo le granjeaba entre los legos el reconocimiento a su voluntad de avanzada, a su lucidez, ganado por la desazón de responder a una vocación de poder de la que carece, sólo parece presto a cuidar los prestigios devenidos de lustres tan suposicionales, como la relatividad en la que lo colocan por el hecho mismo de sus actuales enfoques, al servicio de un enemigo al que antes decía combatir.

En la conciencia, no se sabe bien si los espacios son tan amplios y justificables, para no inquirir sobre la obviedad respecto a si la libertad de empresa es una cosa y la libertad de prensa otra. Los soldados de este frente ‘espectacular’ de periodismo denostativo, seguramente algún día demostrarán por qué, pese a reclamarse portadores de la ‘prensa libre e independiente’, reflejan pensar lo mismo, sin excepciones, en la expresión a los cuestionamientos sistemáticos que se hacen a las nuevas democracias latinoamericanas, en los que curiosamente no se aprecia el más mínimo disenso ni diversidad, aun fuera en fútiles matices. Por lo menos, esto denota solvencia para aprender y repetir la letra de un mismo guión.

Si otro mundo es posible será sobre computar que la entente neoliberal no se rinde, y que la obediencia debida es un paradigma que excede al de una guarnición militar, para no concluir apenas con que «por la plata baila el mono». Más allá, es liso y llano miedo. Y es en los hechos, que el liberal de izquierda sucumbe a las bravatas de los CEO de los medios concentrados. Los pretendidos liberales de estas tierras siempre fueron maquiavélicos conservadores, golpistas, retardatarios. En consecuencia, entre atemorizados no es cuestión de esperar jugar a los matices. Las corporaciones de prensa, bastiones de los reflujos fétidos del neoliberalismo, tienen en el famoseo una de las armas contra la cultura genuina y de creación de la comunidad. Muchos de esos famosos, aportan para ello, lo mejor de sus prestigios ‘progresistas’.

Así como en los avisos de las páginas ‘hot’ de los mismos diarios hegemónicos, fachada aligerante de la prostitución y la trata, no sólo están las jóvenes que prometen ‘organizarte la fiestita», sino también esa muchachada calificada y todo-service, que a su vez, es capaz de decir: «te escribo la notita» o «te organizo un periódico». O hasta reportear a Videla, en un acto de donación de espacio, en un mundo donde se debate la ‘representabilidad’ de los holocaustos y en el que al menos habría que preguntarse, después de la asqueante entrevista de Cambio 16, si después de Auschwitz es más posible la poesía o la palabra reciclada de los matadores.

El camino de ‘Mephisto’ de tales periodistas, intelectuales, críticos de la realidad (según se hacen llamar), conforma en los hechos una variante de la melancolía que sólo pueden sostener ante los reclamos de los viejos compañeros de ruta con un: «bueno, yo lo veo así», «los tiempos han cambiado», «respondo a convicciones», etc. Así, estos mismos faros críticos, curiosamente, empiezan a dudar que las Malvinas o el Peñón de Gibraltar puedan sostenerse como causa por vía de la soberanía. Dudan que el coloniaje exista., como encuentran de repente en el Cincuentenario de la Revolución Cubana, proceso político digno de mejor análisis, motivo para lenguajear obscenamente desde las unidades de medidas del ‘mundo libre’. No se sabe si ésta es una inflexión, una conversión que los lleva a justificar (una vez más) aquella frase de Sábato (a quien sintomáticamente, uno de los que escribió a este respecto, da por muerto en la misma nota, cuando el célebre escritor aún vivía): «quién no fue comunista a los veinte años». ¿Por qué no hacer dicho reclamo cuarenta años antes? Pero entonces, ¿Cuál es el fin de esto? Como ¿cuál es el fin de toda esa profusa bibliografía que empieza a parecerse de manera generalizada, a los dislates obtusos de Alvaro Vargas Llosa o a tiernas solidaridades con el ‘manifiesto de Euston’. Cuando el guiso se pone espeso vale la inquietud del: «dime donde escribes y te diré quién eres», porque se supone que el régimen puertas adentro de los medios es un ‘ersatz’ de lo que se piensa, en un contexto de una fe democrática proclamada por todos, pero donde la mentira enmarcada por la disputa de poder, actúa de virus capaz de roer, con entrelíneas y doble-sentidos, ya no sólo los sueños de la gente sino a la gente misma.


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