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Crítica, dramaturgia y cuestiones de piel

Nunca llueve a gusto de todos, dice el refrán. Y lleva buena razón. Hace tiempo, un dramaturgo gallego expresaba en sus redes sociales una suerte de queja sobre la desaparición de la crítica teatral. En el ámbito de la literaria y de otras artes, en un periódico estatal, también aparecía un artículo en el que se afirmaba que ya no había crítica que criticara y analizara ofreciendo perspectivas de disensión o poniendo de relieve aspectos controvertidos.

Quienes tuvimos la asignatura de Crítica teatral, en nuestra formación de Dirección escénica y dramaturgia, sabemos que la propia capacidad para describir e interpretar lo que acontece en un escenario y en la platea, o sea en un teatro, ya es, de por sí, una vía de conocimiento. Básico: si somos capaces de describir lo que nos pasa, ya sabemos algo.

Ahora bien, hay muchos factores que influyen y modulan nuestra manera de ver y de interpretar, igual que hay muchos factores que influyen y determinan nuestros gustos. Entre ellos, por supuesto, las filias y las fobias, el rollo “grupi”, las conveniencias, y las tendencias ideológicas. Lo más difícil siempre es la búsqueda de la ecuanimidad, del equilibrio, y también de ponerse en los zapatos de los demás. Igual que también es importante, cuando vamos a ver un espectáculo, relajarnos y disfrutar o, dicho de otro modo, situarnos con una predisposición abierta al juego, más allá de nuestros prejuicios (porque todas las personas tenemos prejuicios respecto a la vida, al teatro, a la danza, al circo, etc.).

Por supuesto, la formación teórico-práctica y el estudio de la materia sobre la que vamos a escribir, ayuda. Pero también es cierto que cualquier persona que sepa escribir, que sepa redactar, desarrollar unos pensamientos y unas argumentaciones, después de ir a ver un espectáculo, puede dar cuenta de lo que vio y de cómo fue su experiencia. ¿Por qué no? Todas las aportaciones y todas las lecturas sobre espectáculos son enriquecedoras, siempre y cuando se hagan respetando el trabajo de todas las personas implicadas en el hecho escénico, desde artistas hasta programadores, pasando por la propia colectividad que denominamos público y cuya reacción, quizás, no tiene porque coincidir con la de quien escribe el artículo.

Más allá de eso, la crítica es una de las funciones de la dramaturgia, de la ingeniería de los espectáculos, tanto en lo que se refiere a la creación/producción como a la recepción.
Llevo más de veinte años ejerciendo esa función de la dramaturgia que, según Gotthold Ephraim Lessing (1729-1781), el padre del concepto dramaturgia y de todas sus funciones, consiste también en la crítica, como análisis del hecho escénico. Una dimensión fundamental del oficio de la dirección escénica y de la dramaturgia, ya que la crítica no sólo es algo externo sobre una obra de arte acabada, sino que, sobre todo, debe ejercerse durante el proceso de creación, para enriquecerlo y ampliar todas sus dimensiones.

En las denominadas artes vivas, esa función suele ser asumida por la dirección escénica y/o repartida entre todas las creadoras/es que componen el equipo artístico. A veces, a la dramaturgia, de manera casi eufemística, se le llama “mirada externa” o algo por el estilo.

En estos más de veinte años escribiendo sobre cientos de espectáculos diversos y aprendiendo al pensarlos y analizarlos, me doy cuenta, además, de que ese ejercicio es importante para ofrecer testimonios de un arte que es efímero. Por tanto, escribir sobre espectáculos colabora en la producción de conocimiento y de una teoría de las artes escénicas, que puede iluminar los propios procesos de creación, colabora en la difusión y publicidad de los espectáculos objeto de recensión, y promueve la memoria, contribuyendo a la escritura de una historia de las artes escénicas.

Sin embargo, a pesar de estas virtudes, la crítica choca con muchos obstáculos que sería largo enumerar. Uno de ellos, evidentemente, tiene que ver con el contexto socioeconómico, cultural y artístico en el que se da. Por ejemplo, no debe ser lo mismo hacer crítica en Broadway o en el West End londinense, donde hay un sistema empresarial potente, tanto en el sector escénico como en el de los medios de comunicación, que hacer crítica en Galicia, donde el 99,9% de las veces escribimos gratis, por militancia y por aprender haciendo, y donde el sector escénico también es precario.

Aquí, desde mi punto de vista, la crítica debe ayudar y colaborar de una manera activa con el sector escénico, intentando poner de relieve los aspectos más positivos de los espectáculos, y, como ya he señalado, ayudar a difundirlos, a crear conocimiento a partir de ellos, y a dejar testimonios de su existencia, en pro de su memoria, del archivo inmaterial, patrimonio de nuestra cultura.

No obstante, eso no implica tener que comulgar con ruedas de molino o hacer la vista gorda a imposturas, clichés inconscientes, discursos que se venden por avanzados y originales y que no son más que repetición o la copia burda de otras obras, escenas o pasajes que pretenden lo que no consiguen, lo pretencioso, o que, simplemente, son producto del oportunismo y de la agenda mediática y mercantil, pero que se presentan como otra cosa, etc., etc.

¿Cuál es el problema, si es que se le puede llamar problema? Pues que cualquier opinión razonada, argumentada, sopesada y respetuosa puede colidir con otras opiniones en la dirección contraria, o incluso con quien no quiere ver ni aceptar la más mínima disensión o puntualización. Eso no es de extrañar, porque las artes escénicas nunca nos dejan indiferentes. Su punto fuerte, frente a cualquier otro arte, es la manera que tienen de afectarnos a muchos niveles conscientes e inconscientes, ideológicos y estéticos. Ir a ver un espectáculo es, de alguna manera, como ir a un encuentro amoroso. Por otra parte, quienes hicimos o participamos en espectáculos sabemos, por experiencia, toda la ilusión y toda la implicación, no sólo profesional, sino también personal, que hay que poner para que un proyecto salga adelante y llegue a estrenarse. Eso, en Galicia, es casi una heroicidad. Por eso no es de extrañar que, después, si escribimos un artículo y señalamos, entre los muchos aspectos loables, que hay algún aspecto que no funcionó por hache o por be, podemos encontrarnos con que nos llame la compañía para amenazarnos, como le aconteció a una colega, que decidió dejar de escribir sobre espectáculos porque no quería volver a encontrarse en semejante situación, después de haberlo hecho por amor al arte; o que el director nos insulte y nos falte al respeto en las redes sociales, como le aconteció a otro colega, aunque en su artículo todo había estado muy argumentado y cuidado para no incurrir en faltas de respeto; o que personas anónimas, escondidas bajo seudónimos y en perfiles vacíos de las redes sociales, envíen quejas furibundas, cada vez que se publica en la revista que dirijo desde noviembre de 2020, la ‘erregueté | Revista Galega de Teatro’, alguna crítica en la que no se concuerda con algún aspecto del espectáculo del que se da cuenta, por ejemplo, la posible homofobia de un sketch. Curiosamente, hace bien poco, uno de esos avatares o perfiles digitales, que enmascaran personas, se quejaba en una de las redes sociales de la revista porque le eliminamos un comentario en el que atacaba personalmente a la colega que había escrito un artículo. La cuestión es que nosotros no vamos a tolerar lo intolerable y creemos en la igualdad. Por tanto, cualquier opinión es bienvenida, siempre que se haga con el debido respeto y espíritu constructivo, igual que lo intentamos hacer en nuestros artículos, y siempre que se dé la cara, igual que la damos nosotros. Si yo escribo un artículo sobre un espectáculo y lo publico con nombre y apellidos, tú puedes responder, sin faltarme al respeto, y haciéndolo también con nombre y apellidos: esa es la libertad de expresión. Ocultarse denota censura, cobardía, etc.

Pero, incluso, nos podemos encontrar con gente, sobre todo de la profesión (y luego son los primeros en querer que se escriba sobre lo que hacen, porque hacer algo y que nadie escriba nada también es bien triste) que han ironizado, en plan cínico y burlón, sobre otro colega, porque resulta que había escrito un artículo sin ponerle ningún fallo a un espectáculo del Centro Dramático Gallego (CDG), dándole a entender que era un lameculos o un vendido, porque ya se sabe, el CDG no es de todas las personas, no es una institución pública, es de un partido político y hay que hundirlo, léase, por supuesto con ironía. No obstante, por si hay alguien que lee al pie de la letra y no ha captado, por lo que sea, el doble sentido, lo explico literalmente: hay quien piensa que al CDG, haga lo que haga, hay que darle caña. Cosa que, obviamente, es totalmente tendenciosa y alejada de la ecuanimidad que debería ser nuestra guía. Total, que aquel colega, también desistió de seguir escribiendo sobre el teatro gallego, harto de esas chanzas, cuando, por si fuera poco, lo estaba haciendo de balde.

En mi caso, en estos más de veinte años escribiendo sobre espectáculos, he tenido muchas más experiencias positivas que negativas y he aprendido lo que no está escrito, o sea, muchísimo. Y nunca he pensado, ni pienso, en dejarlo. La dramaturgia me gusta demasiado como para dejar de ejercerla por el qué dirán. Además, con esa parte de la dramaturgia, que consiste en escribir sobre el hecho escénico, como ya he señalado, también se pueden mover los lindes y hacer que algunas cosas, aunque sean pequeñitas, vayan cambiando.


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Un comentario

  1. Excelente análisis. No solo en Galicia se manifiestan las tensiones entre la creación y la crítica. Creo que es parte esencial de la naturaleza de las relaciones entre esos dos campos interactuantes y mútuamente necesarios. Valioso el camino del dramturgismo y su correlación con la crítica participante en el ejercicio creativo. En Cuba este texto tiene total pertinencia. Saludos.

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