Reportajes y crónicas

Crónica Cangrejo

CRÓNICA CANGREJO, dice de sí misma ser la sexta crónica e intentar servir de enlace:

Empiezo por el final.

Estoy llorando en público como un niño que ha perdido su persona más querida.

Es un círculo de seis hombres y una m ujer sentados a la sombra de un árbol milenario. Nos rodean malabares y hormigas rojas, Ramalla, sólo se escuchan los muecines, es ramadán.Los cuatros hombres miran al suelo, yo también. En el mismo círculo, instantes previos, ahora es ella quien llora, mi traductora y compañera de vida. Intenta traducir las palabras de los cinco palestinos entre muecas y lágrimas.

 

 

Minutos antes, algunas de las frases que se escuchan a la sombra del olivo: «gracias por estos días», «he aprendido que empiezo a sentir cosas dentro», «he sentido que he roto el muro dentro de mí», «tú ya eres palestino».

(Fundido en negro)

Esa misma mañana, horas antes:

Es el último trainer de esta semana. Llegamos puntuales a la cita, pero ellos no. Son cuatro chicos de Yenín y su director Nayef, del Palestinian Circus. Fue con él con quien compartí hermosas experiencias hace dos años en la gira de Pallasos en Rebeldía por Palestina.

Estamos sólos en la sala. Siento que ya no es la mis ma que los otros días, algo ha cambiado, quizás sea yo. En eso llegan los «yenin boys?»y entre gritos de Habibo lo Bibo y Antonioooo empezamos con las bromas y las confidencias. En cierto momento pongo una canción y empieza la locura, corremos como si la vida se nos fuera en ello, empezamos a sudar, welcome a la alquimia. Nos rompemos por dentro, corremos con los ojos vendados contra el muro interior y exterior, nos abrazamos como si el tiempo todavía no fuera inventado y entonces un mar de tristeza me invade, como si al ponerme el traje de alguien su aroma me envolviese, una tristeza profunda con ganas de salir a la luz y volverse viento.

(Un flash de intenso blanco)

Estoy en Yenín. Todavía la ciudad huele a destrucción y muerte. Las calles recuerdan a un viejo western. Llego a un local social y en lo alto de la escalera, un grupo de adolescentes me está esperando. Parecen más unos macarras de barrio que aprendices de cirqueros. Comienzo fuerte, quiero que vean mi locura y mi energía; dos horas después están subidos encima mía como si nos conociésemos de toda la vida.

Parte de esos chicos de Yenín serán en el futuro los «yenin boys».

(Fundido en negro… que cierra el ciclo)

Estamos en la terraza de la escuela. Es de noche y el viento se vuelve húmedo y frío como una promesa no cumplida. Estamos de fiesta y yo todavía no sé que en unos días trabajaré con los cuatro chicos de Yenín. Abu se me acerca y me dice: «he tenido muchos profesores en estos años, pero ninguno me ha llegado tanto como tú».

Empieza la historia.

Ivan Prado


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