Crónica de una muerte anunciada
Hace poco tiempo atrás, tenía un trabajo agradable, los fines de semana solía juntarme con mis amigos y degustar alguna carne asada o beber algún liquido espirituoso acompañado de risas. Como suelo hacerlo, pagué las vacaciones familiares con bastante anticipación y ahora, soy un cesante con vacaciones ad portas.
El despido para nada fue una sorpresa ni fue un shock emocional; desde hacía un tiempo ya, lo intuía.
Desde el estallido social en mi país producto de inequidades escandalosas, cifras conservadoras indican cerca de un 20% de despidos «por necesidades de la empresa».
El estallido lanzó sus esquirlas por todos lados y a gran distancia.
Algunos iconos del sistema neo liberal como supermercados y multi tiendas (algunos muchos) fueron saqueados y luego quemados, con el consiguiente despido de sus empleados.
No fue por hambre porque las imágenes no muestran a famélicos individuos extrayendo desesperadamente de los supermercados, pan, huevos, leche o carne para alimentar a sus hijos, sino que se llevaron televisores de gran formato y la más amplia gama de electro domésticos. Esos tildados de saqueadores por los medios de comunicación masiva, fueron infectados con necesidades innecesarias y era el momento de satisfacerlas. Por supuesto la lavadora de ropa no se la llevaba al hombro, sino que la cargaban en su auto comprado a crédito.
El sistema de transporte también tuvo su cuota de vandalismo, y la joya de la corona, el metro subterráneo, fue dañado en extremo.
Cifras conservadoras indican más ceros de los que mi mente es capaz de procesar y ni aun así, le llegan ni a los talones a los últimos escándalos económicos, derechamente robos, en los que han incurrido los militares, la policía, algunas multi tiendas, farmacias, fábricas de papel higiénico… no menciono a los políticos porque es evidente que hace mas del tiempo soportable, han tomado la carrera política como un medio de enriquecimiento fácil y no como un trabajo honrado en que su labor le aporte beneficios a la comunidad y no solo a sus bolsillos.
En una ridícula declaración, un personaje dijo textualmente «sabíamos del asunto de la desigualdad, pero no creíamos que les molestaba tanto».
No fue un mal chiste, fue su honesto pensamiento.
Si uno de los privilegiados dirigentes de mi país piensa eso ¿qué se puede esperar entonces?
Poco o nada.
Mientras los unos no tengan conciencia del otro, no se pueden esperar cambios en el esquema social que nos rige.
No se trata solo de saber desde un punto de vista intelectual, sino de sentir.
¿Y qué mejor entrenamiento para el sentir, que las expresiones artísticas?
No se trata de colgar en el muro un cuadro del pintor de moda o que haga juego con la gama cromática de los muebles, sino de vestir el muro con la sugerencia de un sentimiento.
Lo mismo pasa con cualquiera de las expresiones artísticas.
Uno de los infiltrados incontrolables en este denominado estallido social, ha sido el arte.
Personajes varios protestando entre lacrimógenas, incluso los avengers chilenos, letreros de todo tipo como poesía de lucha, coreografías enrabiadas, performances rupturistas, rayos laser como en una fiesta electrónica…
Aparte de la destrucción producto de la frustración, el arte puede ser una alternativa posible para sensibilizar a quienes deben implementar los cambios necesarios.