Crónica del Festival de Almada 2021 – Primera parte
Cincuenta años y treinta y ocho ediciones
En la edición del 2021 del Festival de Almada, que cumple su trigésima octava edición, se debe destacar la celebración de los cincuenta años desde que un grupo de estudiantes decidieron hacer teatro amateur en Campolide, colectivo que con el trascurso de los años desembocaría en una magnífica realidad: el Teatro Municipal de Almada, que es sede central de la Companhia de Teatro de Almada, que a la vez es quien organiza el Festival Internacional de Almada. Estamos, pues, ante un continuum, ante un proceso que se debe enmarcar en el paradigma que inspiró a la creación de los grandes centros europeos de producción teatral y que en este caso tiene una circunstancia institucional muy concreta, se hace con el amparo de la Cámara (Ayuntamiento), partiendo, además, de la idea e levantar en el centro de la ciudad de un edificio singular, controvertido por su propia morfología arquitectónica, y que ha acabado por ser un centro de irradiación de cultura que propicia la presencia de una ciudadanía comprometida, responsable y participativa.
Aquel grupo de jóvenes que encabezaba Joaquim Benite, director de escena, pero que había sido periodista y crítico, fue dando pasos en su formación, en sus actividades, en tumultuosas asambleas que les llevó a tomar decisiones que si, en un principio solamente afectaba al colectivo que estaba en el núcleo, la historia nos está dejando constancia de que fueron pasos de una gran importancia para todo el teatro lisboeta y portugués, ya que al elegir como sede de sus actividades un galpón de Almada, el ahora conocido como Teatro Estudio Antonio Assunçao, desde el que se crearon espectáculos muy significativos y se organizaron los primeros festivales, se debe considerar como una declaración cultural de gran calado político. Intentar crear un foco de acción teatral integral en una ciudad de una población obrera, que estaba al otro lado del puente que la comunica con Lisboa, que ha sufrido en su configuración urbana los desastre de la especulación y la construcción por oleadas de urgencia en el desarrollismo, es en sí misma algo de suma importancia, y que encontró en el contexto de la distribución del poder municipal una alianza necesaria.
Quizás fuera todo una concatenación de utopías y logros, de ver lo que sucedía lejos y lo que sucedía cerca, de tener un plan que fundamentaba su existencia en la creación de una compañía estable, de un repertorio ambicioso artísticamente, que fuera un equilibrio tangible con la oficialidad existente. Una vocación que se fue solidificando, que logró lo que seguramente parecía un imposible: crear una unidad de producción, en un edificio municipal, con presupuesto autárquico, pero apoyado por la Cámara y todas las instituciones que tuvieron que reconocer esa realidad y amoldar sus convocatorias a tenerla en cuenta.
Lo más significativo es que existe una compañía estable que va creando espectáculos de gran solvencia y ambición, que con el tiempo se consolida en la ciudad como un lugar al que acudir para sentirse almediense culturalmente activo, que empieza a tener importancia en su contexto y a recibir el reconocimiento exterior. Un camino con dificultades, pero un camino que se palpa, que se convierte en una realidad tangible, algo importante, que se va convirtiendo, a su vez, en un referente europeo a través de su Festival de Teatro que cada año va tomando mayor relevancia, que logra que por sus escenarios pasen los gran nombres de la escena europea, que de cabida a algunas de las mejores muestras de la excelencia teatral iberoamericana y que mantiene una fidelidad del público local que le asegura un colchón de audiencia realmente importante.
En una de las charlas, debates, conferencias programadas para recordar los cincuenta años, alguien indicó que una casa, es la mejor manera desde la que abarcar el mundo. Y la casa, es el edifico azul, este imponente Edifico Teatral, este símbolo de la ciudad, que requiere de mucho esfuerzo mantenerlo siempre en forma, es un ente vivo que requiere de mucha atención, pero que le dan al proyecto un lugar donde identificarse, donde soñar y poner los sueños en pie, ya que su sala principal está pensada para hacer teatro del de verdad, del bueno, del que requiera de todos los elementos más modernos y con las exigencias técnicas y espaciales más actuales. Un edifico que ahora se llama Joaquim Benite, porque fue su empecinamiento, su vocación, quizás su tozudez combinada con su capacidad de seducir, que empujado por todos sus compañeros empeñó su vida en el proyecto y lo llevó hasta la excelencia. En su memoria se hacen muchas cosas. Pero de su memoria hay que rescatar su legado de acción, de planificar, de hacer un teatro artísticamente ambicioso, que abarque el gran repertorio universal, que atienda a los nuevas dramaturgias portuguesas o de cualquier otra parte del mundo, que consiga estar proponiendo a sus públicos obras que les despierte el interés, que les coloque en el debate, que se sienta como algo propio y necesario.
Y ese espíritu, se convierte en un catecismo, revisando las programaciones de sus festivales. Es ahí, en lo que se programa, donde están los manifiestos, las declaraciones de intenciones. Y el Festival de Almada, en este sentido, no defrauda. Se programa con seriedad, atentos como no puede ser de otra manera a los vaivenes económicos, en estas dos últimas ediciones, estigmatizados por la pandemia, pero colocando una serie de ideas, conceptos, asuntos sociales o políticos de interés general, como fuente de inspiración para la selección de los espectáculos que se ofrecen a los públicos. De cada de los espectáculos vistos en esta edición nos encargaremos en la segunda entrega de esta crónica.