Cruzadas (de Azama)
Advierta el espectador potencial que “Cruzadas” no es, como induce el título, una obra que haga cómoda leña de la actualidad. La guerra es el combustible de un montaje poético que logra incendiar al espectador e incitarlo, como efecto secundario, a la reflexión. Se trata, no obstante, de una visión cruda del conflicto humano que no fija, acorde con su lenguaje lírico, una localización.
El texto aporta gran parte del lirismo. Azama concibe “Cruzadas” como una tragedia que atraviesa el tiempo bélico, intercalando historia e imagen en un código poético. No aspira, afortunadamente, a un rápido juicio moral, aunque sí manifiesta una clara y lícita intención: aludir a la conciencia de los espectadores. En este sentido, evita el tópico y la simplificación; por el camuflaje de una dramaturgia elegíaca, pero también porque hay, en el fondo, un trabajo de investigación.
Concurren varios asuntos en este relato atroz: la pérdida de la infancia y la inocencia, la irracionalidad, el caos, el desmembramiento familiar, la violencia, la excusa religiosa o la muerte, que empapa toda la obra. Asuntos que ha tratado el teatro clásico y, con mayor o menor fortuna, el género bélico en el cine. El teatro reciente, aunque hace alguna aproximación, no retoma la guerra como objeto. Por tanto, podemos hablar de cierta novedad, o recuperación, en lo que respecta a la forma de abordar la materia en «Cruzadas»; desde el rigor y la implicación. Azama, al mismo tiempo, no abandona su compromiso con la renovación escénica (trabajo, el de Azama, prácticamente desconocido a este lado de los Pirineos).
El lenguaje, desgarrado, irreflexivo y cargado de emoción, está influido por el absurdo (como absurda, predica Azama, es la guerra). Mezcla flujo verbal, frases cargadas de sentido y breves e irracionales parlamentos. Los personajes periféricos son también caricaturas absurdas, aunque dicen mucho y bien. Si el lenguaje, en parte, aspira a una esencial elocuencia, que logra a ráffagas, el conjunto de la tragedia quiere ser un poema escénico. Y de hecho, es un poema que aglutina varios estilos y metáforas, ramas de un mismo cuerpo. Ideas tan brillantes como una pareja estigia que recoge a los muertos, o una madre desconsolada de aflicción universal.
Luis Pastor elige el texto de Azama por varias razones, entre ellas, su contundencia y actualidad. Hace una notable puesta en escena; respeta el texto e intenta no desvirtuarlo, incrementa la comicidad y evita acrecentar su barroquismo. Mantiene la tensión y encuentra el equilibro entre forma y fondo, tragedia y comedia. Enriquece, al mismo tiempo, el contenido metáforico de la obra. No obstante, en mi opinión, podría mejorar los recursos sonoros.
El trabajo a conciencia de todos los actores es encomiable. Con su labor -sin duda complicada- elevan la calidad del montaje, lo hacen suyo.
En definitiva, un montaje compacto que describe y redescubre el horror de la guerra, evitando caer en un exceso demagógico. “Cruzadas” no supone una excepción pero sí ocupa, por desgracia, un lugar extraño e incómodo en la cartelera. Una obra candente por la forma y el fondo (la religión sigue inspirando muchas guerras).