¿Cuál es la historia?
El 31 de mayo de 2010 el ejercito israelí atacó una flotilla de ayuda humanitaria con destino a Gaza. Asesinaron a nueve personas. El suceso tuvo lugar en aguas internacionales y como consecuencia Israel podía haber sido juzgado por crímenes de guerra y recibir unánime condena internacional. Pese a la rotundidad de los hechos, en la mayoría de los noticieros del mundo la noticia se sirvió a través de un vídeo, elaborado por el aparato de propaganda israelí, que daba a entender que el ataque había sido en defensa propia. Tiempo después, cuando se les preguntaba a los responsables de prensa de las grandes televisiones inglesas y americanas por aquella tendenciosa manera de plasmar la noticia, aducían que no disponían de voces provenientes del bando palestino con las que contrapesar la versión israelí.
El aparato propagandístico israelí tiene fama de ser complejo, pero su estrategia, entonces y ahora, es sencilla: hacer prevalecer una historia en dirección opuesta a la versión palestina para crear espacio a la duda, donde las opiniones se pierdan en la búsqueda de esa trampa llamada equidistancia. Con equidistancia me refiero a esa neutralidad políticamente correcta que nos impide posicionarnos nítidamente a favor de un bando u otro. Bien saben quienes moldean la historia en su provecho, que la equidistancia, cuando se sabe bien claro quién es víctima y quién verdugo, es una de las maneras más sofisticadas de manipulación, porque otorga el derecho a invertir los roles, a que la víctima pueda ser verdugo y viceversa, cuando de los hechos reales jamás se podría extraer una lectura así.
Parte de la pasividad internacional frente al conflicto palestino se origina en esa falsa neutralidad que se crea cuando pesa más la historia que proviene del bando israelí. En la guerra desigual, los palestinos no solo tienen menos soldados y armas más rudimentarias, sino que los palestinos -lo que quizá es más relevante si se quiere buscar una solución justa al conflicto- tienen menos escribanos que cuenten la historia desde su perspectiva, y, sobre todo, apenas tienen medios para que ésta llegue a los diferentes rincones del mundo.
Es inevitable que quienes ostentan más poder hagan prevalecer las historias que escriben para defender sus intereses. Frente a ello, resulta necesario oponer la responsabilidad y el valor de escribir historias que acojan y defiendan otros puntos de vista.
Entorno al reciente suceso ocurrido en Misuri, donde un chico de raza negra fue abatido a tiros por la policía sin justificación aparente, Twitter acogió un interesante movimiento que denunciaba la manera en la que se estaba escribiendo esa historia. La versión de la policía aducía que el asesinado acababa de cometer un robo y que además iba armado. De forma no casual, a la hora de elaborar el perfil de la víctima numerosos medios de comunicación seleccionaron las fotos donde el joven negro parecía tener mayor aspecto de delincuente. Tratando de sostener la coartada de la policía, se ajustaba mejor una foto con manga de tirantes y gesto amenazante, que otra en un salón de juegos con mirada dócil. Como respuesta a esta «sutil» manera de girar la rueda de la culpabilidad, infinidad de ciudadanos empezaron a colgar fotos en sus cuentas de Twitter con el lema: «¿Si me disparasen qué foto utilizarían los medios?». Bajo el interrogante cada ciudadano mostraba dos fotos: una en la que no salía socialmente favorecido (fotos de fiestas, bebiendo, fumando, etc.) y otra de tono contrario (recibiendo una medalla, el momento de la graduación, vestido de marine, etc.). La pregunta que se podía leer entre las fotos era: ¿Cuál de las dos historias hacemos que prevalezca?
La escritora nigeriana Chimamanda Adichie ilustra muy bien la necesidad de contraponer historias alternativas a las que nos caen encima sin hacer nada. Cuenta Adichie que siendo niña solo tenía acceso a libros infantiles americanos e ingleses. Y así, cuando comenzó a escribir a la edad de los 7 años, sus personajes eran blancos de ojos azules, jugaban en la nieve y hablaban sobre lo alegres que estaban porque había salido el sol. Ello a pesar de que Adichie vivía en Nigeria, donde no hay nieve, las personas son negras, y no les importa en absoluto el tiempo, porque siempre hace sol. Al fin y al acabo escribía en función de lo que había leído y no de lo que vivía. La escritora alerta sobre el peligro que tienen las historias únicas, aquellas que predominan y que acaban generando estereotipos interesados, porque acaban instaurando una versión sesgada e incompleta sobre lo que se habla. En la actualidad, Adichie no solo trata de contar historias a través de sus libros desde su particular visión como africana, sino que promueve una fundación en Nigeria para fomentar la lectura y la escritura, precisamente para que los niños crezcan leyendo múltiples historias y sean capaces de contar sus propias historias.
Vivimos rodeados de historias. En la familia, en el vecindario, en el trabajo, en los periódicos. En esa espesura de información, opera una selección silenciosa que hace prevalecer unas sobre otras. ¿A qué historias prestamos más atención? ¿Buscamos aquellas que no están en la superficie o nos conformamos con las predominantes? ¿Somos capaces de crear nuestra propia historia o hacemos nuestra la de otros? Son preguntas esenciales porque a través de las historias que seleccionamos y contamos vamos elaborando nuestra opinión sobre la familia, el vecindario, el trabajo, sobre lo que sucede en el mundo.
La directora de teatro americana Anne Bogart acaba de publicar un nuevo libro que se titula «What´s the story» [¿Cuál es la historia?]. Una pregunta que sintetiza el impulso esencial de cualquier artista. ¿Cuál es la historia con la que queremos convivir durante proceso creativo? ¿Cuál es la que queremos compartir con quienes vengan a ver nuestro trabajo? En definitiva, ¿cuál es la que queremos contar y cómo queremos hacerlo?
Imagino entonces al artista no frente a un papel en blanco, sino frente a un paisaje de historias. ¿Cuál de ellas escogerá para elaborar su próxima obra? ¿Trabajará para embellecer las que parecen más ostentosas o será capaz de crear un claro en el paisaje para que aquellas que están escondidas puedan emerger a la vista? ¿Será quizás capaz de plantar las semillas de una nueva especie que habite el paisaje?
Frente a una perspectiva donde el artista es casi un agricultor, existe también la idea del artista-agitador, que más que cultivar la tierra, la agita para hacer grietas en ella. Sus historias no son historias-semilla, sino historias-grieta, a través de la cuales se invita al observador a mirar su fondo infinito. Como espectador admiro especialmente las propuestas que me sitúan al borde de esos precipicios. Aquellas que no me imponen una historia ajena, sino que me incitan a replantearme parte de la mía propia.