Cuando uno se encuentra con un maestro siente tambalear lo que uno creía las fronteras de su casa. De su casa interior. El maestro no intenta degradarte, ni humillarte, ni te hace sentir mal porque no entiendes, o porque no sabes, o porque no llegas inmediatamente a esa “ampliación” que te está sugiriendo.
Te trata con amor, con compasión, hay empatía en la manera en la que se dirige a ti y sabe poner unos límites para que se pueda dar una conversación en términos claros, concretos. No intenta herirte ni asesinar tu sueño. Te exige y te protege.
Un maestro no es aquel que sabe mucho sobre algo. Es aquel que sabe ofrecer a los demás lo que sabe, aunque sea bien poco. Da muchas vueltas pensando en cuál será la mejor manera para compartir su alimento, porque de verdad quiere nutrirte.
Cualquiera no es un maestro.
Un maestro no es cualquiera.
En mi trayecto como aprendiz de la vida me he encontrado con estos maestros. Y lo que más me ha inquietado del haberlos conocido no ha sido el darme cuenta de que se han leído unas cuantas bibliotecas del mundo, que son ilustrados y tienen referentes, que saben y saben cosas, o que han vivido experiencias que conmocionan, sino su preocupación casi obsesiva por encontrar mapas, rutas, caminos para ayudar a los demás, pues ofrecen aquello que les hizo falta, que no les pasó y cambian la forma en que aprendieron, la transforman, proponen atajos, alternativas. Aconsejan.
Estos maestros que no están por todos lados, ni que se encuentran todos los días, que uno quisiera encontrar en espacios académicos, pero que no necesariamente están ahí, que pueden ser experimentados en un saber o quienes han vivido algo que hasta ahora uno experimenta, han sido capaces de hacerme ver cosas que no había visto y de invitarme a reflexionar.
Cualquiera no es un maestro.
Un maestro no es cualquiera.
Domingo 11 de agosto
Bogotá, Colombia.
