Cuando es que no
Cuando es que no pero intentas que sea que sí, cueste lo que cueste; cuando en ese ser que no, te fuerzas física y psicológicamente para poder hacer que sea si, que sí, venga que es que sí, que puedo, que puedo con todo; cuando en ese ser que no, que es un no como una catedral, el «no» te mira con sorna mientras luchas para que el tímido «sí» que asoma por las esquinas se convierta en un sí brillante que por fin te ilumine el día.
Cuando a tu alrededor todo se hace pedazos, no en metáfora sino en realidad; las cosas se rompen; los ordenadores, los discos duros se rompen; tú te rompes, músculo a músculo, golpe a golpe, verso a verso; y la casa se empieza a comportar como un animal extraño que generando ruidos extraños procedentes de aparatos extraños, lanza alarmas escondidas en las paredes, sensibles al agua, que nadie sabía que existían. Y cuando todo empieza a ir mal, te dices, «algo es que no», aunque no sepas el qué, y piensas, «quizás también yo tenga una alarma escondida» que con vibración silenciosa lo destruye todo con furia vengadora.
Y te dices, «es que no, está claro que es que no, algo es que no, los síes forzados no son síes ni son nada», pero sigues sin saber por qué, ni por qué ni en qué parte del sí general que le has dado a la vida y al teatro se te ha colado ese no furioso que te está destejiendo los hilos.
Y llegas sistemáticamente tarde; a las cosas, a las reuniones, a las convocatorias administrativas, a la vida; cuando en ese llegar tarde puede que hayas hecho pedazos, sin querer, el trabajo realizado durante dos años, y te preguntas cómo se puede vivir una vida en plenitud si uno está siempre corriendo y siempre llegando tarde. Quizás la respuesta sea que correr no nos hace llegar antes sino que nos hace llegar más cansados, quizás uno corre en la dirección equivocada, quizás uno no debería correr sino caminar al paso, quizás el paso caminante sea más preciso que la zancada apresurada cuando no se ve bien el camino.
Y Todo por y para el Teatro, el teatro lo es todo, uno ha decidido consagrar su vida al teatro, cueste lo que cueste, porque es lo que queremos hacer, porque es lo que hay que hacer, porque es, porque simplemente, es. Pero a veces la vida te enfrenta a lo que también es, y te pone en tu sitio, a golpe de problemas: técnicos, domésticos, de salud, o de la más variopinta índole; y tú, cíclope ciego de un solo ojo, te detienes, forzado, para coger aliento y poder volver a ver de nuevo.
Quizás la respuesta a los periodos de no profundo, esté en aceptar su naturaleza; aceptar la naturaleza del no sin intentar transformarlo; aceptar su no-edad de «no» profundo y sabio, tomarlo tal como es y transformarlo, delicadamente, no en un «sí», que no es su naturaleza, sino en otro «no», en un no interno, transformar el «no» externo, que llega de fuera y que nos oprime, en un «no» interno que venga de dentro y que nos haga más fuertes, en definitiva, aprender a decir que no; porque, aunque no queramos confesarlo, sabemos que ese «no» que ahora nos pone trampas en el camino y nos hace tropezar con toda la maquinaria escénica que todavía no hemos construido, nació de un «sí» mal entendido, de un si externo, que era un no interno, que era un no que no nos atrevimos a decir en voz alta y que por sí solo se convirtió en el «no» vengador que ahora nos azota.
Hay que aprender a decir que no; a veces, es que no.