Mirada de Zebra

Cuando nos roban las palabras

Una de las estrategias más eficaces que utilizan las estructuras del poder para perpetuar su ideología es arrebatar el significado a las palabras y ocultar así, detrás de nombres bellos pero vacíos de sentido, maneras de someter a las sociedades. Cuando se escuchan palabras como democracia, justicia o igualdad en boca de unos políticos que no hacen sino socavar la democracia, fomentar la injusticia y la desigualdad, uno empieza a sospechar que dichas palabras ya no pertenecen al sentido que las originó, que nos las han arrancado de nuestro lenguaje y que ya apenas podemos decir nada al mencionarlas.

George Bush llamó «libertad duradera» a la operación con la que Estados Unidos atacó e invadió Afganistán y que incluía, según hemos conocido, torturas científicamente desarrolladas para causar dolor sin fin. El PSOE mantiene «socialista» entre sus siglas cuando, por citar solo un ejemplo vigente, apoyó la reforma del artículo 135 de la constitución que daba prioridad al pago de la deuda pública en detrimento de los derechos sociales básicos de las personas relativos a la salud, la educación o la cultura. Y por repartir colleja en otra nuca, «Regeneración democrática» tituló el Partido Popular la propuesta de ley electoral que no era sino una argucia legal para asegurarse un mayor número de alcaldías.

Abierta la veda, sin mucho esfuerzo pueden ustedes completar una lista de ejemplos donde la mayoría de los partidos políticos estarían representados. Comprobarán la facilidad que tienen para apropiarse de las palabras y alterar su sentido con el objetivo de quedarse solo con su fachada y esconder detrás de ellas abusos que nunca se atreverían a proclamar abiertamente.

Víctima habitual de este saqueo lingüístico que arrebata las palabras de su contexto para camuflar intereses espurios es también la ciencia. La limpieza étnica propuesta por los nazis fue adornada por conceptos aparentemente científicos con la eugenesia de por medio. De tal forma que el genocidio ha llegado a explicarse por la selección natural de Darwin o las leyes de la genética de Mendel. Pero no hace falta irse lejos en el tiempo para advertir este tipo de trasvases fraudulentos. Muchos de los laboratorios farmacéuticos actuales son fábricas de literatura científica con la que mantienen en el mercado productos de dudosa eficacia y seguridad. Y es práctica habitual de la industria alimentaria o cosmética recubrir sus mensajes con conceptos científicos porque saben que un envoltorio así hace el contenido más apetitoso para el consumidor.

Salpicar con palabras científicas un discurso es una estrategia común para dotar de una pátina incuestionable el razonamiento que lo sustenta. En las Artes Escénicas se da igualmente esta expropiación de términos, pero curiosamente su intención es generalmente la contraria. Si los conceptos científicos aportan seriedad y rigurosidad, los conceptos ligados a la escena son utilizados por sus ladrones para parodiar o difamar. Tanto en la calle, en los medios de comunicación como en boca de políticos es común escuchar con tono peyorativo expresiones como: «Estás haciendo teatro», «Eres un teatrero», «Menudo personaje estás hecho», «Eres un payaso», «Eres un comediante», «Menudo drama estás montando», «Eso es una pantomima», «Menudo espectáculo estás dando», etc. Al mismo tiempo, resulta especialmente difícil encontrar palabras del ámbito escénico que en otro contexto sirvan para halagar o ensalzar.

El lenguaje puede verse como la piel de una sociedad. Observándolo podemos ver los síntomas de los males que nos afectan. De la misma manera que el lenguaje evidencia el machismo aún presente, también denota lo desprestigiadas que están las Artes Escénicas en nuestra sociedad. Frente a ese recurso facilón que convierte términos escénicos en insulto, hay que hacer prevalecer la idea de que hacer teatro no es sinónimo de mentir groseramente, o de que el oficio del payaso es un arte extremadamente difícil solo al alcance de artistas con talento y mucho trabajo detrás, y que ser comediante debería ser un trabajo de reconocido prestigio. Pues cuando nos roban unas palabras sobre las que construimos además de un oficio, una forma de estar y mirar al mundo, y se utilizan de forma genérica para infundir desprecio, se está cultivando y expandiendo silenciosamente el desprestigio del Arte Escénico y de las personas que a él se dedican.

De la misma manera que nuestros pensamientos determinan las palabras con las que nos expresamos, el tipo de palabras que utilizamos condicionan la manera en la que pensamos las cosas que nos rodean. Si una generación crece asociando teatro, teatrero, payaso o pantomima a algo negativo, lo esperable es que creen un mundo donde las Artes Escénicas estén relegadas a un plano marginal y que las personas que se dedican a ellas vivan en la periferia social. Por supuesto, reconducir este desvío lingüístico no implica subsanar todos los males que afectan a las Artes Escénicas, que son muchos y variados, pero se me antoja un reclamo justo y necesario.

Puestos a pedir buenos deseos para el año que entra, me guardo este: que esas palabras de nuestro oficio que tan alegremente nos sustraen, empiecen a dejar de ser insultos arrojadizos, y que al mismo tiempo sigamos conservado el sentido de otras palabras que dan raíz a nuestro oficio, de las cuales apunto estas cuatro: humanidad, comunidad, rito y belleza.


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