Cuando tienes que vender la moto
Analizamos la creación de personajes dramáticos realistas, por ejemplo, por parte de algunos dramaturgos estadounidenses, que también fueron guionistas, como Arthur Miller y el protagonista de ‘La muerte de un viajante’, Willy Loman, en esta obra maestra que ganó el Premio Pulitzer en 1949, el premio Tony y el de la Crítica de Nueva York. Estudiamos la manera de concebir los personajes, leímos algunas escenas y luego vimos a Dustin Hoffman interpretar ‘Death of a Salesman’ (1989), dirigida por Volker Schlöndorff. Hicimos lo mismo, intentando profundizar en la concepción del personaje dramático realista, estudiando el caso del premio Nobel Eugene O’Neill y su pieza ‘Long Day’s Journey into Night’, escrita a principios de los años cuarenta y estrenada en 1956. Leímos algunas escenas y, posteriormente, analizamos la actuación de Jack Lemmon como James, Bethel Leslie como Mary, Kevin Spacey como Jamie y Peter Galhager como Edmund, en una producción de Broadway de 1986, dirigida por Jonathan Miller. La comparamos con la realización cinematográfica de Sidney Lumet de 1962 con Katharine Hepburn, Ralph Richardson, Jason Robards y Dean Stockwell en los papeles principales. También analizamos los rasgos psicológicos en la concepción del personaje en la obra de Tennessee Williams, específicamente en ‘Un tranvía llamado deseo’ (1947), centrándonos en el personaje de Blanche DuBois y, para reconocer la perspectiva del Actors Studio, trabajamos con escenas de la película dirigida por Elia Kazan en 1951, con Vivien Leigh interpretando a ese personaje, junto a Marlon Brando, interpretando a Stanley.
Estos son sólo tres ejemplos, entre otros, en los que utilizamos obras maestras como modelo de aprendizaje para un tema concreto.
Después de dos o tres minutos de vídeo, buena parte del alumnado ya no está mirando a estos prodigios de la interpretación y la dramaturgia y, por el contrario, está absorto en sus teléfonos móviles. Probablemente algunas personas estén «chateando» en Whatsapp y otras viendo «stories» en Instagram o Tiktok, también hay quien se queda dormido. Nunca prohíbo a mi alumnado el uso del móvil, porque me gusta comprobar el grado de interés que despiertan los temas tratados y los ejercicios prácticos propuestos, así como el nivel de atención y concentración de las personas. La clase tiene una duración de tres horas, pero intento que el tema sea ameno y dinámico, no sólo utilizando una gama variada de ejemplos, sino relacionándolo con lo que sucede en los escenarios de proximidad. Pero la mayoría de los estudiantes no van al teatro, así que cuando utilizamos ejemplos interpretativos de lo que se hace en el teatro de nuestro entorno, sólo una o dos estudiantes participan y el resto se aburre o se siente mal porque estamos hablando de algo que no han visto y que, probablemente, tampoco tienen ningún interés o curiosidad por ver.
Esa clase de tres horas es justo después del descanso de media hora, aún así, recién llegados del recreo, buena parte de los alumnos entran y salen varias veces, durante la clase, no sólo para ir al baño, para ir al bar o simplemente para desconectar.
Evidentemente, estas salidas pueden ocurrir, por ejemplo, en el momento más increíble de la escena en la que Kevin Spacey y Peter Galhager, como en un triple salto mortal, interpretan a los hermanos, bebidos, que sacan todo los que les corroe.
El filósofo y dramaturgo francés Denis Guénoun, en: ‘Le théâtre est-il nécessaire?’ (¿Es necesario el teatro?), dice, inspirándose en Aristóteles: “Le regard est porteur d’apprentissage” (Aprendemos viendo). La pregunta es: ¿cómo puede ser que nos guste hacer teatro, pero no verlo, pero no ir al teatro? ¿Solo nos importa lo que hacemos, pero no lo que hacen otras/os creadoras/es?
Guénoun formula que hacer/jugar de actrices/actores y hacer/jugar de espectadoras/es son funciones que se corresponden y se retroalimentan. Según esta teoría, quien no sabe hacer o jugar como espectador tampoco sabrá hacer o jugar como actriz/actor.
Quizás esto también tenga algo que ver con lo que nos dijo la semana pasada la actriz Berta Ojea en la ESAD de Galicia, para hablarnos de Maria Casarès, a quien tuvo la suerte de conocer, y del libro de Anne Plantagenet ‘A única, Maria Casarès’ (Kalandraka Editora, 2022), traducido al gallego por Isabel Soto. Una conversación que nos brindó Berta Ojea y que, buena parte de mis alumnos se perdieron, a pesar de que la actividad estaba programada dentro del horario escolar. Mientras Berta Ojea nos contaba apasionadamente sus encuentros con Casares, yo observaba, a través de la ventana, a algunos de mis alumnos tomando el sol afuera, esos mismos alumnos que suelen entrar y salir durante las clases de Dramaturgia I, y que cogen el teléfono para distraerse. Entonces fui a decirles que sería interesante que vinieran a escuchar a Berta Ojea, una actriz reconocida y con una dilatada trayectoria, que venía a hablarnos de una de las actrices más brillantes de Francia, Maria Casares. Los alumnos ya habían sido avisados de esta actividad, mediante un email de la escuela, pero no suelen leer los emails, como he comprobado con muchas otras actividades, por ejemplo, el encuentro que tuvo Ana Vallés con alumnado y que yo moderé, el día que vino a hacer la inauguración oficial del curso 2023/2024 y en el que la homenajeamos poniendo su nombre a una de las aulas.
El deseo de ver, que constituye uno de los polos fundamentales del juego teatral, el del espectador y la espectadora – junto con el deseo de actuar, de la actriz y del actor – está sin duda siendo alterado por hábitos de recepción dirigidos por la fragmentación extrema de la capacidad de atención de las «stories» y videos de las redes sociales y por la compulsividad que genera la superproducción y la sobredosis de información.
No hace mucho, un grupo de música muy famoso que acababa de lanzar un álbum estaba siendo entrevistado en un canal de radio. Uno de sus integrantes reconoció que se habían arriesgado a hacer una canción que dura más de tres minutos, pero que, seguramente, pocos jóvenes escucharían toda la canción, porque en las plataformas digitales que distribuyen esos contenidos, la gente, apenas escucha un minuto, pasa a la siguiente canción, porque la cantidad de temas que pueden escuchar es tal que genera esa ansiedad por escuchar cuanto más, mejor, y es raro que alguien se pare con una canción entera.
Así pues, nos resulta cada vez más difícil darnos el tiempo necesario para ver, escuchar, pensar y sentir, profundizar y reflexionar, para llegar a un nivel más complejo. Esto lo estoy viviendo, cada año, con jóvenes estudiantes que no soportan más de dos minutos de una grabación audiovisual en la que aparecen actrices y actores increíbles, haciendo, de manera magistral, lo que a esos mismos estudiantes les gustaría hacer. Todos estos jóvenes, además, no frecuentan los teatros, donde la media, me atrevería a decir, es de más de cuarenta años y, sobre todo, de gente mayor de sesenta.
En los últimos tres o cuatro años, con los alumnos más jóvenes, he ido observando que cada vez es más difícil contar con su interés y concentración, para los temas y ejercicios que los alumnos anteriores hacían con deleite y compromiso. Y no es porque los temas o ejercicios estén desactualizados u obsoletos. Pero comparados con la Play Station 5 o el aumento de la oferta digital en los dispositivos electrónicos que manejan, todo resulta demasiado lento y poco atractivo, parece.
Y me cuesta mucho tener que vender la moto a estudiantes que supuestamente eligieron el arte dramático como vocación y pasión.
Berta Ojea miró fijamente a los estudiantes frente a ella y les preguntó, quería que hablaran, pero la cosa no acababa de arrancar. Preguntó cuál creían que era una de las cualidades o condiciones fundamentales para una actriz, también para una dramaturga, y alguien dijo: la libertad, la fidelidad a uno mismo. Y ella respondió que sí, pero que aún había otra más importante que, al final, ella misma tuvo que enunciar: la escucha, actuar desde lo que nos da el otro, la otra, el espacio, el momento, tal como hacía Maria Casares.
Curiosamente, creo que tanto la libertad como la escucha, están hoy en franco retroceso, atrofiadas por la dependencia de las pantallas de nuestros dispositivos electrónicos, que atenúan o disminuyen la relación directa entre nosotros, y por el hecho de que no nos concedemos el tiempo necesario para pensar, escuchar, ver, reflexionar, ir más allá.
Ana Vallés, en su performance ‘Confundídesme con outra’ (Me confundís con otra), cuyo texto se publicará en el número 106 de la ‘erregueté | Revista Galega de Teatro’, en papel, afirmó que no pensamos solos, que pensamos juntos. Pero para decirnos esto nos miró directamente e incluso nos pidió si queríamos bailar con ella. Dudo que esto se pueda hacer con mediación tecnológica, mirando a nuestros «smartphones».