El Hurgón

Cuentos en todas partes

En nuestro reciente paso por México tuvimos la sensación de que existe un gran movimiento de oralidad en ese país, y no porque se encuentre éste constituido, a la manera de la política, como una estructura hecha para compartir un poder, porque no hay unión posible entre las partes, sino porque nos enteramos de que los cuentos están llegando a muchos lugares de su geografía, como parte de un proceso de penetración cultural a través del relato oral, adelantado por quienes han tomado la narración oral con propiedad y no han dudado en darle a esta actividad el carácter de disciplina con identidad propia y autonomía, independientemente de las connotaciones artísticas que posea la misma, porque aquí lo que importa es el fruto que tal penetración pueda estar generando.

La importancia real de este hecho no radica solo en nombrar, y volver autónoma una disciplina, sino en el sentido común que han mostrado quienes han decidido darle carta de naturaleza a una actividad que está en capacidad de caminar por todo un país llevando historias relacionadas con su tradición cultural, porque este peregrinaje oral puede terminar convertido en un estímulo para hacer emerger las historias ocultas, pues quien escucha historias se anima a recordar otras y a contarlas, porque todos somos susceptibles de ser influenciados por la necesidad de contar lo escuchado y lo vivido.

Quienes han organizado estas legiones de contadores de historias para retar la geografía seguramente han tenido el suficiente sentido común para comprender que la narración oral es un medio de comunicación de fácil digestión intelectual, con el cual se puede acceder a cualquier parte debido a su condición portátil, con lo cual se garantiza su ingreso en los lugares apartados de la geografía, adonde por las accidentadas condiciones de topografía no consigue llegar un montaje con mucho aparato, y mucho menos una empresa cultural que tenga que batirse para conseguir el sustento, porque en esos sitios la cultura no es rentable y además su presencia no genera prestigio, que es algo que quien hace arte también espera conseguir.

La parte admirable de esta empresa humana de andar por los caminos olvidados buscando a la gente para que a través del relato recuerde su identidad cultural, está en que es inducida por la vocación de conectar al mundo, pues de acuerdo con las palabras de muchos de quienes la realizan, está muy lejos de constituirse en lo que hoy en día llaman pomposamente industria cultural, pues en muchas ocasiones algunos de esos narradores orales dedicados a retar la geografía sólo reciben como pago la satisfacción del deber cumplido.

En torno de este tema, independientemente del mérito que debe reconocerse no solo a quienes impulsan la tarea sino a quienes la realizan, por todas las dificultades que implica hacerlo, pues muchos de ellos, según supimos de labios de los mismos, deben recorrer caminos en cuyo suelo se encuentran aún las huellas de su trazado original, nos interesa de manera especial hacer énfasis en la importante consecuencia que genera llevar la narración oral a lo más recóndito del territorio de un país, como es la integración cultural.

Esta práctica le exige a quien se dedica a la narración oral, si quiere ser entendido y además concitar interés por su oficio, investigar sobre la tradición cultural de los lugares adonde planea ir, no porque los moradores de los mismos no estén en capacidad de comprender las historias de afuera, sino porque un relato que identifica culturalmente a las personas sirve de puente para iniciar una relación de entendimiento mutuo.


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