El Hurgón

Cuentos para escuchar a la salida del útero

No siempre los que narran cuentan algo, aunque vomiten palabras sin control, y es tal vez esta la razón por la que existe dentro de la narración oral una corriente de imaginativos contadores de historias, conscientes del desvío de esta actividad y con la intención de hacer de su oficio una especie de coraza para proteger de la estupidez a la especie humana, pues se ha vuelto una constante, que muchos de quienes dicen oficiar como tal, han decidido transitar por el camino en donde sólo se busca entretener a las personas, contándoles chistes.

La narración oral ha despertado mucha imaginación entre quienes quieren imponerla como una forma de proteger a la especie humana de la risa eterna, y de paso mantenerla alerta, para que no termine lanzada al vaivén de las dudas y de los olvidos, y por eso son ya muchos los experimentos y ensayos, que a expensas de éstos se han hecho y se están haciendo, como un aporte para responder a la pregunta de para qué sirve contar historias.

En Argentina se está experimentando mucho sobre la utilidad social de la narración oral, porque es un país en donde la palabra parece tener el verdadero precio de su peso. No nos estamos refiriendo a esa expresión añeja relacionada con el cumplimiento de una promesa, sino con la cualidad del mensaje que cada una lleva.

En el tradicional barrio de Palermo, en Buenos Aires, un lugar en donde se respira un cierto aire reflexivo, que parece custodiado por el recuerdo de las andanzas pensativas de poetas, escritores, pintores y demás soñadores, existe un lugar, imaginado, creado y puesto a andar por la narradora oral y pedagoga Geraldina Rayo, destinado a recuperar el ritmo biológico de la palabra, llamando la atención con estímulos auditivos a quien acaba de abandonar el útero, con la convicción de que éste, a pesar de estar recién nacido, empieza desde ese momento a construir su aprendizaje de la lengua en función de sus propias estructuras internas y desde las posibilidades de interacción lingüísticas que le brinde el medio que lo rodea, a través de un complejo sistema de apropiación, no fácil de comprender por el mundo adulto, que todo cree haberlo descubierto.

Bajo esta premisa se ha creado la que Geraldina Rayo ha bautizado con el nombre de Bebeteca, un lugar en donde el niño empieza a relacionarse con su futuro entorno, a través de estímulos auditivos que provienen del contenido lúdico de los cuentos, y que le ayudarán a crear recuerdos que le permitirán más adelante acariciar con frecuencia la idea de diferencia y mantener una puerta de escape, si es que el medio dentro del cual se desarrolla insiste, en aras de una armónica convivencia con la globalización, uniformarlo mental y síquicamente.

El objetivo de este proyecto es crear una especie de familiaridad entre el libro y el bebé, desde sus primeros meses, no para enseñarle a leer, sino para que comience a entender la presencia de éste como parte de la utilería lúdica, que le servirá para comprender cómo es que se aprende a leer, jugando.

Para la pedagoga Geraldina Rayo, la palabra es también un alimento fundamental para el bebé como lo son la leche y el sueño, y sostiene, además, que la manera más idónea de suministrarlo, para que entre en dosis que no generen indigestión al bebé, es a sorbos de relatos, y aunque no sabe hasta qué punto son comprensibles para éste, sí está segura de que se puede garantizar el despertar de una cierta sensibilidad en el niño, si el cuento es contado por alguien que sea capaz de vaciar sus emociones al momento de hacerlo.

Al comenzar el proyecto, cuenta la gestora del mismo, muchas supervisoras de educación, que están siempre convencidas de saber más que el docente, aunque nunca hayan estado frente a un grupo de estudiantes impartiendo una clase, cuestionaron la eficacia de éste, preguntando: ¿para qué narrarles cuentos, si son aún muy pequeños y no comprenden nada?

¿Acaso es que no saben las supervisoras, que la vida es un cuento, y que mejor la vive quien mejor ha escuchado contarlo?


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