Cuestión de pecho
¿Cuánta gente que anda triste por la vida tiene el pecho hundido? ¿Cómo se respira desde un cuerpo que tiene el corazón metido hacia dentro y los hombros hacia delante? ¿Cómo afecta esa respiración al tipo de pensamientos que pueblan la cabeza de esa persona? ¿Y la mirada? ¿Cómo mira alguien el mundo desde un pecho hundido?
Dependiendo de nuestra disposición corporal, es decir, de cómo coloquemos los diferentes elementos del cuerpo, como, por ejemplo: pecho, sacro, hombros, cuello, pies o, incluso muñecas, podemos teñir nuestro cuerpo con un color emocional diferente. En este «juego», la respiración representa un papel muy importante: es como el contraste que insertan a veces los médicos en las venas para ver si todo está limpio o si hay obturaciones en alguna parte de la vía. Al igual que el contraste tiñe de colores el cuerpo haciendo visible sus recovecos interiores, así la respiración pone a vibrar el interior del ser humano, revelando la emoción que habita, en ese momento, el cuerpo, el pensamiento y hasta la mirada de la persona.
Modificando, incluso ligeramente, punto concretos de nuestro cuerpo, podemos respirar dichos cambios y observar qué efectos concretos produce ese cambio en nuestra forma de mirar e incluso de pensar: «¿Cómo modifica mi pensamiento el hecho de haber sacado, literalmente, pecho?»
Esos puntos concretos de nuestro cuerpo pueden actuar como potentes interruptores emocionales que encendemos en el mismo momento en el que oxígeno penetra en nuestros pulmones. El pecho es claramente uno de ellos. Pero incluso el acto de levantar una ceja, por pequeño que parezca, despierta de inmediato en el actuante una actitud muy concreta que contiene pedazos de ironía y suspicacia y que conlleva cierta fortaleza de pensamiento y una toma de distancia frente al interlocutor o al mundo que le rodea. Aunque hay interruptores emocionales principales en el cuerpo, cada persona es más sensible a unos que a otros y la búsqueda de dichas zonas de riesgo, crisis y transformación emocional puede resultar un viaje apasionante para el actor.
Trabajar desde el cuerpo «físico» para empaparse de una textura emocional concreta o para lograr una determinada presencia escénica es una herramienta útil y apasionante. Para poder explotarla y disfrutarla al máximo hay que contar con un cuerpo sabio y alerta que sepa escuchar con atención y pueda advertir con precisión cualquier cambio que se dé a nivel corporal. Por mínimo que sea. O mejor dicho, a pesar de lo pequeño que sea. Muchas veces, es precisamente en los cambios corporales más sutiles donde hay escondida más riqueza emocional. Descubrir esos tesoros no es tarea fácil, porque tendemos a pasar por encima de ellos y no advertirlos. Si sabemos escucharla y respirarla, una nueva disposición corporal puede llegar incluso a propiciar una nueva forma de «estar en el mundo». Algo muy útil a la hora de construir un personaje, por cierto.
Y es que no es lo mismo vivir con el pecho hundido que hacerlo sacando pecho. La sabiduría popular ya advierte de lo potente que es este interruptor emocional: Para afrontar con coraje un contratiempo o una situación adversa, se saca pecho. Cuando uno comunica lo más secreto de su corazón a alguien, está abriendo su pecho a otra persona y cuando estamos ante una situación irremediable, hemos cometido un error o nos sobreviene algo no deseado donde de nada sirve lamentarse, sino reaccionar, decimos: A lo hecho, pecho.
El pecho es muchas veces sinónimo de valor, esfuerzo, fortaleza y constancia. Dependiendo del grado de apertura o cerrazón que apliquemos a nuestro pecho podremos jugar con esos potentes atributos que tiene asociados convirtiéndonos, bien en valientes guerreros, bien en débiles de corazón. Para personificar un «valiente guerrero con el corazón magullado» habría que empezar a jugar también con el principio de oposición. Pero eso, ya es otra historia.