El Hurgón

Cuidado con el Teatro

El teatro es la expresión artística que más similitud tiene con lo que pasa en la vida diaria de la gente, y tal vez se debe a ello la identidad que el espectador logra hallar cuando se encuentra inmerso en el desarrollo de una obra de teatro, y la razón fundamental también para que éste no goce de toda la confianza de quienes tienen la responsabilidad ideológica de mantener pensamientos tradicionales vigentes, o sea, un statu quo, porque el teatro, aún con sus debilidades de época de ponerse de cuando en cuando del lado de la institucionalidad, no ha escapado a ese compromiso tácito, que está en su naturaleza, de reflejar la realidad, analizarla, cuestionarla y de repente ofrecer sugerencias para modificarla.

Esa comunión entre actor, texto y espectador es la que convierte al teatro en una actividad «de mucho cuidado» debido a su facilidad de influir en el pensamiento del público, dada esa cierta relación de reflexión compartida que ocurre cuando entre el emisor y el receptor se produce una comunicación fluida, y por eso recaen sobre la actividad teatral, no sólo los reglamentarios controles que ejerce la institucionalidad sobre las artes escénicas, sino los excedentes de limitación y constreñimiento que quedan de otras prohibiciones, para evitar la expansión del gusto por el teatro desde el punto de vista de su papel revelador de la otra realidad.

En épocas de crisis la propuesta teatral tiene una tendencia al crecimiento, justamente porque hay mucho qué decir y explicar, y paralelamente a esta inercia de intensificación del teatro, se produce la otra, la del control, porque la expansión de la propuesta teatral y el control institucional de la misma, van históricamente de la mano.

Debido a las posiciones de alerta que el gremio teatral ha comenzado a tomar, los controles se han ido sofisticando y es por ello que, aparte los relacionados con los recortes presupuestales, se llevan a cabo otros que, dando la impresión de cultura masiva, tienen como finalidad diluir el objetivo social reflexivo del teatro, para convertirlo en un objeto social festivo.

Al teatro han querido, por eso, masificarlo, y convertirlo en una actividad para multitudes, con el fin de debilitar ese vínculo tan estrecho que hay entre actor, texto y espectador y el diagnóstico de la realidad cotidiana, porque introduciendo, en medio suyo, ruido, se debilita su capacidad de despertar inquietudes sociales, y por eso en algunas partes ya han comenzado a darle aspecto de fiesta, y para conseguir lo cual los espacios dedicados al mismo han sido convertidos en una especie de feria, dentro de la cual la gente se mueve, obnubilada por la variedad, e incapacitada intelectualmente para decidir qué quedarse a ver, por la imposibilidad de discernir en el tiempo y en el espacio, ambos muy restringidos, sobre la enorme variedad que se le ofrece.

Devaluando la vigencia del teatro, la sociedad no corre el riesgo de quedarse sin actividad cultural «de alto impacto», porque para dar la sensación de que ésta existe, introducen en el juego otras disciplinas artísticas, caracterizadas por una cierta laxitud en su forma de explicar, por lo que sobre las mismas la sociedad y sus medios pueden adelantar discusiones sin que exista el riesgo de subvertirse el orden explicativo de las cosas. Son éstas actividades artísticas en las que abunda el contenido estético, y que son muy aptas para ser presentadas en sociedad, porque las discusiones que sobre ellas se adelantan, durante los cócteles de lanzamiento, están exentas de controversias partidarias, que son las que en esencia impulsa el teatro, y que hacen de él una actividad artística «de mucho cuidado».


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