Cultura vocal: civilizaciones antiguas
En el Antiguo Egipto, hablando de cultura vocal debemos hacer referencia a su última gran reina, Cleopatra VII (¿69?-30 A.C.) Parece ser que reunió en su corte a los mejores maestros conocidos con el fin de cultivar su instrumento vocal. Al igual que una actriz, trabajaba su voz para volverla flexible y seductora o autoritaria, en función de sus intereses. Varias fuentes citan que recibía a los embajadores hablándoles en su propia lengua y que se ejercitaba recitando con frecuencia a filósofos y poetas.
La Grecia antigua prestaba una especial atención a la voz hablada, ya que la oratoria ocupaba un lugar destacado en la sociedad. En Atenas se crearon varias escuelas en las que un gran número de alumnos educaba su voz. En estos centros se practicaba el arte de la oratoria y a la vez, se prestaba una gran atención a la postura corporal y la importancia del gesto con el fin de matizar el discurso. De acuerdo con la retórica clásica, el proceso se componía de cinco pasos: Inventio, análisis del tema y organización del discurso; dispositio, arreglos de acuerdo a ciertos elementos, como por ejemplo el tipo de oyente o situación; elocutio, el orador debía encontrar una forma verbal adecuada; memoria, tenían que memorizar el discurso; actio, la búsqueda del máximo efecto; y finalmente, la elocutio, la forma vocal más adecuada para el discurso, momento del proceso en el cual el alumno era animado a revelar su propia personalidad a través del uso de su voz hablada. En la sociedad clásica griega era generalmente aceptado que la oratoria era un signo de sabiduría. Al hablar de la oratoria en el mundo griego, no puede faltar Demóstenes, uno de los oradores más importantes de la antigua Grecia. Al parecer, Demóstenes tenía graves defectos de pronunciación que no le auguraban ningún futuro como orador. Asistió a varias escuelas de oratoria y se informó de las distintas técnicas que allí enseñaban y de cuáles eran las cualidades de un orador. Después, se retiró a la orilla del mar donde se construyó una cabaña. En aquel lugar solitario practicó con gran tesón ejercicios de respiración y fonación hasta lograr su objetivo: convertirse en el mejor orador de su tiempo. Cuenta la leyenda que uno de los ejercicios consistía en hablar con voz potente al lado de un mar agitado, articulando con exageración las palabras y la boca medio llena de pequeñas piedras.
La Antigua Roma también consideró y cultivó la voz. La mayor influencia en oratoria es atribuida a Quintilian (AD 35-97), que se convirtió en el primer profesor de retórica, y a quién el gobierno encargó rectificar la situación de la oratoria en las escuelas. Al inicio se basó en el estilo de Séneca acabando por escribir doce libros sobre teoría de la retórica. Ideó un programa de formación que abarcaba todas las edades de la persona, desde la más tierna infancia hasta su retiro en la vejez. Existían diferentes técnicas y se formaban profesores con el fin de transmitir estas enseñanzas. Los profesores especializados en la voz se clasificaban en tres tipos: Vociferarii, Phonasci y Vocales. Los Vociferarii se centraban en los ejercicios que fortalecían la voz. Los Phonasci reforzaban el volumen. Finalmente, los Vocales se encargaban de la entonación, las modulaciones y el perfeccionamiento en el canto. El emperador Nerón (54-68 D.C.) que se consideraba a sí mismo un gran poeta y mejor cantante, iba siempre acompañado de un Phonasci que lo cuidaba y aconsejaba para que en sus actuaciones no forzara ni maltratara su «maravillosa» voz. Pero parece ser que el arte de la elocuencia declinó al mismo tiempo que declinaban los valores morales de la Antigua Roma. Aunque pensaban que la oratoria podía civilizar a los pueblos bárbaros, la obsesión por hacer dinero y abandonarse a una vida de placeres contribuyó a la degeneración de la disciplina necesaria para construir un alto nivel de oratoria.