El Hurgón

Cultura y cosmética

El sector cultura, cuya operatividad se producía tradicionalmente bajo sencillos requisitos de vocación, voluntad y deseos de transformar la realidad, después de que fue insertado como una actividad más de la estructura económica de la sociedad, debió someterse a un sucesivo cambio de orientación de sus objetivos, y a aceptar la consagración de nuevos términos para definir sus procesos, hacerlos notables y volverlos útiles para el ascenso social.

Desde entonces, da la impresión de que la cultura solo debe ser manejada por expertos y es por eso que paralelamente a la introducción de nueva terminología para interpretarla, se han venido abriendo academias que se ocupan de enseñar cómo conducirse dentro del ahora intrincado mundo de la denominada gestión cultural.

Entendemos que una estructura administrativa, cuyo objetivo es ocuparse de una parte del desarrollo social, requiere de una terminología adecuada, que le ayude a identificar cada uno de sus procesos, y facilite el intercambio con quien se convierte en su objetivo de trabajo, es decir, con la población. Entendemos igualmente que la actividad cultural que se desarrolla en la época actual requiere de un complejo sistema administrativo, y que por eso mismo no podemos pretender que ésta permanezca en estado de estancamiento, porque todo está sujeto al cambio. También entendemos la importancia de que la actividad cultural sea una fuente de ingresos, porque tradicionalmente el artista y quien se ocupa de hacer actividad cultural han sido considerados cuerpos gloriosos por cuya subsistencia nadie nunca ha reclamado. Pero no compartimos la enorme distancia que hay entre discurso y realidad, pues ahondando un poco entre uno y otra podemos concluir que la función del primero es la cosmética, para hacer del sector cultural algo cuya ejecución se considere cada vez más como un asunto de iniciados.

El problema de esta modificación a la cual ha sido expuesta la actividad cultural, es que no ha sido diseñada para hacerla más ágil y pueda por ello atender con calidad y eficiencia las nuevas responsabilidades que impone un aumento de población y por ende garantizar una mayor cobertura, pues son muchos los elementos de dicha modificación que nos llevan a suponer el objetivo de convertir al sector cultura en una instancia más de poder, pues para conseguir lo cual una estructura debe rodearse de terminología intimidatoria cuya misión es persuadir a muchos de no aspirar a formar parte de la misma, debido a las dificultades cada vez mayores para su ejecución, porque quien se atreva a hacer gestión cultural debe proveerse más de conceptos teóricos que de iniciativas.

Lo que nos parece digno de controversia en este tramo del desarrollo de la actividad cultural, no es que se recargue de definiciones, porque esa es una característica aceptable en las entidades creadas con el objetivo de incidir en el desarrollo de una sociedad, sino que gran parte de la terminología que ha debido aceptar el sector cultura para garantizar su permanencia no tenga orientación definida y se convierta por ello en un eslabón más de la improvisación.

Si analizamos con atención procesos de gestión cultural, caracterizados por su ruido y su notoriedad, podremos descubrir incoherencias entre el discurso y la realidad del hecho, y es la razón por la cual nos parece importante abordar la nueva terminología con la cual se viste actualmente la cultura, para averiguar cuanta relación existe entre lo que se dice y lo que se hace.


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