Sangrado semanal

Danzar entre serpientes

Cuántas veces, durante su entrenamiento, oye el actor aquello de que debe aprender a accionar sin pensar con la cabeza. Debe dejar que sea el cuerpo quien «hable». Si lo logra, el actor será pura reacción del organismo ante los estímulos que recibe. Evitará sopesar, dirimir o prejuzgar con la cabeza cómo debe actuar a la hora de decir tal frase, dar la réplica física o hablada a un compañero o expresar un estado de ánimo. Podrá reflexionar horas antes, pero no cuando esté en escena. En situación escénica, los actores aprendemos a desconectar la lógica cotidiana para actuar desde otro lado, para ser reacción pura, emoción pura, para ser, en escena, pura supervivencia.

Tres partes tiene nuestro cerebro desde una perspectiva simplificada: El tallo cerebral, el sistema límbico y el córtex. El córtex es responsable de nuestra lógica y nuestro entendimiento. En cambio, el sistema límbico y el tallo cerebral son más primitivos. En el sistema límbico viven las emociones, esas que nos hacen olvidar día, nombre, fecha y hora cuando nos embargan o sobrecogen. A su vez, el tallo cerebral es nuestra caverna primitiva. Es responsable de controlar aquellas funciones automáticas que nos mantienen vivos, entre ellas la presión sanguínea o la frecuencia cardiaca.

Ante una situación de peligro o amenaza, el organismo del ser humano no puede permitirse perder tiempo en sopesar situaciones o establecer hipótesis, porque ser capaz de reaccionar en una milésima de segundo puede ser la diferencia entre estar muerto o vivo. Imaginemos que caminamos por el monte y que, al borde del camino, hay una rama seca y retorcida semejante a una serpiente. Con toda probabilidad, nuestro cuerpo saltará de improviso para alejarnos del peligro en el mismo momento en el que nos percatemos de la existencia de ese palo-serpiente. El cuerpo reaccionará mostrando una flexibilidad, fuerza y rapidez inusuales en nuestra vida cotidiana. Una vez a salvo y alejados del peligro es muy probable que nos acerquemos con cautela al lugar de la amenaza para comprobar si aquello de lo que habíamos huido era efectivamente el bicho peligroso que creímos intuir o si se trataba de un inofensivo palo de madera. Pero no antes. Antes hay que ponerse a salvo. El pensar vendrá después.

Una vez que nuestro organismo ha ejecutado con éxito el mecanismo de supervivencia nuestro entendimiento, nuestra parte lógica, se pone de nuevo en marcha. Es en ese momento cuando queremos saber, entender, conocer racionalmente. El córtex vuelve entonces a la acción. Intuyo que aquel entrenamiento actoral que nos enseña a deshacernos de los automatismos cotidianos, a reaccionar «con» y «desde» el cuerpo, a no pensar lógicamente a la hora de realizar una acción o de dar una respuesta a la propuesta escénica de una compañera tiene mucho que ver con el hecho de «puentear» el córtex cerebral, es decir, con «saltarnos» nuestra parte más lógica y ordenada, para dar prioridad a la presencia del sistema límbico y del tallo cerebral. Hay actores que son maestros a la hora de conjugar las tres partes del cerebro de forma distinta a la habitual. Saben situar al organismo en una situación de supervivencia. Convierten ese estado en una fiesta para el riego sanguíneo y la frecuencia cardiaca. Mientras tanto, su córtex sigue activo: se encarga de saber qué palabra vendrá después de la palabra que vendrá después. Por eso hablamos de «animales escénicos»: Son aquellos actores y actrices que son pulsión pura, carne viva que vibra, organismo que danza entre serpientes.


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