Sangrado semanal

Daydreaming

Soy adulta. Y sin embargo, ayer, fantasee con quedarme encerrada en el taller de ensueño de unos amigos artistas. Imaginé que todos los que allí estaban, comenzaban a marcharse y que me olvidaban, por culpa de un despiste nocturno de cielo oscuro sin luna. Imaginé entonces que allí me quedaba, entre creaciones delirantes perfectamente ordenadas, pinceles, brochas, corchetes y libros y que, al igual que en el taller de la muñeca Coppelia, todo tomaba vida, convirtiendo aquel lugar en un mundo en movimiento.

A pesar de ser de noche, soñaba despierta. Tienen los anglosajones una bella palabra para designar esta tendencia tan humana. Se trata del «Daydreaming», que se compone de la palabra day, día y del verbo dream, soñar. En otras culturas, como la nuestra, tenemos que dar grandes rodeos con las palabras para designar ese estado en el que nos quedamos absortos, mientras la imaginación vuela amablemente a plena luz del día. Dos términos aparentemente opuestos, estos del soñar y estar despierto y, sin embargo, los grandes genios insisten en que la vigilia y el sueño no están tan lejos como creemos.

Que toda la vida es sueño y los sueños sueños son, dice Calderón en un acertijo que ha rondado mi cabeza de día y de noche, como una llave de niebla. Quizás, hasta ahora, había sido demasiado joven para descifrar sus palabras de humo. Quizás, y al igual que ocurre con Shakespeare, hay que tener antes ciertas vivencias en la vida real para poder entender las grandes obras. Así, Macbeth solo desplegará todo su esplendor de alas negras ante el lector, una vez que éste haya vivido en carne propia una lucha de poder.

Demasiado joven para entender las palabras de Calderón hasta que me convertí en adulta, ayer. ¿Cómo? Enseñado a aquellos que son más jóvenes que yo. Fue un Puck de 16 años quien me reveló el secreto. Mientras decía lo siguientes versos en la mismísima lengua de Shakespeare, (que, por cierto, no es otra que la que tiene incorporada a sus filas, la palabra daydreaming con absoluta naturalidad) comprendí:

«Si nosotros, vanas sombras os hemos ofendido, pensad tan sólo esto y todo está arreglado: Que os habéis quedado aquí dormidos mientras han aparecido esas visiones. Y esta débil y humilde ficción no tendrá sino la inconsistencia de un sueño. Amables espectadores no nos reprendáis. Si nos concedéis vuestro perdón nos enmendaremos.» Con estas palabras, llegaban a su fin dos semanas de intensísimo curso de teatro con adolescentes. Parecía increíble pero así era. Aquellas sesiones que habíamos vivido con la inmensa fuerza de la realidad que tiene la vida a los 15 años, empezaban ya a desvancerse para adquirir la consistencia de un sueño… Al igual que el recuerdo de aquella noche que pasé en el taller de mis amigos artistas.


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