De Antígona
Los habitantes del segundo milenio miramos a la tragedia griega con cierta condescendencia, como si se tratara de obras de museo a las que hay que adaptar, modificar y finalmente mejorar, ponerlas a la altura de nuestro tiempo, de nuestra problemática y conocimientos. Nos parecen interesantes, sí, pero nos acercamos a ellas como un antecedente a la evolución teatral contemporánea.
Puedo reconocer que efectivamente hay obras del repertorio clásico griego que nos interesan menos, ya sea porque su problemática está apegada a aquellas sociedades o porque su relación con la mitología griega está muy arraigada y poco accesible a nuestras emociones.
Sin embargo hay otras con una insidiosa vigencia y que sin cambiarles nada, tal como fueron escritas, nos conmueven profundamente. Empecemos por aquellas que han servido para identificar conductas ancestrales: el complejo de Edipo, de Electra, o comportamientos extremos, es una Medea escribiría un ilustrado informador de nota roja al hablar de un infanticidio.
Pero es Antígona, la tragedia de Sófocles, la que encaja sin adornos en nuestra problemática, pues a pesar de sus 2500 años, la obra es actual, vigente, punzante. Nos conmueve como cualquier obra contemporánea, si no es que más. Que una muchacha destinada al lujo imperial, a la familia y al amor, decida enfrentar al orden temporal para restablecer un orden superior, es un hecho que hasta el día de hoy puede observarse en las noticias o en actitudes de denuncia. Es el caso de la cristiana Meriam Yahia Ibrahim Ishag de Sudán que decide enfrentar la legislación de los ulemas con tal de no renunciar a sus propias convicciones religiosas. O de las europeas del grupo Femen, descaradas féminas decididas a luchar por sus ideas ofreciendo el pecho desnudo. Y como en Antígona, no las intimidan las amenazas de muerte o prisión con tal de no traicionar sus convicciones. Son nuestras Antígonas.
Sin embargo, la principal correspondencia de la obra con el mundo actual viene de Ismene, la hermana conformista de Antígona:
…piensa que ignominioso fin tendremos si violamos lo prescrito y trasgredimos la voluntad o el poder de los que mandan… replica azorada Ismene al principio de la obra, cuando Antígona le descubre sus planes de desafiar al rey, su tío, ofreciendo un ritual funerario a su hermano muerto en una batalla fratricida.
Ismene es un emblema contemporáneo: tenemos el complejo de Ismene. Somos capaces de conformamos a un orden social injusto para evitar problemas; cerramos los ojos ante el desorden para no perder nuestros pequeños privilegios; creemos ejercitar la inteligencia porque no aceptamos ninguna responsabilidad ni riesgo y nos convertimos en cómplices silenciosos, si no es que justificamos los actos más ignominiosos y los gobiernos más tiránicos. Mundo Ismene el nuestro.
La pertinencia de Antígona surge también en el enfrentamiento entre la debilidad esencial y el poder absoluto, en el desafío del poder temporal y los valores universales. Sófocles supo plasmarlo con una lucidez que rebasa al tiempo y que puede inspirar de muchas maneras. De hecho Antígona es la fuente de muchas obras, ensayos y novelas, mérito atribuido a un clásico.
Antígona no necesita ninguna justificación, su asunto es crudo, cruel, directo; ahí el poder se presenta sin máscaras. No hay intervención de otras dimensiones, el asunto es cabal: guerra fratricida, muerte, y ritos funerarios. Deber filial, orden cósmico, último sentido humano. Y todos los personajes tienen sus propias razones… Creonte el poderoso, que necesita consolidar un poder que se le escapa (como todo poder político); Ismene, la hermana que describe el sino trágico de la dinastía, desde Edipo, el padre, hasta los fratricidas hermanos; el prometido de Antígona, Hemón hijo de Creonte que también denuncia la injusticia con su suicidio.
Si observamos las razones del gobernante veremos que son justificadas, quiere impedir que un traidor a la ciudad reciba los últimos honores y que sea castigado más allá de la muerte. Es normal, es su papel, pero también es sordo a las razones superiores que invoca Antígona, al orden superior que lo rebasa, que los rebasa, principal argumento de la heroína. La obstinación del poderoso hace que pierda todo, y que quede vacío y solitario. ¿Será el destino de los ejecutores del poder? Sería alarmantemente moralista afirmarlo, y nada hay más denigrante para la tragedia que convertirla en una fábula moral. Creonte se convierte en tirano siguiendo la partitura de su propia composición. Si hubiera sido menos aferrado a sus leyes, tal vez habría se habría salvado, pero ya no sería gobernante, sería un sabio y la sabiduría rima mal con el poder. Maquiavelo lo ha enseñado para nuestra civilización: el Príncipe tiene que aplastar a todas las Antígonas si quiere ser respetado. Ese drama, esa dicotomía, esas irreconciliables razones dan vigor a una obra escrita en espiral, hacia el centro del conocimiento humano. Más allá de los personajes hay una fuerza que barre con todos…
Finalizo imaginando cuantas Ismenes rodeaban a Snowden el informático norteamericano que decidió dejar su paradisiaca isla en el Pacífico para abrirnos los ojos de espionaje a ultranza del gobierno los Estados Unidos y que le ha valido una condena sin juicio y el destierro permanente. Porque los deberes de Antígona no tienen género. Sófocles elige la fragilidad femenina para que sea más evidente el reto, porque ante el poder todos somos frágiles.
París, abril de 2021