De la danza a las ‘Constantes del porvenir’
Este sábado 14 de mayo de 2022, en vez de ver el show masivo de Eurovisión, vi a Félix Fernández cantando Wonderful Life al estilo Karaoke, el tema icónico de Black de mediados de los ochenta. Fue en la performancetitulada Constantes do porvir (Constantes del porvenir), con la que Félix cerraba el Festival Primavera del TRC Danza de A Coruña.
Antes, dentro de la “Programación expandida” tuvimos una conversación sobre publicar danza.
En A Coruña había 28 grados de temperatura, sol radiante y previsión de tormentas. En el Teatro Rosalía de Castro se estaba bien, fuera del ruido de las calles y del baño de multitudes. Al cerebro y al sistema nervioso le sientan bien estos retiros que, a veces, nos brindan algunos teatros. Sobre todo cuando no están abarrotados de gente atraída por productos a la moda, protagonizados por alguna figura famosa.
La danza, evidentemente, igual que el teatro, no se publica. Son artes vivas que se hacen y se experimentan. Tampoco se publica el cine, ni la pintura, ni la escultura, etc., si consideramos publicación el libro, la revista, el catálogo o cualquier otra forma de edición, en papel o digital. Se publican palabras, imágenes, esquemas, dibujos… Y son necesarias, en el caso de las artes vivas, porque dejan testimonio de ese hacer y de esa experiencia artística. Un testimonio útil para (re)pensar el hacer e incluso para mejorarlo. Un testimonio necesario, no solo en su despliegue de análisis, reflexiones y perspectivas sobre el objeto artístico, sino también por su valor como archivo, como memoria, como relato. Una aportación para las nuevas generaciones que puedan sentir la necesidad de querer conocer qué es lo que se hizo antes. Porque las artes escénicas, más allá del fenómeno evanescente, también son una profesión y tienen una dimensión artesanal. Para el oficio los modelos y los referentes son fundamentales, abren caminos y cada ecosistema cultural necesita tener los suyos, más allá de los globales. Por eso es tan importante que se escriba sobre danza, sobre teatro, sobre circo, sobre cualquier modalidad escénica o sobre cualquier experiencia artística que las hibride. Por eso es importante la História da Dança Contemporânea na Galiza (Através Editora, 2021) o los esfuerzos de la erregueté | Revista Galega de Teatro por recoger lo que acontece en los escenarios.
El TRC Danza, con su programación expandida a otras actividades, charlas, prácticas concentradas, y con la publicación de sus “Pre-textos”, genera arte y conocimiento. Un tesoro para quien no se conforme solo con entretenerse y pasar un buen momento.
En Constantes do porvir, Félix Fernández, nos ofrece una performance en la que, de alguna manera, denuncia la “hipersobreestimulación” a la que nos vemos sometidas y cómo la tecnología está, como un virus, invadiendo y condicionando nuestra vida, nuestro futuro. Ya no se trata de que la tecnología esté a nuestro servicio para facilitar o mejorar nuestra existencia, sino que, en muchos casos, nos está esclavizando y somos nosotros quien debemos estar a su servicio.
El texto que se proyecta en el fondo del escenario es explícito respecto a estos desasosiegos. El espectáculo se apoya mucho en el ambiente sonoro y visual, con momentos de efecto psicodélico o calidoscópico. La electrónica y el techno son el contexto y la base, igual que las imágenes artificiales proyectadas en todo el fondo del escenario, con progresiones bellas como la de la piedra flotante que muta en cerebro, después en sol ígneo, después en calavera y, en otro momento, en verde manzana.
No obstante, en mi opinión, el movimiento y la dicción se quedan en el cliché de la robótica y de la maquinalización, igual que muchos vídeos que recuerdan esos fondos de pantalla de cualquier ordenador, algo que yo asocio con una idea demasiado estandarizada, gastada e incluso conservadora, en lo estético, respecto a estos temas. La voz ecualizada y deformada imitando una máquina, así como el cliché de la geometría y de las líneas, en el vídeo y en la coreografía, incluso en el vestuario, se quedan en lo previsible con un punto naif. Una naiveté y una sencillez muy marcadas cuando se pone en el medio del escenario a cantar, como en un Karaoke, Wonderful Life. Quizás esta sea la manera con la que Félix quiere relativizar y desactivar la posible queja y diluir mensajes. No lo sé. En todo caso, la última secuencia jugando con mini-drones voladores y luminosos, acaba por dejarnos ese sabor dulce en el que lo lúdico parece anular distopías e insuflar ánimos.