De sueños
Hubo un tiempo en que muchas cosas sucedieron por amor a algo, o a alguien, y en que la falta de reciprocidad hacía morir a la gente de pena moral, que era como antes se denominaba al estado de insolvencia anímica de quien pierde la fe cuando cree extinguidas las alternativas para seguirle el ritmo a la vida, y decide por eso apagar su deseo de luchar.
Cuando la gente moría de pena moral, los sueños tenían fronteras visibles, y se erguían, pacientes, desde la consciencia del individuo, cuando aún era posible convertir los estímulos en conocimiento, con la anuencia de la razón y el permiso de los sentidos, porque entraban en el individuo en dosis digeribles, y avanzaban acompañados del manejo del tiempo, para garantizar su estabilidad futura.
El objetivo de estos sueños, conocido con la sumaria expresión, realizarse, se entendía como la defensa del ser uno mismo, una definición que se hallaba implícita en el proyecto individual de construcción de vida.
Existía el sueño artístico, siempre acompañado del sueño de transformar, y que por eso es uno de los sueños del hombre que más ha estado expuesto a cambios forzados de conducta, y que acompañaba a su autor, a lo largo de la vida, sin apurarlo innecesariamente, y tenía pudor, porque sólo se mostraba cuando estaba convenientemente ataviado con forma y contenido cierto
Existía el sueño del éxito, que siempre ha estado en vigor entre los sueños que más desvela al ser humano, pero, entonces éste se caracterizaba por su tolerancia, porque les permitía a quienes andaban detrás de él realizar con paciencia y reflexión el proceso que la práctica exigía para conseguirlo. Por eso, quien andaba detrás del éxito era consciente de la intermediación del tiempo, un concepto por cuyo desarrollo había respeto, conocía el valor de la constancia y la importancia del proceso.
El origen de los sueños ha cambiado, y por ende su composición y objetivo se ha modificado de manera que si no se ajustan a la velocidad, al sentido de competencia, a las presiones y a la desnaturalización de los tiempos actuales, mueren pronto.
Los sueños de hoy no parecen tener relación con el crecimiento interior del individuo, que es parte fundamental en el desarrollo de cualquier actividad humana con proyección social, y son fabricados atendiendo a lo que el mundo exterior reclama o exige, porque su objetivo es alterar las influencias del pensamiento creativo, y dar relieve al lineal, para hacer más fácil la creación de costumbres, deseos y saberes únicos, con el fin de manipular la forma como debe percibirse la realidad.
La pena moral, un mal, para cuya comprensión debemos saber de una vez por todas que tiene conexiones muy profundas entre el interior del ser humano, su búsqueda de identidad, y el entorno social, es algo de lo cual ya nadie habla, porque ha sido reemplazado por otro mal, denominado estrés, con el cual tiene ciertas afinidades aparentes como el deterioro físico, mental y moral de quien lo padece, pero con el cual conserva diferencias sustanciales, porque mientras quienes morían de pena moral se iban consumiendo a espaldas de la sociedad, porque renunciaban a vivir entre la gente, los que padecen de estrés se hacen querer de la multitud, dando gusto a los caprichos de ésta, y la convierten en testigo fiel del paulatino deterioro de su figura, y le enseñan, en cada acto espectacular que le ofrecen, los adminículos que utilizan para acelerar su disminución física, mental y moral, y, sobre todo, se entregan en cuerpo y alma a exigencias ajenas a su voluntad.
Ahora ya nadie muere por amor a algo o a alguien, sino por deseo compulsivo de algo o de alguien.