De vuelta a la reflexión
A pesar de la sensación que tenemos hoy en día de inmediatez entre nosotros y las personas con las cuales nos relacionarnos para mantener la apariencia de vida, cuando hacemos un análisis de lo conseguido podemos llegar fácilmente a la conclusión de que en realidad estamos cada vez más distantes unos de otros, y que todo cuanto hemos vivido es un remedo de relación, porque en la misma han estado ausentes elementos fundamentales en la consolidación de lo social como son el contacto físico, las discusiones, las demostraciones anímicas, las discrepancias, las miradas, los gestos, etc.
La interacción entre las personas, si puede llamarse de esa manera una comunicación en la que la velocidad no permite digerir lo que leemos, vemos y sentimos, para evaluar consecuencias, es hoy en día muy sintética, y una prueba de ello es la superficialidad de todo cuanto creemos adquirir como conocimiento, y de lo cual se deduce una incapacidad paulatina para comprender el entorno, y mantener una relación con nuestro origen y cultura que nos permita planear un futuro correspondiente con nuestras necesidades reales.
A pesar de la creencia de que conocemos todo a nuestro alrededor, por el hecho de estar presente en la vida cotidiana y porque lo vemos todos los días, si nos atrevemos a hacer un balance de ello nos daremos cuenta de la deficiencia de nuestro conocimiento, aún de aquellas personas cuya proximidad nos sugieren ser parte de nuestra intimidad.
Estos mecanismos ficticios de comunicación, con aspecto de interacción, creados con el apoyo de la tecnología, y que responden, sin lugar a dudas, a necesidades de tiempo y espacio, porque cada vez hay más gente y las distancias para acercarlas también han aumentado, no están siendo utilizados de manera consciente, y por ello, en vez de acercar a la gente, la distancian, porque como hemos dicho, en esa relación están cada vez más ausentes elementos humanos indispensables para volver sólida la relación social y convertirla en un proyecto de futuro compartido.
El avance, no tanto de la tecnología, sino de sus modelos de consumo, pues no hemos terminado de aprender el manejo de un modelo cuando nos obligan, en el mercado, a adquirir otro, ha relegado el concepto de comunicación a un segundo plano, porque no prima el objetivo de la conversación, que debe ser el de socializar, integrar, cohesionar, etc, sino el medio a través del cual se realiza y cuyo fin es alivianar el proceso, haciendo que entre las personas no sea necesario utilizar un lenguaje social, sino de intermediación, porque ya no se trata de empezar a hablar para resolver problemas, sino para manifestar deseos, que es sobre lo cual versan la mayor parte de los temas de las redes sociales.
La comunicación, orientada a producir efectos sociales y de integración es cada vez menor, y por eso la ejecución de eventos culturales que tienen como objetivo volver a recorrer los caminos de la reflexión, son de gran utilidad para evitar el desarraigo, cuya expresión simbólica no se da a través de la dispersión física de la gente, sino de la ideológica.
Tal vez sean opiniones, como las expresadas en párrafos anteriores las que están sirviendo de pretexto a algunos gestores culturales para hacer un alto en el camino y analizar si las acciones artísticas que están impulsando son parte de la inercia que ha tomado de cuerpo entero a la actividad cultural, para convertirla en un elemento más al servicio de la dispersión mental del individuo, a través del entretenimiento selectivo y continuo, o están sirviendo para reencauzar a la gente por los caminos de la reflexión por los que casi siempre ha conducido el acto artístico.
El Festival Internacional de Teatro Itinerante de Chiloé es un ejemplo de esto último, y para no escribir una nueva columna sobre éste, convidamos a nuestros lectores a enterarse de cómo funciona, porque seguramente muchos gestores culturales terminarán contagiados de su eficacia cultural.