El Hurgón

De vuelta al análisis

Uno de los problemas de la época actual es la aparente abundancia de conocimiento, y la ausencia de análisis, y por eso todo cuanto llevamos a cabo termina condicionado por la exigencia del volumen, que es un concepto relacionado con las nuevas doctrinas económicas, que constriñen al ejercicio artístico y cultural, ocasionando un cambio en su misión esencial.

Además de lo anterior, el carácter de ligereza se ha inmiscuido en los procesos y ha hecho que el tiempo de cada uno sea cada vez más corto, porque sólo importa el ruido instantáneo que pueda provocar el producto, y no su consecuencia en el desarrollo mismo de la sociedad, tal como se entendía cuando el tiempo estaba dividido en pasado, presente y futuro.

Muchos ejercicios han sufrido modificaciones fundamentales, y el artístico y cultural, cuya consecuencia es por lo general molesta, porque casi siempre convida a pensar y a analizar, es sobre el cual se ciernen con más fuerza las modificaciones, y por eso, cuando surge una nueva forma de hacer arte y cultura, el establecimiento pone toda su atención en él, para comenzar a castrar todas sus posibilidades de incidir en la conducta de las personas.

La actualidad es recursiva en las formas que emplea para interferir en el trabajo de generación de conciencia e interpretación de la realidad, debido a su objetivo fundamental de hacer del mundo un conglomerado de autómatas, y por eso tarda más en aparecer una nueva expresión cultural, que pueda, por sus características llegar con facilidad al individuo, que la globalización en crear estrategias de envilecimiento de la misma para someterla a sus esquemas de uniformidad.

Una nueva forma de hacer actividad cultural con proyección, y con posibilidad de recuperar espacios de pensamiento y reflexión como lo hiciera el teatro en sus buenos tiempos es la narración oral, una actividad tan vieja como la humanidad, pero puesta en función de entendimiento entre las personas hace casi tres décadas, cuando germinó la idea de que al público también se le podía convidar a escuchar historias, algo se hacía de manera informal en las reuniones de familia y de amigos.

Contar historias, una acción que llaman de muchas maneras, sin que por ello su esencia o su consecuencia cambie, es una actividad que se ha regado por toda la geografía de América Latina, y lo que nos cabe preguntar en este punto de la nota es si dicha proliferación es consecuencia de un acto consciente, provocado por la necesidad de revisar los pasos de la historia y de la cotidianeidad, u obedece a uno de esos artilugios de consumo general, creados al calor del entusiasmo, y destinados solo a la consagración del entretenimiento.

Esta pregunta la hemos hecho, de muchas formas, en varias ocasiones, y desde esta tribuna hemos intentado abrir el debate para comprender si la narración oral está cumpliendo con la razón de ser de todo cuanto sube a escena, cual es convocar entre el público la necesidad de hacerle cuentas a la vida y discutirlas con el pensamiento, pero muchos de estos intentos han sido sintonizados con lo que siempre se relaciona a la opinión, y es el deseo de fastidiar.

Que el oficio de la narración oral merece análisis constantes, para evitar que caiga en lugares comunes, o se convierta en un apéndice del facilismo, es algo sobre lo cual hemos insistido, y no es porque la queramos pura, sino porque vemos en ella la capacidad de devolverle al espectador la vocación de buscar en el acto escénico algo más que un momento de entretenimiento.


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