Decadencia
Que la realidad se levante a la lectura que la devela como una posibilidad, habilita una manera de explicarla que no necesita rigor, porque toda versión que se haga de ella es una respetable posición en la que no faltará que se resguarde el que, sin tener nada para decir, diciendo apenas algo, ya pretenda que ha dado en la tecla.
Un síntoma de dicha situación se observa en la imposibilidad manifiesta de hilvanar dos palabras seguidas o de hacer que las palabras connoten, siquiera cercanamente, lo que se pretende que las cosas sean.
Esa sensación de exceso sobrecoge y amilana todo intento de nombrar. Hay como una abjuración a intentar abarcarla, lo que se equilibra con un conformismo y deposición por emprender la osadía de procurar entenderla. Y el corro hacia ella, apenas una marcha de silencio auto-impuesto. Una despolitización, ya que todo esfuerzo por echarle el guante, respondería a un interés, a una tendencia de la voluntad o el pensamiento. Mejor olvidarlo, consagrar intermediarios, ídolos de barro que encarnen los pocos o muchos elementos necesarios para inventar un modelo de vida.
El relevo de entender, de instilar con genuina dedicación las claves de ese riesgo de que todo sea nada, como para que al menos, precipitar progresivamente las capas de claridad que como partícipe necesario de ese ‘crímen de la realidad’ (Baudrillard), guarde la elegancia mínima de cuidar el estilo, como ejercicio postrero de cuidar el gusto.
Ser un guardián de la nada, transmitiendo insustancialidades a sabiendas, juegos y convenciones largamente repetidas y cuya disculpa está sólo en el mero cumplimiento de tal repetición.
El hartazgo, el cansancio, el aburrimiento, obstruyen el desafío de variar activamente los puntos de vista. Una evidente molicie por enfrentar las segmentaciones de la realidad, sus fragmentos. Nadie es culpable, como nadie es inocente. Qué trabajo da vivir.
Suena lejano aquel Eisenstein políglota, empecinado en alimentar sus oraciones con palabras de distintos idiomas, mezclándolas como un fiel reflejo de la Babel de su cabeza. La cortedad del vocablo, subsanado por la sustitución con otro de otro idioma, que mejor se adaptaba a su intento de decir. Así hasta componer frases con palabras de los cinco idiomas que sabía, si era necesario. Pero es arduo de sólo imaginarlo. No estamos para sortilegios vocálicos.
Tanto ciclo que se cumple, mercancía que se gasta, no motiva, deprime hasta los más granados ímpetus de clase. A lo sumo, fuerzas como para acompañar la disolución. Qué esperar de tantas ínfulas por la ‘ciencia triste’, según dice Bifo. ¿Cosechar alegrías después de los emplazamientos extenuantes de la simulación del vivir?
«El libre principio creativo del artista se eleva entre el espectador y su verdad (la que él podría encontrar en la obra de arte) como un valioso velo de Maya del que nunca podrá apropiarse a un nivel concreto pues tan sólo podrá acercarse a ella través de la imagen reflejada en el espejo mágico de su propio gusto» (Agamben), desde el propio reino de su teatralización difusa.