DEFENSA DE SANCHO PANZA. Fernando Fernán
UN BULULÚ DE ANTOLOGÍA
(Defensa de Sancho Panza, de Fernando Fernán Gómez. Con J. M. Cifuentes y dirección de Fernando Bernués y Carlos Zabala. Temporada 2002-2003.)
Sancho Panza, que por lo demás nunca se jactó de ello, logró, con el correr de los años, mediante la composición de una cantidad de novelas de caballería y de bandoleros, en horas del atardecer y de la noche, apartar a tal punto de sí a su demonio, al que luego dio el nombre de don Quijote, que éste se lanzó irrefrenablemente a las más locas aventuras; las cuales, empero, por falta de un objeto predeterminado, y que precisamente hubiera debido ser Sancho Panza, no dañaron a nadie. Sancho Panza, hombre libre, siguió impasible, quizás en razón de cierto sentido de la responsabilidad, a don Quijote en sus andanzas, alcanzando con ello un grande y útil esparcimiento hasta su fin”.
Franz Kafka, 1919
Ignoro qué quiera decir Kafka en el citado párrafo que Borges incluye, no sin razón, en una antología de literatura fantástica, pero kafkólogos tiene la Santa Madre Crítica que sabrán interpretarlo mejor que yo. Sea como fuere, el autor checo adopta el punto de vista del escudero y en esa perspectiva se instala, al igual que ya lo hiciera Alfonso Sastre en el cajón de sastre de El viaje infinito de Sancho Panza (1984), el cómico y dramaturgo Fernando Fernán-Gómez para su Defensa de Sancho Panza, partiendo del supuesto kafkiano de un Proceso que lo arroja del Castillo a la Colonia penitenciaria.
Una “defensa” que, merced a la polisemia del genitivo, lo es del propio Sancho y, por extensión, de Don Quijote -a quien se reconoce una locura voluntaria desde el inicio- y frente a la acusación de subversión contra el Emperador y alteración del orden público.
Se trata, pues, de una antología dramatizada de fragmentos del Quijote, en la línea de alguna revisión de clásicos, como La sombra del Tenorio de J.L. Alonso de Santos -en boca del personaje secundario, el criado Ciutti-, y desde la perspectiva de los de abajo, que permite regenerar el personaje con libertad y cercanía, cuando no complicidad, en apartes y guiños, al público. Y ello porque Don Quijote, siendo una novela, participa de una estructura dialógica típicamente teatral –“DQ es una comedia grotesca contada por un apuntador que ha perdido los papeles”, ha escrito el hispanista cubano Arturo Platón Pérez- y se adapta como un guante a la escena, a partir de la psicoffonía inicial del autor. Un monólogo que ya quisieran para sí muchos cuentachistes del “Club de la comedia”.
QUIEN HACE UN CESTO HACE UN CIENTO o SANCHO CABALGA DE NUEVO
Sancho.- ¡Pues vamos! Aunque sea a ninguna parte, mi señor Don Quijote. También puede ser a un sitio muy raro que suelen llamar el infinito. D. Quijote.- ¿Infinito? ¿Qué es eso? A mí no me suena. Todo es finito, amigo Sancho.
Alfonso Sastre, El viaje infinito de Sancho Panza
En un tiempo de superproducciones cinematográficas –con todo lujo de escenografía, exteriores y figurantes-, esta Defensa de Sancho Panza se ciñe a una puesta en escena minimal –una celda sobre la que pende un cubo de agua –del aguafiestas que entre cajas despierta a Sancho con un jarro de agua fría, provocando la muda de su vestuario por el camisón de dormir de las entretelas de Cifuentes-, con sendos cestos boca abajo–asiento y tribuna, confesionario y atalaya, mesilla para libro y sombrero y almohada- y limitado por fardos de paja bajo los pliegos en cordel de las páginas del Quijote y el salpicón de tinta –de la “Mancha”- del escribano del proceso imaginario incoado a Sancho Panza.
Cuadro de una cuadra donde, a paja y agua, Sancho aparece condenado a ser el rucio de Buridán, hablando a tontas y a locas y haciendo aspavientos ante un Tribunal, que no es otro que el espectador ideal –acomodado en la mente del personaje, el eterno ausente del palco o el fantasma de la ópera-, de la manía persecutoria del “superego” manchego.
La luz, que vira del amarillo pajizo de la celda, al azul o violeta del arco irisado de la evocación, y el temblor de las hojas como esquelas de otoño o las esquilas de un rebaño, señalan las idas y venidas del presente de Sancho al pasado de las aventuras de la obra, de la representación a la evocación, en la caja de los tipos –y caracteres- de la imprenta.
NUEVA PIEL PARA LA VIEJA CEREMONIA o EL LENGUAJE DE LOS/LAS CIFUENTES
(…) pues de ningún modo se ha tratado de hacer una escenificación de un texto narrativo. La “lectura” que Sancho hace –decíamos-; pero también y sobre todo una “lectura” que yo hago, y que propongo a ustedes.
Alfonso Sastre, Nota del autor
Y ahí es donde la capacidad de interpretación a la hora de dar vida a una docena larga de personajes en la mayoría de los registros sociales y geográficos, amén de dramáticos –de lo sublime a lo ridículo, de lo cómico a lo patético, más lo natural- de la obra, pone a prueba con creces a J. M. Cifuentes como factótum de la Defensa, sin otra prenda que un camisón –la ropa interior como denominador común a todos los personajes, vestuario objeto de metaforización como los objetos de la novela: sayón, sotana, faldón, túnica; y procedimiento idóneo para meterse en sus entretelas, en paños menores (quien llevara) o a calzón quitado, dentro de un sueño-, e incorporando a los espectadores del patio de butacas, en un sano ejercicio de distanciamiento -y distendimiento-, al cómico papel de semovientes inmóviles –el rucio y Rocinante- en un happening del manchego universal.
El hilo de la nece(si)dad de Sancho enhebra algunos pasajes de antología, en especial de la I Parte –el discurso a los cabreros, la batalla contra el rebaño, la cuerda de galeotes por quienes quiere a/bogar DQ, la carta a Dulcinea y la penitencia de Sierra Morena, el encuentro con el cura y el reencuentro con el rucio-, y que condensa excesivamente la II –el gobierno de la ínsula Barataria y la despedida junto al lecho de DQ moribundo-, por inabarcable o acaso por temor al cansancio del publico, pese a que la representación es tan breve y tan dinámica la puesta en escena -cambio de registro, movimiento actoral y juego de tiempos- que bien podría haber soportado alguna escena sobre la conciencia de DQ como caballero de ficción y el proceso de quijotización de Sancho, su complicidad y acicate en pos del gobierno de la ínsula –que parece ser motivo de su procesamiento-.
LA VIDA ES UN SUEÑO LLENO DE RUIDO Y FURIA
Alonso.- (preocupado) Cosas dices, amigo Sancho Panza, que me parecen, por decirlo así, insanas, y de todo punto imposibles.¿Dos personas en una misma noche podrían tener el mismo sueño? (…) ¿Cuál es el sueño ése de que tú hablas? Alfonso Sastre, El viaje infinito de Sancho Panza
El despojarse del balandrán -al fin camisón-, convertido en mortaja de DQ recostado sobre un cesto, y la recuperación de su torpe aliño indumentario seco –jubón y calzas de labriego-, coinciden con esa proclamación de don Quijote y el propio Sancho como entes de ficción, hijos de la imaginación y la escritura que vieran la luz merced a una imprenta, su primera pared, resolviendo con una pirueta que los reintegra a la lámpara de Aladino el conflicto de la adaptación teatral de una novela, que habría de vérselas, como en este caso, con el relativismo narrativo del encadenamiento de puntos de vista de los narradores -del moro Cide Hamete, pasando por el trujimán morisco al cristiano Cervantes-, pues nada más relativo que el punto de vista del otro interlocutor del texto.
Y LO DEMÁS SON APLAUSOS
Interpretación, luces, vestuario y atrezzo, en su polimorfismo poético y versatilidad dramática, constituyen un rico ejercicio de “teatro pobre” que aproxima los clásicos al público e invita al espectador, con el menú teatral de una antología selecta y gracias al chef –d’oeuvre-, el bululú Cifuentes –sin que le agüe nadie el vino-, al banquete de la lectura del clásico cervantino en vísperas del IV centenario de la aparición de su I Parte.
Una libre interpretación del Libro de los Libros–la Biblia hispana- de gran calidad y grueso calibre que hace honor al espíritu cervantino con su libertad de pensamiento, de palabra, obra –y omisión-.